domingo, 20 de febrero de 2011

Trinidad Aparicio-Barcelona, España/Febrero de 2011

Por nombre Expósito

Se sabe que una casa es un edificio apto para ser habitado. Sin embargo su estilo cambia según épocas, adelantos tecnológicos, o caracteres arquitectónicos. Es cierto también, que en todo tiempo se han construido casas para ser habitadas por diferentes  clases sociales.

            Durante mis 77 años, guardo recuerdos muy distintos de cada una de las tres casas en las cuales he habitado. Si me permiten, luego de un pequeño preámbulo voy a contarles por qué.
           
Otoño transcurre con un clima muy variado, hoy 18 mayo, con una temperatura invernal, hemos decidido  pasar la velada reunidos junto al calor de la chimenea. Debo decir que  para nuestra familia, hoy es un día de Gracias y recuerdos.

Mi nombre es Expósito, signo evidente de que me acunaron en una Inclusa. Creciendo en esa Institución benéfica, presencié la partida de muchos afortunados niños; pero yo, pronto a cumplir 6 años seguía allí.

Fue justo el 18 de mayo de 1928, día de mi sexto cumpleaños; cuándo a media mañana llegaron los Martínez. La sonrisa que me obsequió la señora y el gesto del caballero posando su mano sobre mi cabeza, hicieron renacer la ilusión tan esperada y para ocultar mi emoción y lloriqueo incliné la cabeza mirando mis raídos zapatos.
Tras una larga conversación, que me pareció una eternidad, supe al fin, que los Martínez, sin importarles mi edad ni el color de mi piel, se convertían “en mis papás”. La capacidad de amar de ese ejemplar matrimonio, junto con mi necesidad de ser  amado, obró el milagro: asido fuertemente de sus manos y sin poder ocultar mi alegría,  dije adiós a la Casa Cuna, cerrando las puertas a mi naturaleza de huérfano. Mi flamante papá, tras caminar un largo trecho, con orgullo me cargó sobre los hombros y así llegué a la casa que por años sería mi nuevo hogar.

La casa me pareció una mansión digna de ser habitada por el Presidente Hipólito Yrigoyen, no podía creer que fuese exclusivamente para nosotros tres. Estaba edificada a la derecha de un extenso corredor. Al ingresar al zaguán, lo primero que captó mi atención fueron los elegantes sombreros y abrigos colgados ordenadamente en el perchero. Franqueando una puerta, entramos en el salón de recepción, allí había dos enormes ventanales  que  daban a la calle. Tres habitaciones de techos muy altos una al lado de la otra, daban al patio principal. Las puertas altas y de dos hojas, tenían sobre ellas una banderola a cadena que servía para su ventilación. Siguiendo por el corredor, otra puerta separaba estas dependencias de la cocina; la que hacía también las veces de comedor. A continuación seguía el baño, y por último en el enorme patio trasero donde   no faltaban: el gallinero, la huerta, el galpón, y el rudimentario horno a leña.

En la actualidad, mis padres ya no están; en homenaje a ellos, mis hijos llevan sus nombres;  en lugar de esa vieja casa que me vio crecer, educarme y hacerme hombre, hemos construido un hermoso chalet de dos plantas con todas las comodidades que nos han permitido obtener nuestro mayor ingreso económico. Tan sólo el horno de leña  conservamos en el jardín. Para muchos, es una pieza decorativa; para mí…¡Tiene el valor de una reliquia!

Es así, como año tras año, en veladas como las de hoy, nadie falta a la cita para agradecer aquel 18 de mayo, de 1928 y escuchar  recuerdos y anécdotas de mi juventud. Les cuento  que presencié la llegada de los primeros colectivos (autobuses), que vi aparecer y desaparecer el tranvía, que no teníamos refrigerador ni calefacción, que se cocinaba a leña o carbón, pero que con la cocina económica, mi madre, cocinaba manjares; les cuento que un enorme aparato de radio a galena con su gabinete de madera siempre bien lustrada, ocupaba el lugar de privilegio en el salón. Recuerdo con cariño a mi padre saboreando su copita de anís “8 Hermanos”, o salir con su sombrero al estilo Chevalier.

Mis nietos escuchan con atención, mas… la expresión de sus rostros da a entender que creen estar escuchando Fábulas  o cuentos de viejo ido. Mas yo, en esos momentos me siento feliz.

4 comentarios:

Laura Beatriz Chiesa dijo...

Trinidad: Muy Bueno, querida amiga. Un relato con todo detalle y con todo el sentimiento que, tú, sabes poner en ellos. Nos transladas, nos hacer recorrer y saborear logros y tiempos idos de, como en este caso, son personas agradecidas a la vida. Aplausos, tu amiga Laura.

abel dijo...

Trinidad, ¡ GRACIAS
Trinidad,gracias porque en tu relato,nos estás entregando no solo tu vida:nos regalas tu corazón.
No has hecho promociones de cuotas,ni publicidad por televisión y nos regalas la esencia de tu vivir que es tu corazón,¡ SIN NADA A CAMBIO !
GRACIAS TRINIDAD...
Abel Espil

Anónimo dijo...

Trinidad: Me has hecho revivir el resignado dolor del abandono Muchas veces percibí la pregunta no expresada, ¿ y a mí, cuándo?
Sentido relato. Lilia

Anónimo dijo...

Trini buenísimo tu relato, muy triste la niñez de Expósito, pero que agradecido luego, y cuanta nostalgia buena en su vida, y fue felíz.
Me gustó mucho esta historia Trini!!!
Un abrazo Jóse