sábado, 20 de mayo de 2017

Irene Evel Cordiano-Argentina/Mayo de 2017



LLORICONA


Todos los habitantes de Pueblosonriente eran requetesonrientes.
Bueno, todos lo que se dice todos, no. El año pasado,  para desgracia de ellos, se había mudado allí una señorita requetellorona.
Ella se pasaba el día llorando en cualquier parte y por cualquier cosa. De molesta que era nomás. Para colmo también lloraba hasta cuando recibía buenas noticias.
Como lloriqueaba requetemucho siempre tenía los ojos colorados y requetehinchados. Por eso  la bautizaron Lloricona.
Con el tiempo, los habitantes del pueblo se aburrieron de pedirle  que sonriera. Así que dejaron de hablarle,  ni siquiera la saludaban.  Al cruzarse con ella en la calle daban vuelta la cara. Y los vendedores de los negocios miraban el techo cuando la atendían.
Es que estaban requetecansados de sus llantos.
Lloricona se había convertido en un desagradable problema para los habitantes de Pueblosonriente.
Un día  se les terminó la paciencia y le dijeron que se fuera a vivir a otro lugar, que no la aguantaban más, que estaban requetehartos de verla llorar,  y que basta, se acabó, ¡adiós!
Lloricona hizo todo lo que no debía:  tragó saliva, tosió, soltó un gemido largo, y se puso a lagrimear…, pero se detuvo al advertir que los rostros de sus vecinos empezaban a enrojecer y que sus dedos índices señalaban la salida del pueblo.
“No me quiero ir de acá. Tengo que hacer algo ya mismo “– pensó desesperada,  mientras ellos avanzaban amenazantes .
Rápidamente se limpió los ojos con la manga de la blusa y, para demostrarles que iba a  cambiar, comenzó a reír como loca.

Ahora a Lloricona la llaman  Sonrisona,  tiene novio y un montón de amigos. Y anda por el pueblo,  siempre llena de risas.

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