lunes, 27 de agosto de 2018

Luis Tulio Siburu-Argentina/Agosto de 2018


JUAN 


Juan lo supo, lo sabe y lo sabrá.
Pero eso no es consuelo, simplemente acostumbramiento. Lo siente sobre sus hombros, en el arrastre de sus pies,  la curvatura de la espalda. Hay lastres pesados, eternos, increíbles, imposibles de encontrarle lógica.
Lo tiene adherido como una garrapata al lomo del perro o la hiedra que soporta la pared. Imposible de despegar sin ayuda ajena porque seguramente Juan no pondrá nada de él para desprenderlo.
Se ha conformado con llevarlo como un amuleto inverosímil, que en vez de traerle suerte le trae desgracia. Casi diría que le gusta, divierte, acompaña, llena su soledad y los insomnios, camina con él por el tejado de los gatos negros y los sótanos de los ratones grises.
Es el abanderado de la nostalgia, el que marcha siempre al frente en el desfile de la tristeza, quien hace sombra a todos, siglos atrás quizás le hubieran recomendado un exorcismo en algún oscuro convento con un monje de risotada larga .
Los amigos de Juan le dicen que se escape de lo negativo, que se ate al vino, la música y el encanto de un baile frenético, una mujer hermosa que le bese el cuello y le vuelva a despertar los sentidos, que grite muy fuerte, que se ahogue cantando, como cuando el Nano en Lucía diceno hay nada más bello que lo que nunca he tenido …nada más amado que lo que perdí…aunque justamente esta letra suene contradictoria para esta enfermedad del alma.
Y entonces Juan escucha y no entiende y vuelve a su monótono dar vuelta sobre lo mismo, una noria infernal que lo lleva a las sombras y no se anima por supuesto, claro que no se anima…
…porque arrancarse el imán del recuerdo es entrar en el olvido.  

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