lunes, 18 de marzo de 2013

Marcos Polero-Miramar, Provincia de Buenos Aires, Argentina/Marzo de 2013

DESALOJO


—Vamos a resistir, viejita. No les podemos regalar lo que tanto nos costó— dijo el marido.
— ¿Te sebo mate?— cambió de tema la mujer.
—Preferiría algo fuerte.
—Ginebra no hay más, pero si querés le digo al Matías. ¡Matías! Andá al almacén del Tolo  y traé una Bols, decile que me prepare la cuenta para el viernes, que cobro la quincena.
—Ya hablé con los muchachos. ¡Nos van a sacar con los pies para adelante!— dijo el marido envalentonado.
—Tengo miedo— exclamó la mujer por toda respuesta.
— ¿Te acordás como vinimos de Tartagal?— le preguntó él.
—Claro que me acuerdo.
Y habían venido muertos de hambre. A veces, para que coman sus hijos chiquitos ellos se conformaban con mirarlos, satisfechos con su sacrificio, el mate cocido y el pan duro. Cuando él, en época de la zafra de caña, se iba a Tucumán por dos meses, la mujer se arreglaba como podía, meta fiado. Cuando él volvía, después de deslomarse en la cosecha lo que había ganado apenas alcanzaba para pagar las deudas. Además ya casi nadie daba crédito.
             En Buenos Aires todo era diferente. Ella siempre conseguía una casa para limpiar, Él por lo general aunque sea una changuita encontraba. Todos los días había para el pan y para la leche. Con menos sacrificio se fueron comprando la tele color, el equipo,  la heladera…
Hacía varios años él había conseguido trabajo en una obra grande de Catalinas sur.  Con lo que ganó pudieron mudarse. Estaban parando en el ranchito de la hermana de Ramona, en la villa Veintiuno, al fondo, en las tosqueras, donde la lluvia convertía todo en barrial putrefacto, donde el río próximo exacerbaba el frío invernal y las hordas de mosquitos y moscas hacían insoportable el verano… 
—Entonces el Turco nos consiguió acá.
—Pero no gratis.
—La puta, lo que nos costó juntar esa  luca verde en la época de Alfonsín, suerte que me había salido ese trabajo, pero esto es otra cosa.
 —Mas o menos, está bien, es mas cerca de todo pero barro también hay y la pieza se llueve. En cada tormenta parece que cae mas agua adentro que afuera.
—No podés comparar. Acordate las discusiones con tu hermana, y los pedos que se agarraba tu cuñado, con insultos y amenazas, el peaje que nos cobraban los punteros del Loco Juan   por cruzar los pasillos, las barritas que se daban con todo y después salían a hacer despelote ¿Y cuando venía la cana y se llevaban a todo el mundo? Yo nunca anduve en nada raro y ya me habían llevado como ocho veces, por  portación de cara.
—Bueno, no era para tanto.
— ¡No jodas!, esa no era vida. Acá es más normal. Aparte pensá en los chicos, ya son grandes y están las malas compañías, la droga. A la nena la embarazaban en cualquier momento.
—Pero de acá nos echan. Ya viste la orden de desalojo.
—Habrá que hacerles frente. No tenemos donde ir.
Lalo y Ramona no durmieron esa noche. A las dos de la madrugada la asamblea, por unanimidad de manos alzadas decidió resistir. Los muchachones que se habían quedado vigilando a la intemperie, muertos de frío, auscultaban las sombras para avistar el más mínimo movimiento de la federal.
A las siete de la mañana en punto apareció el primer patrullero. En cinco minutos bullían los vehículos de las fuerzas represivas. Cientos de policías nublaban la calle con sus alientos vaporosos. La tensión se podía respirar. Un señor de traje se presentó como el juez de la causa y ordenó el desalojo.
La batalla campal duró hasta las diez de la mañana. Los vecinos resistían. Cuando caían los cartuchos humeantes, algunos se hacían a un lado y demostrando veteranía en combates callejeros los tomaban y los arrojaban nuevamente hacia los represores. Los caballos abrían surcos entre las filas de gente amontonada y los jinetes repartían sablazos a sus flancos. Los ocupantes tiraban bolitas al piso, debajo de los caballos, lo que sumado a los cero grados invernales que escarchaban el piso provocaban resbalones de bestias equinas y bestias humanas. Las “fuerzas del orden” no podían reestablecer el orden. Los ocupantes venían ganando la batalla.
Y aparecieron los diputados. Lo que no pudieron las tropas armadas, impotentes ante la resolución vecinal lo lograron los políticos con cuentos chinos y promesas sin consistencia. Con una mísera oferta de habitación en hoteles familiares, por ahora y sin plazos, lograron que se desocupara pacíficamente el edificio.
—Es mejor así— dijo un funcionario al micrófono —la construcción no ofrecía las mas mínimas normas de seguridad, el desalojo fue por el bien de ésta gente. La policía actuó bajo provocación de una minoría de infiltrados. El gobierno va tomar los recaudos para resolver los problemas de vivienda de todos los afectados.
 Pocos días después, la pareja y los dos adolescentes bajaron del colectivo 70 en la calle Luna y se internaron en las tosqueras. Golpearon las manos en una casilla:
— ¡Celma!
— ¡Ramona, Lalo! ¿Cómo andan? ¿Y vos, Gladis? ¡Que grande estás! ya sos una señorita. Y mirá el Matías ¡todo un hombre! Pasen. Les preparo mate.
—Te venimos a pedir si nos dejás quedarnos de nuevo en la piecita. Te pagaríamos un alquiler. Es por un tiempo ¿sabés? hasta que consigamos algo.
— ¿Cómo, y el edificio de San Telmo?
—Nos desalojaron. Nos dieron diez días pagos en un hotel, tenemos hasta el lunes.
— ¿Saben que pasa?, la Analía se juntó con Cesar, un buen pibe, laburador. Está embarazada y los tengo a los dos en la piecita. Perdonen pero no tengo lugar.
Se fueron desanimados, se sentaron en un banco de la plaza Constitución.
Lalo hablaría con el capataz de la obra a ver si podía quedarse a dormir. Ramona con los dos hicos iría a recorrer a todos sus conocidos buscando lugar donde vivir provisoriamente. Los dos ya veían la posibilidad cierta de tener que armar su vivaque en alguna vereda resguardada en todo lo posible del frío y de la lluvia.
En esos momentos, en una escribanía de Lavalle y Cerrito, cuarto piso, alguien estaba cerrando un fabuloso negocio con el predio de  Caseros y Tacuarí recientemente desalojado. El lugar sería destinado a un complejo de viviendas lujosas. Al finalizar la transacción, el operador tomó el celular para decirle al diputado que estaba todo bajo control y que depositaría el monto acordado en esa cuenta numerada que él ya sabía.  


1 comentario:

Marta Susana Díaz dijo...

Un relato duro, ¡bien "Marquisoniano"! que nos hace reflexionar y entender a los desposeídos, marginados de esta sociedad. Un infiltrado que con la escritura busca la bendita justicia
que nunca llega...