miércoles, 26 de noviembre de 2014

Piñones Segovia-Chile/Noviembre de 2014





LA   L ÁP I D A

                                              
Una vez más, Carlos llegó a la florería, y como siempre eligió camelias, que tanto gustaban a su señora en vida.
 -Ahora que no está a mi lado con toda seguridad, ¿por qué no han de seguirle gustando?
       En ese pensar estaba, cuando la florista le dio el valor del ramo. De inmediato hurgó en los bolsillos de su chaqueta para sacar la billetera y cancelar la compra. La joven fue hacia la caja para entregarle el vuelto,  sin percatarse que a sus espaldas, al hombre le invadió una extraña palidez, y enseguida se desplomó junto con las flores.
      Tan pronto la mujer se dio cuenta de lo ocurrido, corrió hacia él, en un vano intento de ayudarle. Al darse cuenta de la imposibilidad de hacerlo, optó por correr a la calle pidiendo ayuda. Muy pronto se hicieron presentes sus vecinos comerciantes, los cuales trataron de reanimar al hombre caído. Al no conseguirlo, optaron por solicitar la pronta presencia de una ambulancia.
       Finalmente, todos se enteraron del fallecimiento de Carlos, quien semanalmente se iba a visitar la tumba de su esposa. Esta vez la florista, junto a la familia, acompañó en el funeral a su cliente, y depositó el ramo de camelias en su tumba. 
       Muchos llantos se escucharon, hasta que de pronto se hizo un silencio, cuando se instaló sobre  una improvisada tarima, el presidente del “Círculo de ex Funcionarios  de la Policía de Investigaciones”,  y a nombre de la institución, destacó el gran aporte en el desempeño  de las difíciles tareas que Carlos había desempeñado, como hombre íntegro dentro y fuera de su trabajo.
Finalmente habló uno de los hijos del finado, y en tono muy sentido, agradeció a todos los presentes el haberles acompañado en el dolor.  Luego los acompañantes se acercaron a darles el pésame a los parientes más directos.
      
       Ya instalados en Restaurante  “El Quita Penas  “, Luis, Juan y  Julio, colegas y amigos íntimos de Carlos, solicitaron, como siempre era su costumbre, la clásica botella  de vino Pipeño, ahora acompañada de sólo tres copas, debido a la ausencia de Carlos.
     Tan pronto llegó el pedido, y ya acomodados en sus asientos  antes de servir los vasos, Luis pidió un minuto de silencio por la partida de Carlos, mientras se escuchaba el bolero la “Copa Rota” interpretado por José Feliciano.
     Pasado el minuto, el primer brindis fue por el recuerdo del amigo Carlos, del cual dijo Julio, nunca olvidaremos y, esta vez, no vamos a jugar al cacho para definir quién paga la cuenta, ahora la dividiremos, preguntando. -¿Estamos de acuerdo? - Que así sea.- respondieron los otros.
      Muy rápido se fue la botella del Pipeño, siendo reemplazada por otra, la que vendría acompañada por una pichanga compuesta de: chancho, queso y aceitunas.
     Toda la conversación giró en torno a recuerdos del fallecido, y en lo principal, que éste no comulgaba con ideas religiosas, por lo tanto, todo lo que se hablaba era del reciente velorio, el cual había sido bien regado y lo bien atendidos por el Restaurante.
      -Velorios como el de Carlos ya casi no se ven en estos tiempos.- dijo  Juan, el cual apuraba los tragos. - Ahora lo primero que hacen los deudos es meter a los finados en las iglesias, como si estos hubieran sido piadosos, en consecuencia que  no pasaban ni por afuera de éstas.
      -Hoy en día, todo el mundo busca la economía como si la plata se la llevarán pal otro mundo. - Comentó Luis. - Ya no me cabe la menor duda, que hoy vivimos en un mundo de egoísmo. - dijo Juan apoyando a Luis.
      Y así fue que la conversación, se fue centrando en el recuerdo del velorio, el cual había sido con muy buenos tragos y buena comida. Lo que más recordaban, era los buenos chistes, de todos los colores contados con mucha gracia.
-Cuando llegué a mi casa, para ponerme en la buena con mi señora, le conté uno y hasta nos llegamos a caer de la cama riéndonos,- dijo Luis.
¡Cómo reían estos hombres, ya no eran los mismos de horas antes! Muy rápido las primeras sombras se iban haciendo presentes. Estos amigos habían tenido un día de dulce y de agraz, pasando de la tristeza a la alegría, comprometiéndose  a reunirse el jueves próximo a las 10 horas en la entrada del cementerio para visitar la tumba de Carlos.
       De pronto Julio dijo: -¡Amigos, ¿recuerdan la promesa hecha por nosotros, que el primero  que  falleciera nos enviaría una señal desde El Más Allá! –¡Afirmativo!- respondieron los otros. Una vez más chocaron los vasos haciendo salud por el finado y cancelaron la cuenta abandonando el lugar.
   
       En las afueras del cementerio se encontraba Julio, sentado en un banco leyendo el diario y muy pronto lo hizo Juan. Mientras charlaban escucharon la bocina de un auto y de él bajó Luis, le hicieron señas e iniciaron la caminata en dirección a la tumba del amigo.
        Al llegar se encontraron con la sorpresa que  en la tumba de Carlos, lucía una plancha de mármol con la siguiente leyenda: -“Cuando yo llegué a este mundo, todos reían y yo lloraba, hoy que ya he partido todos lloran y yo me río”
       -¡Que original! - exclamó Luis. -¿No será esta la señal? - Preguntó Juan - ¡Quién sabe, a lo mejor!- dijo Julo. Y así, los amigos, se dieron a la tarea de investigar quién había ordenado colocar aquella lápida. Vana resultó la investigación porque no pudieron descubrir su autor. De tal manera que optaron por acercarse a las marmolerías. Finalmente dieron con la que había efectuado el trabajo. Ante la consulta sobre quién había encargado aquella lápida, el dueño dijo no saber el nombre de la persona. Sólo sabía que la habían encargado el mismo día del funeral, habiendo sido instalada recientemente.
        Ante lo dicho por el hombre, estos se miraron entre sí. De pronto Julio le preguntó: ¿Cómo era la persona que le había encargado el trabajo? El hombre iba a empezar hablar cuando Luis  sacó rápidamente de su bolsillo una postal, en donde aparecía él con Carlos.
      El hombre, cogió la fotografía, y sonriendo dijo:- Este es usted y el otro es la persona que encargó la lápida.- Esa era la señal del Mas Allá, sin hacer comentarios se despidieron, abandonando el lugar cada cual por su lado, porque  las palabras estaban de más.

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