miércoles, 25 de marzo de 2015

Agustín Alfonso Rojas-Chile/Marzo de 2015



El Pucará de “Cerro Puntiagudo”

“El hombre pasa, su obra perdura”
Ollante fija su mirada en las majestuosas montañas andinas. Aprecia que los primeros rayos de sol pronto se dejarán ver a través de ellas.
Aún hace frío en el páramo infinito; silente y triste en esta época del año. Recién, hace tres jornadas atrás, se inició el equinoccio de primavera. Época de siembra cuyos frutos han de cosecharse en el equinoccio de verano.
Está contento. Fáraga, su mujer y sus hijos viven en el Pucará (fortaleza de gruesas pircas) del “Cerro Puntiagudo”. La pirca (pared) que rodea el pequeño asentamiento y el agua que bebe la población, diseñó y construyó su padre, años atrás, con el nombre de “Yachay”. Su progenitor  ejerció la docencia en el pequeño poblado. Lo hacía en un área abierta entre las pircas, donde el padre sol da de lleno en la cabeza de los alumnos, jóvenes aimaras, deseosos de aprender las técnicas de siembras y regadío para alimentar el asentamiento humano en esa inhóspita región del alto Perú. Orégano, ajos, cebollas, quínoa, camote o papa andina y especialmente maíz, productos que constituyen la producción.
En aquella época, las tierras cultivables eran escasas. Pequeños “andenes” (terrazas) formaban el campo de cultivo. De su padre nombrado “Yachachiq” o maestro, aprendió la técnica de conducción de agua, sembrado y regadío.
Absorto en sus pensamientos recorre su niñez. Se ve vagando junto a sus padres por diferentes asentamientos andinos sin recibir apoyo de esas comunidades, escasas de alimentos y de agua, aún más…Una tarde, muy cansados arribaron al pucará del “Cerro Puntiagudo”. Fueron acogidos por un viejo matrimonio que poseía un pequeño predio agrícola mal cultivado. Al poco tiempo, el padre de Ollante se hizo cargo del campo falto de recursos hídricos. Recorre las montañas circundantes y aproximadamente a una legua (5572 metros aproximadamente) ubica abundante agua en una depresión entre dos altos riscos.
Llevarla al asentamiento se advierte difícil, dado lo complicado del terreno. Se sienta en una roca a contemplar la depresión del valle que pierde muy lejos camino al mar. Mira al cielo, allá, muy alto, dos cóndores, otean el entorno, en busca de su alimento.
Su padre fija la mirada en los nevados picos cordilleranos. Ante tanta maravilla piensa que si el Dios “Inti” - hijo del Sol - ha creado este mundo perfecto. Cómo él: ¿No será capaz de llevar agua al caserío donde está su querida esposa y su hijo Ollante?
Regresa a casa, cuando el sol se pone en el oeste, en el patio se encuclilla a meditar un posible recorrido. Sobre una tabla de arcilla va dibujando lo que parece ser el trazado de un acueducto. Terminado, lo muestra a su esposa e hijo, ambos aprueban el diseño. Los dueños de casa también, y llevan el proyecto al jefe del pucará. Luego al “Consejo de Ancianos”, quienes aprueban el diseño. Nombran a su padre “Yachachiq” (el que sabe y hace que otros aprendan) o también, conocido como “maestro”. Se prepara con acuciosidad el material para iniciar las obras el próximo plenilunio.
Ni el tórrido clima veraniego, ni los gélidos días invernales detienen las faenas que se inician cuando sale el sol y se extienden hasta que este se pone en el macizo andino. Tres lunas llenas han pasado cuando se da inicio al segundo “andén” o terraplén por donde pasará el canal. En esta ocasión se presenta el “Inca”, Jefe del Imperio. Hasta sus oídos ha llegado el rumor que en el pucará de “Cerro Puntiagudo” se está ejecutando un ambicioso proyecto hidráulico. Quiere conocerlo. Revisa el plano, el proyecto y trazado del canalizo. Le llama la atención que con anterioridad en su reino antes no se haya realizado otro proyecto como este. Entusiasmado dispone que cien hombres apoyen la ejecución de la obra que el mismo vendrá a poner en marcha.
Los trabajos se aceleran, los hombres llegan bien equipados. La acequia atraviesa pequeños túneles cavados en plena roca. Por el interior de ellos puede desplazarse un delgado y pequeño hombrecillo para su limpieza y mantención. Cuando el jefe agrega al “Quipus” (Manojo de cuerdas que contabiliza los días) su sexto nudo, se inicia el tercer andén. En tanto, en el interior del Pucará se ha horadado, en una gran roca, una cisterna para recibir el agua que proveerá  al caserío del vital elemento.
Otro grupo de hombres acarrea tierra de lejanas comarcas, para rellenar nuevos andenes.            Treinta  lunas llenas han pasado. Todo está listo para inaugurar el sistema. Fue enviado el “Chasqui”(mensajero), al Cuzco, para comunicar al Inca la fecha de la inauguración el próximo plenilunio. Sin embargo, su padre no presenciará esta ceremonia.
Una semana antes de la inauguración, estando la luna en su último cuarto creciente un poderoso y turbulento viento azota la montaña trayendo negros nubarrones que cubren los nevados picos andinos. Truenos y relámpagos rompen los cielos. Su padre ordenó a sus hombres regresar al pucará, él lo hará luego de reforzar el acueducto en el extremo más vulnerable, el borde de Quebrada Negra. En tanto, la desatada tormenta ruge en las altas montañas.
Torrentes de agua inundan los valles y poblados arrasando todo a su paso. Luego, cubre cada centímetro de terreno una fuerte nevada y las altas cumbres reciben el azote del viento y de la lluvia desprendiendo grandes  peñascos que ruedan cerro abajo.
Ollante, vuelve sobre sus pasos para auxiliar a su progenitor. Es arrastrado por el torrente obligándole a guarecerse en una caverna. Sobrevive sólo por su juventud, el frío y la pequeña ración de charqui le ayudan muy poco. Al octavo día es rescatado por sus compañeros. Su padre, nunca fue encontrado. Entregó su vida por el adelanto de su comunidad. Ollante jamás lo olvidará. Todo ha sido destruido por la tormenta. Treinta nudos más, deben agregarse al quipus para terminar la obra. Ollante, fija una vez más la mirada en las altas cumbres. El sol alumbra en toda su majestuosidad…Es el momento preciso para que el Inca abra la compuerta.
El agua escurre generosa a través del canalizo, para regar los predios agrícolas y saciar la sed de los habitantes de su querido pucará

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