miércoles, 26 de noviembre de 2014

Luis Tulio Siburu-Argentina/Noviembre de 2014

Y se puso a pensar         
“No basta compartir las ideas con el prójimo; se ha de compartir la vida” (Rabindranath Tagore)


El reportaje había terminado.  Lo último que escuchó Beto en su automóvil fue Hospital Salaberry. El pequeño reporteado se quedó callado. Había dicho todo y mucho más. Si hasta faltaba que entregara sus lágrimas. El reportero también se quedó sin palabras. Si hasta faltaba que cambiara el micrófono por un pañuelo. El automovilista manejaba mirando el camino pero metido metafóricamente dentro de la radio, puertas adentro de la emisora. Si hasta faltaba que aplaudiera. Pero no quiso dejar el volante. Ni tampoco estaba seguro que el aplauso fuera lo correcto en ese momento. Quizás sí como elogio a la voluntad y valentía. Quizás también por la corrección y falta de golpes por parte del periodista. Pero el hecho era muy grave como para aplaudir. Había que limitarse a rogar y analizar porque a veces la sociedad llega a extremos ridículos, retrógrados, miserables, injustos. Pero que se tapan con un manto de hipocresía. Y al otro día, si te he visto no me acuerdo. Aunque quede un llanto grabado, una voz escuchada por miles, un duplicado de la nota en una página de periódico del día siguiente.

Y se puso a pensar.

Beto, el conductor del automóvil que manejaba hacia Campana, creía a veces ( o casi siempre ), que las cosas le pasaban solamente a él. Hasta que aquél programa del cual se había hecho oyente consuetudinario le mostró historias de otros, de muchos. O de uno sólo, que bastaba por mil. Como el chico de ésta tarde. Y se dio cuenta entonces que era un egoísta que priorizaba sus problemas, olvidando que los demás también los tienen. Y mucho mas graves que los suyos.

Ese día la nota había sido muy fuerte, caló hondo en sus entrañas, la voz del chico que pedía sangre para su hermanito – a las puteadas limpias - aún le caminaba por sus oídos. Estuvo una hora andando por la autopista y en ese ínterin no entró  a la radio ningún llamado preguntando por la hora, el día, el lugar, donde se podía hacer la donación en forma directa, porque la gravedad del caso asi lo requería. Eso sí, muchos llamaron para asegurarse “si el próximo lunes era feriado largo” o si ya había fecha fijada para “el partido de fútbol suspendido la noche anterior por agarrarse a trompadas los hinchas de un mismo club”. Los imbéciles siempre tienen tono disponible para ingresar al conmutador de los medios.

Y se puso a pensar.

Frenó de golpe. Por si acaso miró antes su carnet de conductor para confirmar su tipo de sangre. Cruzó del otro lado de la Panamericana y volvió rápido hacia la Capital. Atravesó el peaje, tomó Avenida General Paz hacia el Riachuelo, bajó en Juan Bautista Alberdi rumbo al centro, Hasta la calle Pilar. Había una plaza. No entendía nada. Allí siempre había estado el Hospital Salaberry, Averiguó. Le dijeron que cerró en 1981. Se ve que hacía mucho que no iba por el barrio. Ahora se llama Hospital Santojanni, pero que muchos le siguen diciendo ex Salaberry ( esa es la última palabra que escuchó por radio) y queda en la calle  Pilar , a diez cuadras de allí. Aceleró y entró corriendo a la Guardia. Preguntó por Ricardo Yanpur. No sabía si era con LL o con Y, porque lo había escuchado por radio, le dijo a la enfermera. “El hermanito de un chico de 7 años que necesita urgente sangre “factor B - RH negativo“aclaró. Lo llevaron enseguida a una habitación del primer piso. Lo acostaron al lado del rubiecito que lo miraba con ojos casi sin vida. Se llamaba Ismael. Los enfermeros y el médico de guardia hicieron rápidamente las maniobras previas a una transfusión directa, luego de comprobar que la sangre de Beto era la necesitada, un tipo de sangre difícil de hallar entre la población. Habrá estado allí tres cuartos de hora. Al rato se acercó Ricardo. “¿Usted vino porque me escuchó por la radio?” preguntó. –Si, le contestó Beto, vine por los dos, por tu hermano  y por tu coraje para recorrer todo Buenos Aires y lograr un micrófono para salvar una vida. No te podía fallar… “Gracias, señor…¿cómo se llama usted ?”. -No importa ahora. Llamáme Beto.

Y se puso a pensar.

Beto – mientras tomaba un descanso de media hora y comía una medialuna, recomendada por los médicos –se dio cuenta que no estaba allí de casualidad. Y precisamente en ese Hospital, aunque ahora hubiera cambiado de nombre y de lugar, pero era el ex Salaberry, para el caso era igual . Y justamente el mismo tipo de sangre. Muchas coincidencias para que los recuerdos no afloraran Hace muchos años, ni él mismo podía precisar cuantos perounos cincuenta, hubo un accidente entre un micro estudiantil y un tren, en una barrera de….algo así como Villa Celina o Mataderos o Villa Madero…Él era un adolescente que ese día estaba casualmente en lo de su amigo Coco y pasó algo que lo marcó, como suele pasar con las grandes tragedias. Por una radio igual a la de hoy, seguramente menos moderna, se anunció el terrible hecho y que una gran cantidad de heridos eran llevados al Hospital Salaberry. La madre de Coco – él cree que se llamaba Inés o Beatriz, no podía precisar – al escuchar que el tipo de sangre pedida coincidía con la suya, se  puso un sacón gris, ni se peinó casi, tomó la cartera y sin pensarlo dos veces le dijo a Coco  que se iba a donar sangre al Salaberry. Nadie se la había pedido. No fue necesaria “una cruzada nacional” ni “un premio especial” para que ella tomara la decisión. Nunca iba a olvidar la escena y a esa mujer. Que seguramente ya estará muy viejita o quizás haya fallecido. ¿Alguien habrá donado sangre para ella si fue necesario? Beto no puede contestarlo porque lo desconoce. Pero lo que sí puede afirmar – y está orgulloso que aquel recuerdo lo hiciera hoy retomar la Panamericana – que una vez conoció a una mujer – llamada Inés o Beatriz, el nombre es lo de menos – que no se quedó sentada frente a la radio esperando que la llamaran o la vinieran a buscar….El amor hacia los demás – ahora lo sabe Beto – no se hereda, se debe hacer conciencia…. Entonces… basta ahora – razona hacia adentro – de estar pensando en uno mismo solamente. De mirarse su propio ombligo.






1 comentario:

Anónimo dijo...

Es admirable Luis, como dentro de dos relatos pequeños, descubres las alas que cubren a toda una sociedad.
Las alas de la solidaridad, del amor , del pensar en el otro...si me permites Luis? - relato esmerado y ágil--es una manifestación, de lo que cada uno de nosotros como parte de una sociedad debemos hacer en los distintos aspectos de la vida.
Abel Espil