miércoles, 26 de noviembre de 2014

Alberto Feldman-Argentina/Noviembre de 2014

Gloria, la mujer que los dos queremos

     No puedo dormir, se lo tengo que decir hoy mismo, mientras no ponga esto en claro, no tendré un minuto de paz.
 Creo que ya se debe haber dado cuenta de lo que siento por ella. Desde que llegó aquí me cambió la vida para siempre, y si no me quiere como yo la quiero, seré infeliz también para siempre.
 Me vuelvo loco con su voz, con el brillo de sus ojos, con su boca  siempre sonriente, con la suavidad y el olor de sus manos cuando me acaricia.  Me acaricia como me acariciaba mi mamá,  y  sus manos, como las de ella,  huelen  a veces  a  verdura  y otras  a jabón.
  Tiene un ángel especial para las cosas más simples, se desliza por la casa en vez de caminar;
cuando cocina, cuando vuelve de hacer compras, cuando se viste como una diosa para salir.
 Tiene una gracia, una luz propia, no es que yo le invente cosas porque me tiene enamorado,
ella  es simple y naturalmente así.
   Esto no tiene solución; si le digo a él que estoy enamorado de  ella, seguro que me matará, y mucho peor que la muerte es pensar que probablemente  Gloria ni siquiera me tome en serio, después de todo,  tengo sólo  doce años y ella es la nueva mujer de mi papá.
Mejor me voy a jugar con la computadora.

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