miércoles, 22 de mayo de 2013

Juan Carlos Vecchi-Olavarría, Provincia de Buenos Aires, Argentina/Mayo de 2013



COSAS DE REYES Y DE COPAS DEMASIADAS

Cuentan las pocas pulgas de la memoria histórica que, emulando la sofisticada función del valiente “sirviente portacorbata” de la corte de Luis XV de Francia, cuya única labor cada día era la de hacer el nudo de las ridículas corbatas que el citado monarca elegía para cada uno de sus aburrimientos, el rey Francisco XV de Portugal, ideó la figura del “sirviente atacordones” ignorando que su particular iniciativa lo condenaría a dormir –ciertamente muy incómodo-, en su fastuoso aposento hasta que, cinco años después, al heredar su trono Francisco XIX, a uno de sus bufones se le ocurre la genialidad del “criado desatacordones” y así, todos los Franciscos pasados y los que esperaban en fila de espera al trono codiciado, finalmente pudieron dormir sin transpirar la real y patuda gota gorda.

Se va la segunda del historiador entrerriano Mamerto Pelurdo, quien nos cuenta en su obra titulada “No me gustan las mandarinas y menos cuando andan cerca y saltando los gorriones” (1899, editorial PELUSA DE OMBLIGO PIQUETERO), que los ridículos e imbéciles zapatos puntiagudos llamados polainas (bufonees si eran usados por el bufón con una campanilla de bronce atada en la punta donde los dedos esconden sus últimas uñas), los que estuvieron tan en boga en Europa hasta finales del siglo XV, llegaron a tener tal magnitud que Felipe IV ordenó para los integrantes de su Corte Real un máximo de ochenta centímetros.
Aquellos que desobedecían el mandato eran conducidos al patio de los pies condenados y allí se les cortaba el excedente con una diminuta guillotina.
Dos fueron los motivos que justificaron este decreto real: que las damas de compañía de la corte se negaron a tejer patines de lana que superaran los ochenta centímetros (por lo cual hicieron una huelga de hambre y de corpiños caídos durante tres semanas para el jolgorio de maridos y amantes), y porque el rey Felipe IV estaba harto de que los criados, antes de que éstos se arrimaran y arrodillaran para besarle con obediente asco la mano derecha, lo hicieran reír del cosquilleo por el roce de las polainas sobre el dedo lechón de su pié derecho.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muchas gracias por tu siempre buena presentación y apreciación a mis hechos en Juanca, querida amiga editora Graciela, gracias.

Te abrazo con alma y letra.

Juanca Vecchi