lunes, 19 de octubre de 2020

Mario E. Melendi/Octubre de 2020


 

El celular va a la Ópera                                  (Relato sobre un hecho real, ocurrido en 1999)

                                                                           

 

Anochece…Don Juan regresa de intentar seducir por enésima vez a Doña Ana.

La música, ahora con algunas disonancias, se mezcla dulcemente con la visión de un jardín apenas iluminado por la luna…

Se ven dos figuras moviéndose violentamente en la semipenumbra…

Don Juan derriba al Comendador, el anciano padre de Doña Ana, quien, herido mortalmente, ve desaparecer a su asesino junto con su criado Leporello. En ese instante, Doña Ana, que había ido en busca de auxilio, llega con su prometido Don Octavio… Horrorizada al ver a su padre muerto, le exige la promesa de tomar venganza…

 

El torrente musical, crece aún más en tensión y en disonancias, con las melodías del comienzo…Luego de un pasaje en las cuerdas, la orquesta va disminuyendo su intensidad, hasta el silencio total.

...La flauta solista emite un inquietante pasaje, que otorga a la escena un clima de dramático suspenso...

El director señala al oboe con su batuta.

Doña Ana levanta sus brazos al cielo...Hasta que,.. hasta que se escucha un sonido,…que no proviene ni de Don Juan, ni de Doña Ana, ni de Don Octavio, ni de los clarinetes, ni de las trompetas, ni del oboe, ni de la percusión. ¡No! Era “algo” ajeno a la orquesta, a los cantantes, y a todo lo musicalmente conocido,…y el público del teatro, regresó rápidamente al mundo cotidiano y real del que pretendió alejarse gracias al disfrute de la ópera.

¡Oh, triste sorpresa! Era el famoso e inoportuno celular, que debido a la sensible acústica de la sala, hizo resonar la llamada desde la platea en donde se situaba, hasta las galerías altas…El director detuvo la acción escénica, bajó la batuta por unos segundos, detuvo la música y con ello la acción escénica, se dio vuelta y miró hacia la platea, quebrándose así, la continuidad emocional del espectáculo.

…Al cabo de unos instantes se retomó la acción, pero muchos espectadores quedaron incómodos y fastidiados mirando con furia hacia donde provenía

el ruido.

¡El celular! ¡Primoroso regalo del progreso electrónico, y último eslabón (de bolsillo) en la cadena interminable de las comunicaciones! Insólitamente ha sonado, durante la representación de una ópera de Mozart,

y para colmo, en un momento culminante y sensible de la obra.

    En realidad, analizando ahora este hecho fríamente y fuera del Teatro Colón, lo ocurrido –es lamentable reconocerlo- no debe sorprendernos tanto. En efecto, pues fue la culminación escénica de un fenómeno que todos presenciamos a diario en las más diversas situaciones: sorpresivas llamadas en salas cinematográficas, en salones durante conferencias, galerías de arte, reuniones de padres en los colegios, colectivos, veredas, prostitutas en servicio, hoteles, bares, carpas de playas y… ¡hasta en velorios! Y a todo esto, nos vamos acostumbrando poco a poco.                       Cuando alguien llama a otro, al ser atendido, pregunta: ¿Dónde estás? Y

es común ver en la calle, a algún joven que parece hablar solo, pero cuan

do lo miramos con detenimiento, dos cablecitos salen de sus oídos y bajan hacia su bolsillo.

      La telefonía móvil y celular (consecuencia del inicial e inocente inalámbrico), va tejiendo un monstruoso e invisible enjambre de voces (o hablan do técnicamente, de frecuencias),  emitidas vía satélite, que se comunican entre sí a través del “éter” o “medio inalámbrico” tal como hacen las comunicaciones de radio.

 En la época de mi abuela, el teléfono, abulonado a un lugar fijo de la casa o de la oficina, era como el oscuro peñón de un faro marino. ¡Inamovible! Y a nadie entonces, se le hubiese ocurrido cambiarlo de lugar, y cuando so naba su campanilla, todos corríamos hacia él, como ante un acontecimiento trascendente.

Paulatinamente, se fue desechando la idea de que la llamada telefónica es un ritual que debe realizarse en determinados lugares.

Pero en los tiempos que corremos, el sonado auge mundial de las telecomunicaciones (Internet), ha creado en infinidad de personas una especie de adicción a llamar y a ser llamados por teléfono, en cualquier momento y lugar.

Como decía un psicoanalista amigo cuando tocábamos el tema: “Amar y ser amado, es reemplazado, por llamar y ser llamado”. Y tiene razón, porque una especie de compulsión irrefrenable, hace que se trastoquen las coordenadas de espacio y tiempo normales, y como resultado, se vive con excitación, por la angustia y el miedo a quedar desconectado del resto del mundo.

Pero seamos justos, pues no hay ninguna duda de que el celular tiene una enorme utilidad para los que realizan ciertos trabajos, como operadores de bolsa, periodistas, empresarios, comerciantes políticos, y otras personas con necesidades de información rápida para coordinar, tomar decisiones y atender urgencias en casos de peligro de vida como ocurre con los médicos.          Hasta aquí la cosa es comprensible.  Pero el celular, también puede (y así comienza la enfermedad), representar para otras personas, sólo una señal     de “status social”, poder, jerarquía política, prestigio profesional, y nada  más que eso.  ¡¡Y para ello es necesario, no estar nunca desconectado del resto del mundo!!

   Siguiendo de cerca estos síntomas de la enfermedad, hace algún tiempo me enteré de que, a fin de acrecentar la imagen social, existieron en el comercio, celulares “truchos” con apariencia de auténticos que hacían sonar la llamada que, aunque falsa, lograba aquel efecto, buscando de “impresionar”. ¡Para que june con envidia la gilada!

En resumen: celular vacío para cabezas huecas, donde para un necio, hasta una cajita de plástico puede aumentar su prestigio social.

      Volviendo a aquella noche en que sonó un celular en el Teatro Colón,              -pese a la recomendación previa a la función-, por no prever su desconección, molestó en la representación de la bellísima ópera Don Giovanni de Mozart,

generando malestar y distracción en el auditorio.

 

Con ironía constructiva:

       Aunque recapacitando un poco, y luego de presenciar algunas de las últimas puestas escénicas de óperas en el Teatro Colón, puede que algún escenógrafo tome la idea, y le sirva de recurso escénico “posmoderno”,  haciendo que aquel llamado del celular establezca la comunicación en la que, el Comendador ya difunto, desde el más allá, le confirme a Don Juan su asistencia a la funeral cena a que fuera invitado.

Después de todo, si en la puesta escénica de Guillermo Kuitca, para “El Holandés Errante” de Richard Wagner, se representó el suicidio de Senta , como un viaje al “otro mundo” en el transportador de equipajes de un aeropuerto, lo del incidente del celular de Don Giovanni, podría tener el sugerente efecto de un mensaje espiritista desde el más allá, para nada ajeno a la situación representada.

 

Coda:

      En el transcurso del tiempo, las modas pasan rápidamente y otras tecno logias más sofisticadas suplirán al celular. Esto no es, de ninguna manera, una garantía de que la mente humana se desarrolle con análoga rapidez, como para no ser fagocitada por la boca de un aparato electrónico, aún más alienante y voraz.        


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