martes, 7 de febrero de 2023

Rodrigo Miguel Quintero (cuento adultos)Argentina/Enero, febrero 2023


 

RUMBEANDO

(Mención Honrosa única categoría cuento)

 

 

 

 

Teníamos que comprar ese terreno en el centro cerca de todo lo necesario; la farmacia, la carnicería, la verdulería, una veterinaria y hasta un instituto de inglés, etc. Amaba salir por el barrio. Se veían chicos de todas las edades jugando con camisas de sus equipos de fútbol favorito, pantalones cortos, pelos al viento, algunos teñidos, otros no. Las cabelleras largas se zarandeaban al viento. Era un barrio tranquilo para formar una familia, muy silencioso, de ese silencio tan profundo que grita a raudales, en especial, entre las dos y las siete de la tarde, hora en que las madres los habían mandado a los más grandes a trabajar y a los más chicos a dormir.

 

Vivir cerca del centro te abre caminos, como si el universo lo supiese y te abriera sin problemas su mano celestial. La distancia de la avenida Libertador (la principal) apenas pasaban las 10 cuadras. ¡Un mega golazo! Adoraba mi barrio. ¡Todo quedaba cerca! Algunos amigos decían: “prefiero vivir cerca de Punta Soberana. Queda lejos, sí, pero la naturaleza y el verde son únicos, acá no”. Yo a menudo inclinaba la cabeza asintiendo sin escuchar. ¡Gustos son gustos! ¡No hay que ser tan extremista! Lo más surrealista de mi barrio era que estaba a cinco cuadras del parque Belgrano bajando el cerro. El parque principal de este pueblo en la “loma del culo”. Sí, dije “culo” qué querés que le haga. Era estar más cerca de lo que la geografía mundial puso muy lejos. Amo el parque. Siempre que estoy manija bajo por una caminata. Es agua en este desierto andino. Se ve el cielo limpio, celeste y lúcido. Huele a algarrobo, palo borracho, Lengas, Ñires, etc. El alma se te baja. Se siente una calma ancestral, difícil de poner en palabras.

 

En las tardes el barrio suele estar lleno de gente andando para hacer compras. Por un lado, las madres solas o con sus hijos en brazos. A veces llevan barbijo y guardan distancia, costumbre post pandemia. Pegado a la pollería y la farmacia, hay una casa de música que antes vendía discos, ahora, vende micrófonos profesionales para podcast. Me acuerdo que les eché el ojo, di un regio manotazo hasta que di vuelta la caja de cartón. Para mi gran decepción. Lo dejé inventando eso de: “... en unos días vengo con la plata...”. Los días suman tres años y medio y sigue. Están hermosos en la vidriera y se me pianta un lagrimón. Cobro esas traducciones y me los compro. La peluquería de señoras que hay en mi barrio está casi llegando la esquina. Es fastuosa y tiene carteles que llaman la atención. Hay retratos de grandes señoras o niños preciosos “muñequitos de torta”. La gente que va allá es diferente; niños con largas vestimentas, gente mayor o pibes con mascotas. Me tumbó el olor a pan y facturas recién hechas. Decidí comprarme una docena y media. No hay nada que unas buenas facturas y un regio café calentito no curen. Estar casado te hace querer facturas, mientras que estar soltero te hace querer gimnasia. Llegué, di un beso a mi mujer y puse la cafetera al fuego.

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