jueves, 22 de enero de 2015

Patricio Portales Coya (Paporcoy)-Chile/Enero de 2015

LA KELA


El tren se ponía en marcha con ruido de huesos viejos y algún estornudo breve. Apenas había pasado Rancagua y un pequeño grupo de personas se iba acomodando en los asientos vacíos más próximos a la puerta. Una mujer de abrigo rojo y largo avanzó, se instaló al frente mío colocando una maleta grande entre los respaldos opuestos.

Continué leyendo un libro. Suelo llevar siempre uno o dos para los viajes en tren.  Es un gran placer leer mientras se viaja. Por el rabillo del ojo advertí que me observaba. Era grande, alta y maciza, pero con buenas formas que podían adivinarse bajo la ropa ceñida. Unos zapatos negros de tacones muy altos llamaron mi atención.  Volví al libro.
Media hora después ella se había quitado el abrigo y parecía leer una revista de magazine. Continuaba observándome cada vez con más insistencia. Me inquietó esa actitud. La miré francamente; era gordita y un par de años mayor que yo. Me pareció voluptuosa, fumaba con cierta gracia, el pelo castaño claro evidentemente teñido alcanzaba a cubrir sus hombros y parte del abundante pecho. Me sonrió directamente, desafiante se levantó y vino a sentarse a mi lado.
            -¿Tu eres Rodrigo? - Atolondrado respondí que sí. Yo no la conocía y ella, al parecer, sí…     -Nos conocimos hace unos diez años…yo vivía  en Concepción… en el barrio estación… Soy la Kela… ¿Te acuerdas?

