lunes, 21 de diciembre de 2020

Josefina Fidalgo-argentina/Diciembre de 2020


 

                                                 GAMAS  CROMÁTICAS

 

        Le costó mucho tomar la decisión de venir a esta galería. Le impacta volver a sentir  los aromas del arte. Mientras recorre las salas de la planta baja, se sumerge  en el recuerdo de pinceles y bastidores. Al subir la escalera al segundo piso donde Gilberto expone sus cuadros, una  rara  ansiedad  la  conmueve en todo su ser.

        Hace ya muchos años, cuando estudiaba en Bellas Artes, Emilse conoció al pintor centroamericano Gilberto Sanz. El artista había venido a dar un seminario de puntillismo, una técnica para obtener gamas cromáticas mediante la aplicación de puntos o rasgos yuxtapuestos.

        Como olvidar ese primer día. Esos cruces de miradas durante toda la clase y a la salida, cuando se acercó para invitarla a tomar un  café. En el medio de la charla le comentó que necesitaba una modelo. Y que ella reunía todas las condiciones que a él le interesaban. Recuerda su vergüenza, y  la inmediata risa de él. Fue cuando le tomó la mano y le propuso posar para él, ya que pensaba  quedarse a vivir un tiempo en la ciudad.

         Ahora, frente a sus pinturas, vuelve a conmoverse. La embarga una mezcla de emoción y adrenalina. Le sorprende y a la vez le agrada no ser ella la que esté en cada una de esas pinturas.  Emilse siempre fue una mujer interesante, de rasgos exóticos, ojos achinados, color miel. Todavía conserva una figura estilizada, aunque ya no tiene la cabellera larga y lacia que le cubría toda su espalda.

          En aquel momento Emilse dudó, pero finalmente aceptó la propuesta.

Él le había caído bien, y eso que le ofrecía era importante también para ella, por su carrera y además porque tenía pensado ir a vivir sola y necesitaba dinero.

          Gilberto Sanz sólo pintaba cuerpos desnudos, o apenas cubiertos con matillas de encaje, donde resaltaba la sensualidad femenina, o con mantones de seda,  y capelinas de época. Ese era su estilo personal. La hacía sentir cómoda y le gustaba posar para él.

          En los ratos de descanso le contaba de sus viajes por el mundo, de su estadía en diversos países, y de su soledad a pesar de la intensa vida social que llevaba. Así fueron pasando los días y luego días y noches, compartiendo el atelier que él había alquilado. Pronto la simpatía se transformó en íntima amistad, poco a poco se fueron enamorando, vivieron la pasión de la pintura y el amor, durante tres años. Hasta el día  en que era el momento de dar el salto, como él dijo, y exponer en las más importantes galerías de arte  de las ciudades europeas.

          Y allí, en el viejo continente, se quedó a vivir su bohemia. Ella no pudo acompañarlo. Tenía a su padre muy  enfermo a cargo ya que era su única hija.

Fueron varios años de soledad y esfuerzo, dedicados al cuidado de su padre hasta que él falleció.  A través de un amigo se enteró que al poco tiempo de llegar a Francia, el pintor había sufrido un grave accidente con su automóvil, pero ya recuperado seguía pintando, viajando y exponiendo.

           Hoy domingo leyendo el suplemento cultural del diario supo que Gilberto Sanz era uno de los tres expositores en la galería de Arte. Después de siete años vuelve a Buenos Aires. Esa misma tarde de inauguración, Emilse  decide ir con Luciana, su hija. Tan parecida a él, con su cabello rebelde, castaño, de rulos chiquitos, y sus ojos vivaces, y también esa misma habilidad y entusiasmo para el dibujo y la pintura. Sorprende tan pequeña y ya con esa fuerte inclinación por el arte.

           Va con sus miedos, con dudas, sin preguntas preparadas, pero dispuesta a no dejar pasar la oportunidad. Quizás, hoy sea el día que ella esperaba desde hace tanto tiempo, quizás  hoy  pueda dar  respuestas a las  preguntas de Luciana, quizás  hoy

 

 Gilberto se sorprenda.  Apenas entra en la sala, lo reconoce, pero no atina a nada. Él conversa con otros invitados. Avanza como puede, en su silla de ruedas. A su lado, la mujer rubia que lo acompaña, apoya suavemente la mano en el hombro, y le pone un bebé en los brazos.  Emilse, resignada, aprieta  la  mano de su  pequeña  hija.

            -Vamos  Luciana- le dice al oído- se nos ha hecho demasiado tarde.

 

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