lunes, 19 de octubre de 2020

Stella Mayol/Octubre de 2020


 

ESPEJOS

 

      No recuerdo cuando comencé a coleccionar espejos pequeños, de distintas formas y colores. Se convirtió en un hobby. A algunos les pintaba caritas, a otros les ponía brillantina o flores. En fin, representaban un momento de mi vida o un lugar. Tenía doscientos o más,  los colgué en una planchuela de corcho adosada a la pared de mi escritorio.

       Cada mañana, mientras calentaba el café en la cocina, iba al cuarto de trabajo y elegía uno. Era el que llevaría en la cartera ese día.

        Pasaron los años. Quedé sola. En la oscuridad ominosa, envolvente  del desvelo, encendía una lámpara roja y me sentaba a observarlos.

        Una noche de tormenta,  con la mente congelada en los recuerdos, me di cuenta que comenzaron a oscilar y  hablaban entre ellos.

         Agucé los oídos para poder escucharlos, pero no los entendía. El viento soplaba sin pausa golpeando  la ventana. Atiné a cerrarla justo cuando un crash estrepitoso retumbó en toda la casa.

         Se había caído el panel. No me moví, quedé petrificada. El viento implacable se filtraba por la ventana cerrada. Las partículas de vidrio se fueron pegando, aglutinando y, cuando prendí la luz, me encontré desnuda frente a la imagen de un gran espejo.

         Me toqué el cuerpo. Tenía puesto mi pijama y pantuflas. Me asusté.

¿Por qué me veía desnuda?

         Apagué la luz y la imagen se evaneció. Corrí a cobijarme en la cama, dudando si  tantas horas sin dormir me producía alucinaciones.

          Mis amigas me preguntaban por los espejitos. Les decía que los había guardado porque era demasiado infantil para una mujer de mi edad.

          Todos alababan el nuevo. Era oval, cincelado y el borde tenía todos los adornos que  había plasmado en los pequeños.

          Atónita me miraba una y otra vez. Siempre me devolvía una provocativa desnudez. A los demás, los reflejaba tal cual eran.

          Tenía que descubrir qué ocurría conmigo.

           Una noche me desperté sobresaltada y me paré frente a él.

Me quité la ropa. Para mi horror, la imagen ahora estaba vestida con mis prendas y, yo, desnuda. Lloré desolada. Harta de este enigma, me dirigí al placard, me puse lo primero que encontré y volví a pararme delante de él . Vi que estaba con el pijamas.

             Enloquecida, tiré el espejo al suelo. Se rompió en mil pedazos. Me fui a dormir.

A la mañana, dispuesta ya a recoger el desastre que había quedado en la habitación, tomé una escoba, una pala y papeles de diario para envolverlo y no cortarme.

            Ante mi estupor, en el panel de la pared colgaban los espejitos, como antes.

          

            La diferencia era que ellos ahora, no me reflejaban.

2 comentarios:

CLARA SCHMIDT dijo...

ME PARECE UN CUENTO DE UNA GRAN IMAGINACIÓN, BIEN REDACTADO, DONDE MUESTRA LA HABILIDAD DE LA ESCRITORA PARA CONTARNOS UN HECHO PARTE REAL Y MEZCLA DE FICCIÓN. DEJÁNDONOS LA DUDA DE LA MUERTE O NO? FELICITACIONES. CLARA SCHMIDT.

Anónimo dijo...

Me parece una narrativa contundente, surrealista con sorpresivas metáforas que adentran al lector en la sensibilidad de la autora. Mayol, ha sabido sintetizar en breves líneas sentimientos encontrados, profundos llevando al lector a adentrarse en una intimidad inquietante y subyugante a la vez.