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En un parpadeo del tiempo neuronal la recordé, y también toda la circunstancia en que nos habíamos relacionado.
Yo vivía con mis abuelos en Concepción, mis padres estaban pasando esas etapas de conflictos económicos que hacen conveniente alejar a los hijos por un tiempo. Por la misma razón abandoné el colegio en Santiago y me matricularon en el Liceo de Hombres de la Capital del Bío-Bío.  Llegué al tercero de humanidades con 14 años; era el menor del curso. De inmediato me bautizaron como el “Chico Valdivieso”.
Antes del 21 de Mayo, el profesor de Educación Cívica organizaba las elecciones de curso. Ya conocíamos la teoría del ejercicio democrático y republicano. El presidente de curso elegido el año anterior, hacía una “cuenta” de lo realizado y entregaba el cargo. La asamblea proponía nuevos dirigentes para el período. La presidencia no era reelegible.
El Patolucas, como apodaban al Presidente, era de los mayores del curso, muy simpático y reconocido galán, me propuso a mí como candidato. Entendí que era una broma, apenas me conocían, además de ser el menor de todos.  Permanecí impávido, no sabía como rechazar la nominación. Tres nombres se anotaron en la pizarra. Por lista alfabética cada uno votó con un trozo de papel que se depositó en la urna -una caja de zapatos con una ranura- al final el profe fue leyendo cada voto y sorprendentemente gané la presidencia, con mucha ventaja sobre los otros nominados.  El Patolucas fue el primero en felicitarme y me ofreció su apoyo para que yo pudiera ejercer el cargo sin problemas. 
El profe me hizo pasar adelante para que diera las gracias por la votación obtenida, (60%),  y por la confianza de mis pares.  Hizo un breve recuerdo de los principios democráticos que ya habíamos estudiado y dijo al elegido como secretario que levantara un acta con el resumen y los resultados de la elección.
Sentía emoción y mucho temor por ser ésta mi primera experiencia cívica. En el colegio de curas nunca habíamos elegido a nadie, el Profe. Jefe de curso, nombraba en Marzo a un presidente de curso y eso era todo. Para el día del colegio se hacía un desfile y el presidente marchaba a la cabeza del curso.  En Septiembre había una reunión de todos los representantes de los colegios Católicos de la Comuna y en esta instancia asistían los presidentes de curso.
En el recreo, el Patolucas me pasó un papel con su “Programa de Gobierno” y me dijo que yo podía hacer uno parecido para presentar en la primera reunión de Asamblea de Curso, bajo mi Presidencia. Eran unos diez puntos, recuerdo que uno era “mantener encerado el piso de la sala”.  Lo recuerdo porque también lo puse en mi programa ya que en la bodega de la casa de mi abuelo había un tambor con mucha cera que nunca se ocupaba. Llevé cera en un tarro cada miércoles por la tarde,  cuando los alumnos hacíamos “Régimen Interno”, o sea el aseo y mantención de la vieja sala y el pasillo contiguo.
Me fui haciendo amigo del Patolucas y sus consejos siempre me sirvieron, además cuando los más “viejos” del curso trataban de tomarme para el fideo, de inmediato él se encargaba de pararles el carro en seco. A veces yo lo ayudaba con las tareas para la casa, porque él tenía que trabajar con su papá y no tenía tiempo de hacerlas. Su padre -Don Pato- tenía un taller de carpintería y se dedicaba a confeccionar ataúdes y cunas. El Patolucas era el único del curso que fumaba en los baños durante el recreo largo de las diez. Alguna profe lo descubrió y lo suspendieron de clases. Cuando vino el papá, le dijo al Inspector: - El Pato fuma a los 18 años, yo empecé a los 15, o sea estamos progresando… ¡Pues, son tres años más, señor Huerta!
Me contaba de sus conquistas amorosas y me dijo que cuando nos encontráramos en la calle con algunas de sus amigas, yo dijera que él estaba en sexto humanidades. Parece que le daba vergüenza estar tan atrasado. Sus amigas eran muy grandes para mí y aunque él me hacía gancho,  nunca me resultaba un pololeo. El cabro chico, es decir yo,  era más una presencia incómoda que una compañía provechosa para el Patolucas, a pesar de eso me invitaba a compartir con él, íbamos a la plaza, al cine y al estadio a ver fútbol y atletismo. También alguna vez fui a un malón al que él mi invitó.
En Agosto, el Patolucas se puso a pololear con una niña mayor que él, tenia 19 años y trabajaba en una peluquería. Poco a poco nos fuimos distanciando, la polola lo tenía muy absorto, incluso lo iba a buscar  cuando las clases eran en la tarde. Las pocas conversaciones que aun teníamos eran de sexo. La nueva polola era muy exigente y cada día lo metía a su cama por horas. Andaba pálido y con sueño todo el día. Yo aprendí muchas cosas que ignoraba y comencé a mirar a las profes y a las niñas del Liceo de mujeres con otros ojos.
            Después del desfile del 18 de Septiembre el Patolucas no volvió a clases en toda una semana. Me llamaron de la Inspectoría del Liceo y me contaron que Don Pato había fallecido, que el Patolucas no podría seguir asistiendo a clases porque tenía que hacerse cargo del taller de ataúdes y de la mamá, quien quedó muy mal con lo del ataque cardíaco de Don Pato, además tenía dos hermanos chicos. 
