sábado, 23 de abril de 2011

Yatel Soler-Ushuaia, Argentina/Abril de 2011



Trilogía de una Deslectura

Una vida de lujos y fantasmas, excentricidades que lógicamente, le otorgaron más vida a los fantasmas que a los lujos en sí. Aún así podemos decir que la caducidad de su mente no se produjo nunca.
Aquél sujeto de verde, ataviado con guantes verdes, había terminado la lectura de aquel expediente, existía en su rostro la ansiedad de un signo, la incertidumbre de un lenguaje que nos lee y por tanto omite, arbitrariamente ciertos detalles de un proceso, o al menos está inconsciente para trasmitirlo.
Acomodó su larga cabellera incolora, sorbió lo bueno de un resto de té. Dejó caer su ambigüedad una ultima vez, con una lectura veloz del texto y se tomó su tiempo para marcharse.
Primero relajó sus músculos, contempló sus manos, acaso mágicas, acariciando el bronce perpetuo de la ventana, escuchó las palomas agitarse, observó por última vez el detalle de los guerreros persas de la alfombra y se arrojó al vacío.
A medida que caía, fue poseído por una docena de sus propios fantasmas, que lejos de matarlo, lo perdieron en algunas tinieblas misteriosas.
-No hay razones para permanecer por mucho más tiempo en el baño, dijo Cecilia.
-¿Y cómo saldremos de aquí? Replicó Nancy
-Es muy simple querida, por la puerta, tan sólo vamos a atravesarla lentamente y asunto arreglado.
-¿De veras podremos irnos de aquí?
Cecilia se acercó a Nancy y acarició sus cabellos, hizo pequeños rulitos, tomó aire y dijo:
-Sí chiquita, tan pronto estés preparada nos iremos de aquí.
-Sí, me encantaría largarme de aquí, estos azulejos amarillentos me dan la sensación de soledad, ¿A ti qué te parecen?
-Yo los encuentro muy divertidos, encuentro formas en las manchas de humedad y hasta en las grietas. ¡Mirad con atención! Allí hay un enorme barco luchando con las olas, ¿lo ves?
Nancy dudó un instante, secó el agrio sudor que la bañaba, sus dedos amarillos por el tabaco temblaban completando el cuadro.
-¿Es el de tres chimeneas o el de cuatro sombreros?
-Es el de los cuatro sombreros ¿quieres que salgamos? Ahora te noto un poco más tranquila.
-No quiero irme, bueno a decir verdad sí quiero irme. Pero antes me gustaría dar algunas vueltas en ese buque, yo nunca he navegado ¿verdad que sería divertido?
-Es una gran idea, yo navegué sólo una vez, cuando era anciana, como Alejandra, hace muchísimo tiempo.
Vamos a maquillarnos, es un barco muy elegante y tenemos que vernos bien.
-Yo voy a ponerme mi vestido rojo, el mismo que mi madre usaba para correr por las paredes los días de fiesta. Pero.está en el armario.
Cecilia abría y cerraba la boca con los ojos cerrados, golpeándose el pecho. Inmediatamente se quedó estática y suspiró.
-Te dije que esos azulejos horribles me dan soledad, te lo dije, sin embargo insististe en quedarte.
-Bueno y vamos entonces Cecilia, ya no quedan razones para permanecer mucho más en este sitio.
-¿Pero cómo nos iremos?
-Por la puerta, lógicamente. Exclamó Nancy riendo.
-Pero el barco está en medio del mar, tardaremos algunos días en tocar tierra.
-Bueno, no entres en pánico, podemos nadar. Hoy es un gran día chiquita, será genial y el mar está de lo mas calmo ¿Qué dices?
-Sí, es una gran idea, me pondré la malla negra, con esos simpáticos voladitos. Pero.está en el armario.
-¿Y cómo saldremos de aquí? Replicó Nancy temblando.
-Por la puerta, tan sólo vamos a atravesarla lentamente y asunto arreglado.
-¿Es cierto eso? ¿De veras podremos irnos definitivamente de este lugar?
Cecilia se aproximó a Nancy y acarició sus cabellos.
-Sí chiquita, tan pronto estés lista nos iremos de aquí.
-Me encantaría marcharme de aquí Cecilia. Esos azulejos amarillentos me dan la sensación de estar en medio de un centenar de personas y me siento tan ahogada. ¿Qué te parece a ti?
