miércoles, 17 de septiembre de 2025

Nilda Bernárdez-Argentina/Septiembre 2025


 

NOSTALGIA DE LAS COSAS QUE HAN PASADO

 

 

No se animó a cerrar la ventana, quizá para no reconocer su cobardía después de haber contemplado la calle que ya no era la misma que contemplaba desde ese mismo ángulo pero en otro tiempo, cuando ese cuarto era su reducto y no el espacio que venía transformar en oficina. Eran 3,80 por 4,20 de la más desoladora desnudez.

Su cama estuvo contra esa pared y la de Mariano junto a esta otra. En esa esquina había un rinconero de caña que su compañero había traído del Tigre. Le pareció descubrir los agujeros en la pared donde una tarde, regla en mano, distribuyeron los clavos para el perchero, el espejo y el cuadro de cuando era ala izquierda de la tercera de Platense y le ganaron a River 4 a 0.

Ahí había un placard, si, hubo un placard que seguramente fueron desarticulando tabla a tabla, si es que antes no se le cayó encima a alguien. La puerta siempre se trababa y mientras uno le propinaba enérgicos puntapiés, el otro se colgaba de las manijas del frente. Habían pasado nueve años. Un vistazo largo hasta el final de la calle por sobre el tejado de la casa vecina le hizo recordar la cercanía del ferrocarril y le palpitaron en la sangre los ecos del misterio de adiós que siembra el tren.

Volvió a experimentar el mismo estremecimiento de abandono, el mismo de cuando su amor se subió a esa ausencia infinita que sobrepasa el momento en que se enfría la lágrima.

Agitó la cabeza para espantar recuerdos. La oscuridad y el frío lo apercibieron de que ya era de noche con lo prematuras que son las noches de invierno, igual como en aquellas cuando regresaba a su cuarto de estudiante, con las manos metidas en los bolsillos, resoplando nubecitas entre los dientes, acompañado a la distancia por los ladridos de perros a la luna, pero entonces él traía la mirada inundada de felicidad.

Nada de lo que llevaba planeado pudo cumplir, tampoco hacía falta. El cuarto estaba como correspondía a los años de abandono, vaciado y barrido de apuro, horas atrás; conservaba olores y humedades suficientes como para despertar la adormecida nostalgia de las cosas que han pasado.

Cerró la ventana, apagó la luz. Las dos vueltas de llave en la puerta alertaron al vigilador que cabeceaba en el pasillo.

- ¡Buenas noches arquitecto! ¿Mañana empieza a trabajar?

Una media sonrisa fue la respuesta. Depositó la llave en la mano tendida del hombre de uniforme marrón y con una venia aparatosa se despidió hasta nunca.

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