            Fue un tiempo muy triste para todos y más aun para mí. La directiva del curso y el Profesor Jefe hicimos una campaña de ayuda y después fuimos a su casa a darle el pésame y el dinero que juntamos.  El Patolucas  estaba muy emocionado, nos recibió en el taller con su delantal de maestro carpintero. Yo me impresioné mucho al ver los ataúdes pintados de negro que estaban amontonados a un lado.   En un momento él me dijo bajito: “Oye Presidente, sabes… para más yapa la Nuri me dejó...”  Sólo lo escuché sin saber que contestarle…
            Nos fuimos muy deprimidos y nadie habló nada en el bus.  Yo imaginaba a Don Pato metido en uno de sus propios ataúdes.
            Llegó Diciembre y el tiempo de los exámenes. Apareció el Patolucas a dar exámenes libres para pasar de curso. A todos nos alegró verle. Me pareció que estaba más grande, como más serio o más adulto. No bromeó con todos como antes lo hacía.  Me contó como la Nuri lo había  “pateado”  y se había ido a trabajar a Santiago con un empresario que le prometió ponerle una peluquería en Recoleta. Me dijo que si pasábamos todos los exámenes sin dejar ni uno para Marzo, me iba invitar a realizar una  visita muy importante para mí. No supe bien de qué se trataba, pero sospeché que era a la parcela de una tía suya, camino a Lirquén,  donde tenía una prima muy linda que vimos para el desfile del 18 de Septiembre y en la misa del funeral de don Pato.
            El 12 de Diciembre, con el ramo Trabajos Manuales terminamos todos los exámenes. El Patolucas se sacó un 7. Ya estábamos en quinto humanidades. Fuimos al cerro a quemar los cuadernos como era la tradición, allí andaban muchos estudiantes haciendo lo mismo. Se formaban verdaderas fogatas y algunos llevaban guitarras. Las parejas de pololos se perdían en los bosques…Diciembre era un mes lindo y ya el calor del verano se sentía hasta en la noche. 
            Se me acercaba la fecha de volver a mi casa en Santiago, eso no me gustaba nada. Salvo las fiestas de Navidad y Año Nuevo, donde nos encontrábamos con todos los tíos y tías, primos y primas… Allá no había nada más interesante. 
            El Patolucas me llamó el día 15 que era un jueves. Dijo que me iba a pasar a buscar en la tarde, como a las  cinco, que me arreglara para salir con unas niñas. Me conseguí permiso y me puse ropa de domingo. Estaba muy nervioso, casi quiebro el frasco de colonia de mi abuelo a quien le robaba un poquito, a veces.
            El llegó puntual y bien arreglado. Tomamos un micro y después de un rato nos bajamos cerca de la estación. El Patolucas me notó nervioso. Me dijo que no tenía de qué preocuparme, era una sorpresa y lo iba a pasar muy bien. No íbamos a salir con niñas pesadas de esas que me decían cabro chico.
            Caminamos varias cuadras hasta un sector que yo no conocía, casi todas las casas eran iguales y sin jardín. En la calle varios niños jugaban a la pelota y las niñas saltaban con un cordel. Me pareció que todos eran de familias pobres pero que estaban felices, aun sin zapatos.      Llegamos a una casa, en la puerta estaban tres muchachos fumando y jugando al naipe.  Uno muy moreno se apartó y vino a saludar al Patolucas. El le preguntó por la Kela, le respondió que estaba ocupada pero, que luego se iba a desocupar. Pensé que era una de las amigas que saldrían con nosotros. El moreno me preguntó; - ¿Y vos cabro cuantos años tení…?  El Pato le contestó que tenía 16. Yo no dije nada.  Se rió y murmuró algo así como; -ya estay viejito para andar con padrino…El Pato lo tomó con brusquedad por el brazo y le pasó un sobre arrugado. El muchacho se retiró entrando en la casa.
            -Esperemos un poco, ya se va a desocupar mi amiga- Me comentó el Pato tratando de que no me pusiera mas nervioso. En realidad yo no entendía nada de lo que ocurría. Le pedí que me explicara. - Este negro es el hermano de la Kela y es muy pesado, pero ella es todo lo contrario, es una cabra muy cariñosa, ya vas a ver…-  Sacó un cigarrillo y lo encendió. -No te convido porque no quiero que seai vicioso como yo - me dijo riendo.          
            En ese momento me habría fumado un cigarrillo, estaba nervioso, me sentía bastante tenso. No saber otra cosa que esperar a una niña a quién no conocía y tampoco cual era el panorama. Era un momento complicado que se sostenía sólo por la confianza y seguridad que me daba mi amigo.
            El Pato terminó su cigarrillo. Salió otro muchacho de la casa y apareció el moreno pesado. 
            -Ya, ahora pueden pasar-, dijo mientras miraba para los dos lados de la calle. Entramos, el lugar era oscuro porque la ventana estaba tapada con una cortina gruesa. Dos sillones viejos y una mesa de comedor con cuatro sillas junto a un aparador eran los muebles que distinguí.
            Ya –dijo al Pato,- espera a que la Kela te avise. No se puede pasar de a dos. Acto seguido salió a la calle.
            Me acostumbré a la penumbra. Había dos puertas hacia atrás. Una entreabierta por donde se veía una cocina y en ella una tetera. La otra daba a un pasillo largo, al fondo se lograba ver un patio o una galería más iluminada. Nos sentamos los dos en el mismo sofá. El Pato prendió otro cigarrillo.