-Yo los encuentro muy aburridos, aunque puedo ver algunas figuras caprichosas en esas manchas de humedad. Mirad con atención, hay una figura cayendo. ¿La ves?
-¿A cuál te refieres Cecilia, a la figura negra o a la figura verde?
-A la figura verde ¿estás más tranquila ahora? ¿Quieres marcharte?
-No quiero irme así, tan abruptamente, en realidad sí.
Pero antes me gustaría ir a volar con esa figura verde, sería divertido ¿verdad?
-Sí Nancy, es una estupenda idea, vamos a ponernos las alas como Dédalo e Ícaro, sino podríamos caernos.
-Sí, yo voy a ponerme las alas violetas con las que Ruth, satirizaba al tío Pedro cada jueves después del anís. Qué divertido y con ese gorrito persa. Pero.están en el armario.
-Te dije, estos azulejos son horribles, me dan la sensación de estar en un centenar de personas y me ahogo.
-Bueno, vamos Cecilia, ya no quedan razones para permanecer mucho más tiempo en este sitio.
-¿Pero cómo nos iremos?
-Por la puerta Cecilia, por la puerta lógicamente.
-Pero estamos a mucha altura, la puerta está muy alejada.
-Bueno no entres en pánico mi querida, podemos volar junto a esa figura verde, tal vez nos conduzca hacia la puerta. Tiene forma de señor, los señores siempre buscan las puertas. Además es un día ventoso, ideal para volar ¿Qué te parece?
Sí, es una excelente idea, me pondré mis gafas celestes, las que me regaló Silvina después de escribir "malva", tengo que proteger mis ojos.
Pero.están en el armario.
-¿Y cómo saldremos de aquí Cecilia?
-Pues por la puerta, simplemente vamos a atravesarla lentamente y asunto arreglado.
-¿Es verdad lo que dices? ¿Podremos irnos?
Cecilia se aproximó a Nancy y con suaves movimientos circulares acarició su cabello.
-Ya verás que sí chiquita, tan pronto estés preparada nos largaremos de aquí.
-Me encantaría cecilia, esos azulejos amarillentos me dan la sensación de un sujeto de verde, con guantes verdes y me aterroriza. ¿Qué te parece a ti?
-Yo los encuentro muy humedecidos, aunque encuentro algunas formas caprichosas. Mirad con atención. Allí hay un sujeto de verde, con guantes verdes que señala una puerta. ¿Lo ves?
-¿A qué te refieres Cecilia, al sujeto de verde con guantes verdes señalando una puerta o a la puerta señalada por el sujeto de verde con guantes verdes?
-Me refiero al sujeto de verde con guantes verdes que señala una puerta, ¿estás más calmada ahora? ¿Quieres que salgamos?
Pero nadie contestó.
El espejo lo devolvía como un inquilino de su propio pensamiento. Sintió que había vivido ciertos detalles de un proceso y ahora estaba consciente y absorto, detenido en la más rígida mueca muscular. Incapaz de trasmitir palabra alguna se mojó el rostro y su larga cabellera negra. Se quedó inmóvil una última vez, meditando acerca de algún detalle y decidió marcharse. A paso lento, tomándose su tiempo.
Relajó su cuerpo cansado, juntó del suelo un par de alas violetas, una malla con voladitos, un guante verde. Contempló la humedad que chorreaba de los azulejos amarillentos, pensó en la posibilidad de llamar un plomero y atravesó la puerta hacia el cuarto contiguo.
Lo siguiente fue un vértigo punzante y una repentina tiniebla de asfalto invalidó toda última mueca.
Aún así podemos decir que la caducidad de su mente no se produjo nunca. Esa era la frase final del expediente. Había en el rostro de aquel lector, la ansiedad de un signo, la incertidumbre de un lenguaje que nos lee y que por lo tanto, omite arbitrariamente ciertos detalles de un proceso.
Cerró la carpeta, se colocó su sobretodo y sus guantes verdes.
A paso lento y calmo salió por la puerta, con un áspero pensamiento simbólico.


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