lunes, 19 de marzo de 2012

Raúl Barrozo-Buenos Aires, Argentina/Marzo de 2012


Dulce salida

Volví apesadumbrado sobre mis pasos, crucé el paso a nivel en sentido contrario  al que lo habíamos transpuesto hacía un rato nomás, cuando volvíamos de tomar el café y casi al borde de la tristeza me paré al azar frente al negocio. En forma imperceptible, de a poco, me cambiaba el humor. Tanta exuberancia me concentró la atención. Y me quedé un rato ahí, extasiado frente al escaparate. No había más lugar en la vidriera para exhibir tantas joyas. La mayoría de lo expuesto era carne de cerdo.

Allí lucían, de izquierda a derecha, las costillitas del animal, esas que son tan ricas a la parrilla con puré de calabaza, con ese toque de color naranja tenue, que lo hace más bonito inclusive.

 Justo al lado, el carré con ese pequeño borde de grasa pura tan apetecible para combinarlo con ciruelas, una delicia, recuerdo que me decías, cada vez que lo preparabamos.

 Un poco mas allá estaba el Pechito, tan primoroso él, permiso señora, disculpe que la moleste, quiero verlo bien, al Pechito digo, gracias. Lo miro bien, y lo imagino. Al horno, con sal gruesa, con chimichurri y  jugo de limón. De medio limón, decías.

 Desvío mi mirada un poco más allá donde hay una fuente llena de trozos y me los imagino en un un palito de brochette, espolvoreados con dientes de ajo machacados y pimentón, alternando con trozos de pimientos y cebollas previamente salteados.

 Finalmente lo miro de frente. No puedo quedarme aquí para siempre. Clavo la mirada en esos ojos tan perdidos en que sabe uno qué horizonte de basura. La cabecita de chancho. Tan deseada por quienes gustan de tener paciencia para sacarle el mayor provecho a la naturaleza animal.

 Pero, como todo lo bueno desaparece, me alejo despacio, de a poco, como con ganas de no irme más de ese lugar. A mis espaldas las luces titilantes del "Emporio del Cerdo", se van apagando de a poco. Como las cosas buenas. Y deliciosas. Como nuestra relación, hasta hace un rato nomás, luego de que cruzaramos la barrera de Lacroze y me dijeras que no querías verme más, por ahora. Que ya veríamos lo que nos pasaba a cada uno.

 Ya veremos que nos pasa, me repetí ya en casa, mientras destapaba la Heinekken bien helada, dispuesto a disfrutar los sabores profundos del delicioso pechito de cerdo preparado al limón mientras me acordaba de lo que dijo El Quijote: Confía en el tiempo. Suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Raúl así como lo cuentas,con todos los detalles, es una tentación. Se saborea exquisito.

Buena idea esa cena para aplacar la melancolía que te dio la tarde.

El Quijote es muy sabio, y el sol siempre vuelve a salir.

Muy bueno tu cuento

beso josefina

Anónimo dijo...

Me gusta . Ahí nomás todo puesto

a la parrilla. La carne, la grasa,

y todos los condimentos y la

cerveza helada que apague y calme.

Un abrazo,
Deb

Anónimo dijo...

Raúl: como siempre el ingenio prevalece en tus cuentos.
Felicitaciones, un abrazo, Laura B.Chiesa.