lunes, 21 de julio de 2025

Roxana Rosado-México/Julio 2025


 

MARÍA

Fue concebida una noche de 1944. Sus padres pensaban que ya no tendrían más hijos, pero ahí estaba, en forma de frijolito. Se desarrolló dentro de ese vientre terso y cálido como el aire que rodeaba la ciudad, las calles y la casa. A los nueve meses nació y todo fue alegría. ¡Una nena! Blanca como las perlas, hermosa, preciosa, la más bella de todas las mujeres de la familia.

Creció cerca de la playa, pero no le gustaba asolearse. Le gustaba su cabello rubio y su piel blanca. Lo que sí disfrutaba era comer fruta. Había gran cantidad de mangos (sus favoritos), cocos, pitayas, guayabas, papayas y otras delicias. Se colaba por debajo de la reja que dividía las propiedades y se iba en compañía de sus sobrinos (tenía sobrinos más grandes que ella) a la quinta (así se les llamaban a las huertas) a comer frutas, jugar con el agua y los insectos. Cuando era hora de regresar (no existían los celulares, pero los niños sabían la hora, o escuchaban los gritos de su madre llamándoles) regresaban con las manos y las rodillas sucias, los estómagos henchidos de tanta fruta y sus caritas felices.

¡Vengan a comer! De todos modos, comían un poquito. Pero preferían los mangos.

María creció siendo el orgullo de la familia. Tuvieron un tiempo muy corto de prosperidad, y uno muy largo de carencias. Dejó su tierra y emigró a otra de la mano de su mamá. Los hermanos mayores ya estaban en esa ciudad que al principio le pareció hermosa y menos calurosa que la propia. Tan jovencita ya había tenido la primera de muchas desilusiones (encontró a su padre con su amante, como veinte años más joven que él) y eso le rompió el corazón en mil pedacitos, pequeñitos, que se juntaban cuando comía salsa verde o escuchaba música alegre, para después volver a separarse mientras dormía.

También se le volvió a romper cuando su hermano dejó de protegerla y la hizo su mujer, con el silencio envolviéndolos (no podía ser de otra forma en esa época, hablar de lo ocurrido hubiera sido un pecado, un tabú, un estigma familiar). Así que ella cargó con ello toda su vida.

En la nueva ciudad hizo nuevas amigas. Era muy risueña y le encantaba recitar poesía. También cantaba muy bien. Era muy, muy atractiva. Una vez un señor llegó con un auto muy elegante a la puerta de la escuela y se ofreció a llevarla. Ella se negó. Después una amiga le dijo -mira, es director de una institución muy importante, tonta en haberlo dejado ir-. En otra ocasión un chico que iba mirándola en la calle chocó con un poste mientras caminaba. ¡Rieron al verlo!

Así era María. Bellísima, paraba el tráfico y se quedaban sin aliento al verla.

Trabajó como modelo, como hostess en la Feria del Hogar, estudiaba italiano y francés, soñaba con viajar y conocer el mundo, le encantaba leer. Se convirtió en una mujer culta por iniciativa propia.

Un señor bastantes años más grande que ella la conquistó con un gran ramo de flores, siguiéndola a todos lados, cortejándola, guapo, interesante, culto, músico, filósofo, con una risa encantadora.

Tuvieron una niña (ella es quien escribe esta historia).

Y el señor desapareció de sus vidas dejando solo cartas y promesas sin cumplir.

Cuencos vacíos que ni la lluvia lograba llenar.

La niña creció rodeada de amor y malentendidos, confusión y frustración, ese fue el legado de su padre (aunque también le heredó el amor por el arte en sus genes). María siguió su vida, cuidando de su hija, bailando, cantando, disfrutando de la vida cuando su salud se lo permitía, soñando con viajar a Turquía, a Rusia, a París, a España, pero con el tiempo solo viajaba al médico, al hospital, y de regreso a su casa.

El último viaje al hospital fue difícil, tortuoso, complicado.

Viajó de regreso a su casa, se recuperó un poco solo para volver a caer. Había hecho demasiados viajes, conocido diferentes tipos de agujas, diagnósticos, medicinas que le habían hecho daño, rompiendo en pedacitos aún más pequeños su corazón (el cual se había mantenido de pie durante muchos años, a pesar de todos los quebrantos y sinsabores, a pesar de ya no poder comer salsa verde ni ir al cine).

El cansancio llegó y decidió detener su viaje.

Algunos dicen que fue suicidio. Yo digo que fue valiente, muy valiente al decidir el destino para su final, que pudo decidir lo que el pasado no le permitió.

Mientras escribo esto (su hija) tomo vodka derecho y escucho a Dmitri Shostakovich.

 

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