            De pronto por el pasillo entró una anciana encorvada, con ropa oscura y larga y con la cabeza cubierta por un velo o un pañuelo grande. Entró a la cocina y retiró la tetera del fuego.  Tomándola con un trapo se la llevó por el pasillo con la misma lentitud con que había venido.             El Pato me dijo despacito -Seguro que la vieja toma mate todo el día.
            A mí me pareció que no nos había visto. Puse mi atención en el pasillo, estaba ansioso por ver aparecer a la Kela. ¿Cómo sería? No me atrevía a preguntar para no parecer tan “cabro chico”.
            Pasó un  rato que me pareció eterno. Una puerta del fondo se entreabrió y se escuchó un llamado: ¡Patooo, pasa Patitooo…!
            Se levantó como un resorte y me dijo, - apágame el cigarrillo, tranquilo...vuelvo altiro…- y se perdió en la puerta del pasillo. Bastante intranquilo me quedé sólo, ya me estaba fastidiando esta situación con tanto misterio. -Si se demora mucho me voy no más - Resolví, mientras apagaba el cigarrillo entre otras colillas, en un cenicero de cobre que estaba sobre el viejo aparador. 
            El Pato, volvió muy pronto. Venía contento y sonriendo: - Ya Rodrigo, campeón, ahora vas a ir a la ultima pieza, al otro lado del patio interior que se ve de aquí, la Kela te espera. Quise reaccionar y negarme mientras no me explicara todo este trámite y esta situación tan confusa. No alcancé, me tomo del brazo y me dijo;  -¡Esta experiencia nunca más se olvida… en toda la vida! Es tu paso de cabro chico a hombre grande…Caminé el oscuro pasillo como anestesiado, buscando una explicación a lo dicho por mi amigo, imaginé que la Kela me esperaba con vestido de fiesta, lista para salir… En el patio de luz la vieja estaba sentada en una silla de mimbre tomando mate. Pareció no verme.
            La puerta del fondo estaba entreabierta, toqué con los nudillos. Una voz femenina me respondió de inmediato: - Pasa, pasa  y cierra la puerta…
            La habitación era grande, una lámpara de velador la iluminaba tenue. La cama era de dos plazas y tenía un cubrecama rojo brillante. Sobre ella estaba una mujer semi de lado, cubierta por una bata, tan roja como el cubrecama. Tenía la cara muy pintada. De inmediato imaginé que era una prostituta de esas que había leído en las novelas o de las que contaban historias sexuales los muchachos mayores. Me sentí traicionado por el Patolucas. En ese momento habría huido a no ser porque ella se levantó como una gatita mansa y me tomó la mano, diciéndome: -No te asustis Rodrigo, ya me contó el Pato que es tu primera experiencia sexual… siempre el primer polvito es un poco así… con miedo y emoción. Ya, siéntate aquí conmigo y conversemos… ¿Cuántos años tení… porque 16 no tení…? -Tengo 15-  mentí… aunque sólo me faltaban unos meses para cumplirlos.
            -Ah… que bueno… yo tengo 16… y no soy putita… solamente atiendo algunos amigos para ganarme unos pesitos y mantener a mi abuela… ¿La viste? Ella está siempre ahí en el patio chico cuidándome…Mi madre se fue pa Santiago el año antepasado y no ha vuelto. Mi taita trabaja en Argentina, en la Patagonia y manda plata de cuando en cuando… ¿Tai más tranquilo?          -Si, sí  estoy tranquilo… es que el Pato no me dijo nada y no traje plata…
            -Ja... Ja... ya lo arreglamos con él.  Tu debí ser muy buen amigo porque él te trajo como si fuera tu hermano mayor y me pagó muy bien…me dijo que te descartuchara con mucha ternura… para que seai un campeón con las minas…
            Me calmé de improviso, una sensación de seguridad me devolvió el aplomo. Observé mejor la habitación y a la Kela. Era hermosa aunque un poco redondita, su pelo castaño oscuro abundante caía sobre sus pechos que trataban de salir por el cruce de la bata roja…Las piernas muy blancas y torneadas parecían de niña de calendario, sobre el cubrecamas rojo… Tenía los ojos grandes color almendra.
            En un peinador con espejo y cubierta de mármol trizado, estaba la tetera y un lavatorio enlozado… En el respaldo de una silla dorada, tapizada con brocato rojo, había una toalla blanca cuidadosamente doblada…Un aroma de colonia barata y jabón de tocador inundaba el recinto. La ventana que daba a un patio de atrás estaba abierta; unas cortinas rojas gruesas la cubrían impidiendo el paso de la luz desde afuera.
            -Ahora, Rodri... ven, te voy a desvestir y lavar el cosito…con agüita caliente, después nos vamos a meter a la cama para enseñarte lo que es bueno… ¡ya vai a ver que rico lo vamos a pasar…! Yo nunca me he acostado con un joven cartuchito y tan bonito como tú…te voy a enseñar todo lo que sé… 
            Dos horas después, el Patolucas se había fumado toda su cajetilla de cigarros y tenía el lugar apestoso.  Jugaba al naipe con los otros muchachos en la mesa. Yo salí enamorado de la vida y a mi amigo le di un abrazo que lo dejó emocionado.
            -Rodrigo, ¿no sabes lo importante qué ha sido este año tu ayuda?, si no hubieras llegado al Liceo, lo más seguro es que yo no habría pasado de curso… por eso te siento como un hermano menor… mi padre me decía siempre: La verdadera amistad es una fruta escasa y hay que saber cultivarla para que dure toda la vida.

