viernes, 22 de diciembre de 2017

Alfonso Agustín Rojas-Chile/Diciembre de 2017



EL DESTINO NO PERDONA

            Llevaba hora y media en la biblioteca de la Universidad. Tenía un certamen de Castellano sobre la vida y obra de Garcilaso de la Vega, no el Inca, el otro, el español, aquel nacido en Toledo en 1501 y fallecido en 1536. De pronto dejó el lápiz, se restregó sus ojos para relajarse. Iba a continuar con su estudio cuando sintió un latigazo en su corazón. Su mirada se encontró con la luminosidad proyectada por las pupilas de unos ojos masculinos. Una corriente eléctrica le recorrió su cuerpo, quedándose con la vista clavada en aquel joven que sonriendo algo murmuraba, sus labios se entreabrían y cerraban  pausadamente.
            Emilia, no esta interesada en el amor, a pesar de tener 23 años y ser de agraciada belleza, sólo le interesaba estudiar y obtener un título de  Pedagogía en Castellano.
            Javier, sin despegar sus ojos de los de ella, se levantó, dejando el libro que leía y lentamente se aproximó. - ¡Hola! - dijo. - ¡Hola! - Contestó ella.
            - Me llamo Javier Rivera…
            -Yo, Emilia.
            -Te conozco desde hace mucho. Diariamente concurro a esta biblioteca y me extasío contemplando tu figura mientras estudias, y tú, en todo este tiempo no te has dignado mirarme. –dijo en un tono risueño.
            -Vengo a estudiar y no a conocer gente.
            -Pero nuestras miradas se han encontrado.- le contestó en el mismo tono.
            -Sí, pero sólo por casualidad. Y tomando sus libros, se marchó.
            Javier, esbozando una sonrisa, se frotó las manos. A lo menos, ya había iniciado el contacto.

