domingo, 22 de junio de 2014

Rita Graciela Quinteros-Buenos Aires, Argentina/Junio de 2014



DESPEDIDA
    Sonó el timbre de la puerta y el sonido retumbó estruendosamente en el departamento casi vacío. Él aún dormía. El timbre insistió e insistió de nuevo. Abrió los ojos y con movimientos torpes, desorientados, se dirigió a la puerta. La abrió.

 -¿Qué hacés acá?

 No hubo respuesta. Ella entró intempestivamente.

 -¡Basta Julieta! Ya lo hemos hablado…

 Ella, sin embargo, se le acercó. Se acercó tanto que su aliento cálido y dulce hizo que él se estremeciera. Intentó alejarla. Ella dirigió su mano a la entrepierna de él al mismo tiempo que le acercaba la boca a sus  labios. Entonces sintió que no podía ni quería detenerla.

Ella  le aproximó tanto su cuerpo que fue imposible no notar sus ondulaciones. Ese vestido rojo, ajustadísimo era una tentación irresistible.
 Julieta lo sabía…Lo beso apasionadamente. La mano derecha de ella  tocaba el sexo de él. Los ojos de ella se clavaron en los suyos pidiendo, suplicando, exigiendo, mostrando su pasión. Él dejó de resistirse.

Sin contenerse ni reprimirse más,  la tomó entre sus manos.

La lengua de ella que se había introducido en su boca luchaba apasionadamente con la de él. Se peleaban y se degustaban armoniosamente, sin pausa, sin pudor.

En los ojos de ella brillaba la pasión, la misma que los había mantenido unidos durante tanto tiempo.

Ahora no existía nada ni nadie más...

Julieta de pronto volvía a sentirse bella entre sus manos grandes y fuertes que la acariciaban sin paz. Que desgarraban su vestido, que la desnudaban…

Un sexo buscó ardientemente al otro y los movimientos sinuosos, tempestuosos los acercaban cada vez más al éxtasis.

Las palabras sobraban.

Ahí, contra la pared, él volvió a recordar esa primera vez...La había subido a sus caderas y ahora, como entonces, la llevó así hasta la cama. Nada se interpuso en su camino. Rápidamente encontró el colchón que yacía sobre el piso.

Él sentía la humedad en su sexo que era la de Julieta también. El calor...

Las uñas de ella rasguñaban apasionadas en la espalda de él. Era un dolor dulce, gustoso. Los gemidos no escasearon.

La erección en los senos de Julieta era una muestra de que todo estaba bien.

De pronto un cúmulo de sensaciones busco alivio. La dureza de él le indicó a ella que era el momento y ambos se dejaron ser.

El cuarto se inundó de una fragancia nueva y un grito ahogado retumbó en el pequeño departamento casi vacío. La transpiración de los cuerpos mojaba las sábanas que antes lo habían cubierto en el sueño calmo. Mientras tanto, comenzó a penetrar  por la ventana, aún sin  cortinas, una la luz rojiza, anaranjada que iluminando la habitación con un suave resplandor, indicaba el nuevo amanecer.

Ella, presurosa, se dirigió al baño. Se la escuchaba feliz tarareando bajo la ducha. Él tomó los cigarrillos que estaban a un lado sobre una caja que oficiaba de mesa de luz. Encendió uno y miró hacia la ventana vacía  y pensó que tal vez se había equivocado. Todavía la amaba. Ese momento vivido le recordó otros en los que fueron muy felices y pensó que todo podría volver a ser como antes, que todavía podían, que valía la pena luchar por el amor que se tenían. Estaba a punto de dirigirse al baño a confesarle todo aquello a Julieta que lo llamaba dulcemente cuando escuchó la canción “Yo renaceré” que sonaba en su celular y lo miró.

La carita de Diego y su estruendosa remera de colores fluor lo trajeron de vuelta de sus pensamientos a la realidad.

-¡Hola Diego!

Del otro lado se escuchó un suspiro profundo, doloroso. Él se sentó en la precaria cama y escuchó con atención.

-Diego, ¿qué pasa? ¿estás bien? ¡¡Hola!!

-Hermano, (la voz de diego sonó temblorosa, llena de angustia, de dolor) te dejó una carta.

Él no entendía bien. La voz del otro lado contenía el llanto.

-¿Quién? ¿De qué me hablás?

-Mi hermana, Julieta, te dejó una carta...

No comprendía. Inmediatamente escuchó la voz de Diego que entre sollozos ahogados seguía hablándole.

-Se suicidó anoche…

 De sus manos resbaló el celular. No comprendía. El sol le pegaba en la cara con la calidez de un día de verano, enredado entre las sábanas húmedas aún, saltó de la cama y se dirigió al baño. Corrió la cortina de la ducha. El agua caliente golpeaba fuertemente sobre el piso sin cesar.

3 comentarios:

Megachilo dijo...

Es un hermoso cuento. Sos una gran escritora.

Anónimo dijo...

sos una gran persona que hermoso escribis....sos lo mas....tengo el privilegio de conocerte

Anónimo dijo...

soy facuuuuuuuuuuuuuuuu