                                                                       ********************

            -Claro que me acuerdo, tú eras amiga del Patolucas. Éramos chicos, estábamos en el Liceo de Concepción…-Déjate de  rodeos,  yo te inicié en la vida de hombre. Para mí fue muy lindo y te voy a confesar que debes ser el único niño de ese tiempo que nunca olvidé…estabas tan contento y tan emocionado que ahí me di cuenta de lo importante que era el “momento” para un hombrecito.
            Me sentí bastante complicado con ese recuerdo de la Kela, me pareció que enrojecía como un niño chico. Me armé de valor y le contesté: -Cierto, es muy importante porque uno sólo tiene información por los cuentos y aventuras que narran los amigos y compañeros de colegio, que son un poco más grandes. La mayoría de esos relatos son fantasías y exageraciones. La realidad se presenta cuando efectivamente se tiene esa primera relación íntima con una mujer de verdad. Si ella sabe manejarse, uno descubre la maravilla del sexo y si no sabe encontrarla, resulta un mero episodio orgánico, no más relevante que la primera vez que comes erizos o riñones al jerez…
            -Rodrigo, ¿ese es tu nombre verdad?, ah… me gustaría saber; ¿qué te pasó después…? ¿Pensaste que yo era prostituta?... ¿Tuviste  ganas de volver a verme?... ¿Pololeaste mucho…te casaste?
            -Bueno, estee…hace tantos años… ¡Claro que tuve ganas de volver a verte!, me pasé muchas noches en vela recordando cada segundo pasado contigo, yo tenía solo 14 años y me sentía todo un hombre adulto… Nunca pensé que eras prostituta, creí exactamente lo que me dijiste acerca de obtener algún dinero para ayudar a tu abuela…Creo que hasta me sentí enamorado. Recordarte y apreciar como las hormonas se me agitaban era un solo acto… ¿Te acuerdas que fue en Diciembre?...Yo tuve que volver a Santiago antes de la Navidad y nunca volví a Concepción… Me puse a pololear al año siguiente con una niña compañera de curso, fue la primera de muchas…
            Me escuchaba atentamente sin quitar sus ojos de los míos. Eran los mismos ojos que estaban grabados en mi memoria; unas almendras que traslucían ternura y dolor. Ella se me fue transformando en la misma Kela de hace veinte años, sus labios - no tan pintados- me parecieron apetitosos, sus formas redondas conservaban su magnetismo y sus manos -con varios anillos- no habían perdido su gracia… Conversamos sin parar hasta Chillan y me fascinó como ella había manejado su vida alcanzando todos los objetivos que se había trazado.
            La Kela me contó que era Contadora, vivía en el sur, en Chillan y estaba casada con un  empresario de la carne, fabricante de las mejores longanizas de la región. Volvía de Rancagua donde había colocado una orden por 500 kilos. Uno de sus cuatro hijos se llamaba Rodrigo y otro Pato. 

Riendo me dijo en tono jocoso: - Te fijas Rodrigo, no he podido dejar de vincularme con los embutidos… Ja…Ja 

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