domingo, 15 de diciembre de 2013

Ita Espinoza Mandujano-Chile/Diciembre de 2013


UNA MUJER APASIONADA
                                                                                                                                                 

            Hacía bastante tiempo que no tenía noticias de ella. Por casualidad me enteré  que Samuel su pareja de muchos años, había fallecido dos años antes. Lamenté mucho su situación. Sin embargo, hoy al leer la noticia en la prensa no podía dar crédito a la información. Beatriz se encontraba desaparecida y era buscada por su vinculación con un narcotraficante, presuntamente habrían huido juntos.
            Nos conocimos en la universidad, cuando ingresamos a la carrera de psicología. Inmediatamente, hubo entre nosotras un acercamiento cordial. Beatriz vivía con su madre y hermanos. Su padre se había separado de la familia y pese a ser una figura importante dentro de la comunidad, de una ciudad pequeña, el encuentro con sus hijos era ocasional. De tal manera que la madre debía trabajar para mantener a los suyos, delegando en los hermanos el control de su hija menor. Prácticamente el que le seguía en edad, Lorenzo.
            La adolescente se convirtió en una atractiva jovencita, cuya imagen no pasaba desapercibida para los varones de su entorno, en especial para Pepe, un joven que trabajaba como cajero en un banco. La relación de ambos se mantuvo en secreto por un par de años, ante el temor de ser descubiertos por sus hermanos. Pero en una ciudad pequeña, siempre las cosas del corazón motivan su difusión. Cuando Lorenzo lo supo, consiguió influencias para que el joven fuera trasladado a Punta Arenas. Mi relación de amistad con ella y su familia, me permitió acercarme a fin de consolarla en su pena, ante la ausencia de su enamorado.
            Andando el tiempo, Beatriz entabló amistad con un ex compañero de universidad, quien sí contó con las simpatías de la familia por perfilarse en él un futuro brillante como profesional. A fin de librarse de la tiranía fraterna, sin pensarlo mucho, aceptó casarse con este muchacho. Fue un casamiento privado, casi como un contrato escueto y frío. Y en la misma noche de bodas supo lo que sería su relación amorosa desde ese momento. Prefijado por el hombre y a manera de convenio, los días y momentos en que contaría con la cercanía íntima de su esposo, establecido de antemano. ¡Cosa de locos!, pensarían  algunos. No obstante, ella había hecho su elección y debía someterse.
            Alcancé a recibir sus confidencias antes que se trasladara con su marido al sur, investido con un importante cargo. Nunca me invitó a su casa, porque ambas sabíamos que su marido no soportaba al mío. Pasaron muchos años en los cuales no supe nada de ella, hasta el día en que recibí una carta anunciando su pronto traslado a la zona. En ella mencionaba, además, su vida solitaria y sin incentivo. Su marido ni siquiera le permitía ejercer su profesión. Y así fue, recibí su llamado telefónico unos meses después para invitarme a su casa, pues dentro de sus tiránicas reglas hogareñas, no podía viajar sola. Recuerdo que en el mes de Mayo, precisamente, el día de las Glorias Navales fuimos a esa ciudad, a casa e unos amigos, y logré verla en el acto oficial.  Ahí estaba en la plaza, entre las autoridades y los personajes más importantes del pueblo; pero luciendo como una mujer cargada en años, mal vestida, peinada con un moño sin gracia y ocultándose detrás de unas gafas pasadas de moda. Para no crearle problemas domésticos, en un momento en que la vi sola, me acerqué a saludarla a fin de poder concertar un encuentro fuera de su casa.
            Nos encontramos en un sitio discreto, ante una taza de té y pastelillos. No habían tenido hijos, de lo cual sin mayores investigaciones su marido la culpó, sin más. El tiempo le demostró lo contrario.  Conversamos mucho acerca de rebelarse de esa tiranía y la solución era reencontrarse nuevamente con su profesión. La vi determinada, pero a la vez indefensa ante el ogro en que se había convertido su esposo. Meses después me telefoneó para comunicarme que estaba trabajando en el Servicio de Prisiones y ya separada de su marido. Ello había ocurrido, después de un intento de suicidio motivado por la situación hogareña que la estaba destrozando. Su hermano, esta vez sí la apoyó y ella debió aprender a vivir sola, pero siempre pensando en encontrar el amor verdadero.
            Pasó algún tiempo y un día,  recibí su alegre llamado para contarme que tenía una pareja con la cual ahora, se sentía realizada. Había comprado una casa en la misma ciudad donde vivió en sus tiempos de casada. Al parecer cambió la maternidad por el trabajo. Con el tiempo, este esfuerzo le proporcionó una situación holgada para el futuro que había construido junto a su pareja. La visité en algunas oportunidades y su aspecto había cambiado, traslucía su buen gusto en los detalle, tanto en su persona como en su hogar. Sin embargo, lamenté apreciar que Beatriz, ya no era la misma como en nuestros tiempos de estudiantes. La cercanía de ese ser de mente anormal con el cual vivió por tantos años, la había cambiado. Nuestra amistad se enfrió y no volvimos a vernos nuevamente. Supe posteriormente que Samuel su compañero de tantos años, había muerto de cáncer y ella estaba sola, de nuevo.

            Ahora, la noticia policial me conmocionó. Beatriz, había entablado una relación sentimental con un joven interno del presidio donde ella trabajaba como profesional. Al parecer ella se había complicado en la fuga del sujeto, acogiéndolo en su hogar. Luego de liquidar todo su dinero del banco, junto con sus joyas y objetos de valor, ambos desaparecieron sin dejar rastro. El auto de Beatriz lo encontraron abandonado en Argentina y de ella y del narcotraficante que ahora era su pareja, ninguna pista.
            Han pasado los años y de Beatriz guardo la grata imagen de una mujer apasionada. Me pregunto ¿Estará viva?, ¿Habrá encontrado finalmente el verdadero amor. 

(De su libro Valparaíso en el Susurro del Tiempo)


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