miércoles, 21 de mayo de 2014

Marta Susana Díaz-Buenos Aires, Argentina/Mayo de 2014



PULMÓN DE MANZANA

Varios  edificios altos rodean su monobloque. Es una pieza más del conglomerado de cemento que ocupa una manzana entera.
Entretejido urbano que asoma por todos lados donde dirija la vista.
Ventanas abiertas o cerradas  llenan sus paredes como ojos que espían tras los vidrios sin cortinas.
Habitados por miles de personas, viven las vidas que ese hombre quiere imaginar en sus monótonos días.
Desde que empieza a asomar el sol por arriba de la azotea del décimo piso  que mira al este,  comienzan los ruidos de las cortinas de enrollar. Una tras otra, crash, crash, izadas por  manos sin rostros.
Él imagina quienes habitan dentro. Niños, ancianos, estudiantes, obreros,  mujeres que trabajan corriendo al tiempo.
Desde temprano aprovechan la primera claridad  para llenar sus mesas con luz.
Él piensa que algunos tomarán mate cocido con pan del día anterior.
Otros beberán un café negro y saldrán rápido.
Algún joven jugará a la play, mientras desayuna  tostadas con manteca y dulce de leche.
Otros solitarios como él, seguirán sin objetivos certeros el día que comienza.
Al promediar la mañana, todo queda en silencio por un rato. Algunas ventanas permanecen cerradas. Otras se cierran y luego se abren.
Al mediodía, una sinfonía de platos, cubiertos, aromas de guisos y frituras escapan por los respiraderos de las cocinas haciendo eco en el pulmón de esa manzana edificada sin piedad.
Son como narices que respiran un poco de aire puro dentro de las jaulas donde habitan.
Por las tardes todo queda en silencio.
Los ancianos se recostarán a dormir pensando que quizás sea la última siesta.
Los escolares harán los deberes a regañadientes.
Alguna adolescente leerá una novela de amor.
No se oyen  sonidos. Ni el canto de los pájaros, ni gritos.
Cuando el sol se empieza a ir, el brillo da en algunos vidrios limpios que miran al oeste y se  refleja en la mirada aburrida del hombre.
Por las noches, los ojos de las casas se iluminan.
Como un tornado, ruidos, música y olores se arremolinan en  el patio interno que hermana los monobloques.
Los televisores,  con sus ratings feroces, inundan  el pulmón de manzana.
Él hace girar las ruedas de su silla y se pone a preparar la cena.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Relato espléndido de la realidad que nos circunda.En este caso agravado por la discapacidad del personaje.Aunque considero que la escritora , no deja sin manifestar que hay distintos grados de discapacidad, en esta sociedad tan difícil.Me gustó, amiga.
Abel Espil

Laura Beatriz Chiesa dijo...

Marta : un relato tejido con doble imaginación, la del personaje y la del escritor que lo concreta. Buena idea, colega. Te saluda,

Anónimo dijo...

Marta: Un relato rarísimo. Parece una descripción, una semblanza de la vida colectiva y hasta parece que las menciones a ese alguien están de más. Pero lo resolvés al final en un renglón. Simplemente genial. Ojalá tu obra trascienda porque es muy buena. Felicitaciones una de mis escritoras vivas preferidas. Marcos.