miércoles, 21 de octubre de 2015

Alejandro Insaurralde-Argentina/Octubre de 2015



Tucumán y el efecto dominó que no fue

por Alejandro Insaurralde


La tierra del Plata sucumbe otra vez. Lo hace en forma cíclica, por periodos. Nunca termina de sucumbir y cuando los inestables corazones de sus hijos parecen aquietarse, vuelve la manía. Se hace crónica la cosa, no tiene culminación. Funciona como una espiral que crece y mengua en la psicodélica circunvalación de su monotonía que algún botarate llamará "destino".
Vaya periplo. Se sale y se entra al mismo punto que, para ser taxativo a nuestra política, es como el triunfo del masoquismo colectivo. ¿Qué clase de destino nos inventamos entrando y saliendo de un error caprichoso que duele?
No hay tal destino. Y si lo hubiere, se consume en cada renglón de la historia escrita. El destino no conoce de futurologías, se diseña en la acción permanente. Para un cronista testigo de la realidad argentina, la pluma o código binario testimonian aquello que la espiral revolea por los costados en forma de miserias populares.
Tucumán representó la consumación del hastío. La mansedumbre tiene límites. Y la tolerancia también. Pero la noticia de fraude se expandió como una onda centrífuga que no provocó el efecto esperado. Lo que debió manifestar una gran parte del país harta de políticas feudaloides lo terminó gritando un puñado de patriotas de una provincia tan pequeña como significativa. Los tucumanos dijeron "basta" no sólo al fraude electoral, sino al vicio y felonías del poder donde el fraude es una práctica más. Y vamos a anotarle un poroto al destino: la Declaración de la Independencia parece haber signado a Tucumán a este tipo de sacudidas.
Argentina es una tierra donde sus retoños tienen pasiones enrevesadas y extrañas. El criollo lleva el lastre del lamento gaucho y el cosmopolita se contagia rápido de la inmoralidad. Por eso el argentino va armando así su "destino" con pruritos que invitan al desasosiego. Todo ello, de la mano de su más fiel servidora: la bronca. Es ella la encargada de exteriorizar males en estado larval que nos carcomen en voz baja y que cuando nacen, se manifiestan como en Tucumán. Pero hay otros bichos que habitan en el argentino medio, en especial el de Buenos Aires. Es un bicho narcisista que prejuzga, fogonea el clasismo, divide en lugar de unir, exige sin ofrecer. El egoísmo es ese bicho cuyo único entomólogo capaz de analizarlo es la conciencia de la otredad. El otro es alguien que puede sufrir igual que yo, sentir igual que yo, vivir igual que yo. Pero la toma de conciencia es un ejercicio en desuso y por tal motivo la epidemia de este bicho se propaga. Un dato curioso: siendo un país record en psicoanalizados, en Buenos Aires todavía se bucea en la banalidad a la hora de analizarse y son muchos los que salen corriendo al terapeuta por cualquier nimiedad. No hay fórmulas mágicas ni rivotriles que puedan con esto. Se cambia con decisiones.
Para el porteño, Dios puso oficinas de todo tipo en Buenos Aires, menos la "Oficina Anticorrupción". Esa, la abrió el Diablo. Y la puso adrede para boicotear a Dios con el engañoso prefijo "anti". La oficina en cuestión hace todo al revés: encajona causas, denuncias e incluso muertos en los roperos. A éstos muertos se les niega un féretro digno porque el amarillismo los encajona después en la TV con infinitos videographs boyando en pantalla. Por eso lo de "anticorrupción" es una discordancia flagrante. Imaginemos que esta oficina nacional - con sede porteña - pueda controlar más allá de la administración pública y que su función se haga extensiva a la conducta de los ciudadanos: que controle su psicología, su escala de valores, su formación cívica, su espiritualidad. ¿Cuántas sucursales harían falta? ¿Unas pocas darían abasto?
La Buenos Aires irredenta por falta de federalización es consecuencia de una perversión antirrepublicana. No tenemos entidad como República y cuando reclamamos por ella, estamos pateando al vacío. Tomaré al respecto palabras de Santiago Kovadloff: "La República aún no ha sido construida; Alberdi, Belgrano y Güemes no son hombres del pasado sino del porvenir y nos están esperando". Kovadloff nos indica que no se puede reivindicar lo que aún no nació. Estamos todavía en el pasado bajo la influencia de populismos monolíticos, que se perpetúan una y otra vez por los corredores de la impunidad y la corrupción. Las políticas feudaloides de Tucumán y otras provincias, son el producto de esa corrupción y atentan contra el federalismo y la República.
Ese masoquismo que padece el argentino tanto de Capital Federal como del resto del país, se instituye en el clásico "mentime que me gusta", "son todos iguales, qué te vas a calentar si todos roban". Nos dejamos seducir y sospechamos que hay un engaño, pero la seducción nos puede. Seducir proviene del latín seductio que significa "engañar con arte" y los políticos aprenden bien estas técnicas persuasivas de oratoria para seducir a la audiencia. Y en algunos, todo este disparate cívico desemboca en la luctuosa forma de "votar por el mal menor" para disimular el engaño.
Esperábamos que lo ocurrido en Tucumán tuviera una reacción en cadena donde cada pieza de dominó hiciera su parte. Tal reacción no consiste en empujar al otro sino en pasar la posta al otro, respaldarse y no volver atrás con la dirección trazada. Este efecto dominó quedó trunco, pero ojalá haya servido de inspiración para las pusilánimes voluntades que aspiran al cambio pero que no lo efectivizan en la práctica.


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