            Tres meses después, Emilia presentó su tesis de grado, obteniendo el ansiado título aprobado con distinción.
            Envió su currículum a varios establecimientos educacionales de Viña del Mar, recibiendo variadas ofertas de trabajo. Eligió, finalmente como inicio a su labor docente, el prestigioso Liceo Integral “Miguel de Cervantes”. Al tercer mes, sus remuneraciones le permitieron arrendar un pequeño departamento en el centro de la ciudad. Lo alhajó con exquisito gusto femenino, disfrutando de él y de la hermosa vista al océano.
            Sus padres vivían en Osorno, y la visitaban cada dos o tres meses. Ella era feliz con su trabajo, la elección de su carrera la llenaba de satisfacción.
            Una tarde, en que salía de la biblioteca del colegio, a la que había concurrido en busca de información para sus clases, de pronto, se encontró de frente con Javier, a quién nunca había olvidado, pero tampoco lo recordaba muy a menudo. Otra vez las miradas se encontraron, y ambos fueron atraídos por una fuerte carga de adrenalina que recorrió sus cuerpos llenándolos de una suave correspondencia.
            Nació en ellos una linda amistad, que día a día se fue acrecentando. De lunes a jueves cenaban juntos en el departamento de ella. El viernes, por la tarde, Javier viajaba a la Serena, a casa de sus padres.
            Pasaron algunos meses, y Emilia se sintió muy preocupada por el atraso que presentaba su período. Concurrió a una clínica para realizar un test de embarazo, que dio positivo.
            Creyó que el mundo había llegado a su fin. ¿Qué diría Javier cuando le informara de ésta situación? ¿Qué haría ella? ¿Cómo lo tomarían sus padres? ¿Y los de Javier?  ¡Ese fin de semana había sido el más tormentoso de su vida! – Pensó con terror -  Luego se acostó, pero no pudo conciliar el sueño.
            Ese lunes por razones de trabajo, Javier, viajó directamente a Santiago. Al ver que pasaban las horas, y él no la llamaba, ello acrecentó su angustia. La soledad y la imperiosa necesidad de comunicarle su estado, la hizo decidirse a llamarlo por el celular, contrariando el compromiso que habían acordado:- “No llamar jamás, pasara lo que pasara”-. Javier, no aceptaba llamadas particulares en los equipos de la Empresa.
            -Aló ¿Quién llama?
            -Soy yo, Emilia.
            -No puedo atenderte en este momento, estoy en una reunión de trabajo.
            -Pero necesito urgente informarte algo muy especial.
            -Espérame hasta mañana martes, como siempre, cenaremos juntos. ¡Te amo!- Y cortó.
            Sumida en su angustia trató de leer, sin lograr la atención al libro que tenía en sus manos.
            Efectivamente, el martes, a las 19:30, llegó puntual a la cita, llevando en sus manos un hermoso ramo de rosas rojas. Ella, en tanto, tenía la cena preparada y la mesa dispuesta. Se fundieron en un jubiloso abrazo y un largo beso selló el regreso.
            Al final de un ardoroso encuentro de amor, ella le hizo saber su estado de gravidez.
            -¿Cuántos meses tienes?
            - Estoy en los tres meses.
            Él, feliz saltó de la cama, bailando semidesnudo. Luego, arrodillándose frente a ella la acarició, la besó y le dio las gracias. Le prometió que él se haría cargo de todo. Que ella sólo se preocupara de preparar, la que será la pieza del bebé… Luego rompió en sollozos, llorando de felicidad. Lo que más ansiaba en esta vida era tener un hijo, y lo había engendrado en ella, su amada e idolatrada Emilia. En un momento de euforia máxima, le hizo saber que pronto podrían casarse. Y a sus padres ya no les dedicaría su presencia los fines de semana. Ella se abalanzó sobre él y lo colmó de besos por la felicidad que le ocasionaba esta maravillosa noticia.
            Luego, Javier cogió su chaqueta y saliendo feliz de la habitación con destino al centro de la ciudad. Quería adquirir, lo antes posible, los artículos necesarios para el nacimiento de su hijo.
            Una hora después, sonó el teléfono. Emilia esperó cuatro tonos, contestando:
            -Aló, sí, habla Emilia.
            -Señorita, habla con el Teniente Garrido, de la Primera Comisaría de Carabineros. Mi llamado es para informarle que el señor Javier Rivera, ha sufrido un grave accidente automovilístico.
            Emilia se altera y no sabe qué contestar y finalmente pregunta.- ¡Dígame cómo está Javier!
            -Lamento tener que darle una mala noticia, pero entre sus pertenencias estaba su celular y por este motivo la llamo.
            -Teniente, dígame la verdad, por favor. Le contestó Emilia con el rostro congestionado por las lágrimas.
            -Bueno, debo informarle que don Javier falleció en el mismo sitio del suceso y sus restos están ahora en el Instituto Médico Legal, para realizar los trámites de rigor. Le rogaría se comunique con su familia para el reconocimiento de sus restos. En su billetera, además de su carné de identidad y permisos de circulación, encontramos su nombre y número en su celular,  y una larga lista de artículos para bebé. Reciba usted mis respetos y condolencias...
            Emilia sólo atinó a decir: -Está bien, gracias...Y junto con apagar el aparato, cubrió su rostro con sus manos para ahogar un amargo sollozo que estremeció su cuerpo. ¡Lloró hasta secar sus lagrimales¡…

           
            Después de largo rato, en que dio curso a su desesperación, se sentó en la cama y pensó: “La frágil levedad del ser se hace presente en el instante menos oportuno en la vida de los seres humanos. Hace una hora, todo era alegría para nosotros, el futuro se veía promisorio y el nacimiento de nuestro hijo coronaría nuestra felicidad, y ahora, ¿qué?”...
            Los restos de Javier fueron llevados a La Serena, donde ahora descansa en paz.
           
            El embarazo de Emilia resistió el agravante dolor causado por el deceso de Javier. Iba en su cuarto mes de gestación, habiendo superado con fortaleza, el trauma emocional. Todo esfuerzo físico, intelectual y moral, lo destinaría al bien superior que significaba llevar en su vientre la simiente de quien fuera su gran amor.            
            - Todo lo daré por su recuerdo y por nuestro hijo. - Había prometido a Dios, arrodillada ante el altar mayor de su Iglesia.
            Una tarde, en el ascensor del edificio, cuando corría su quinto mes de embarazo, al coger la bolsa de supermercado, se adelantó una mano femenina que se ofreció acompañarla hasta el departamento ubicado en el mismo piso, donde ambas habitaban.
            De ese primer contacto nació una amistad que se hizo fuerte con el paso de los días. Magdalena, su vecina, dos o tres años mayor. Delgada, de larga cabellera cobriza y ojos oscuros, le demostró gran simpatía. Había llegado a vivir a ese edificio sólo hacía algunas semanas. Su título profesional era: Traductora de inglés, francés y alemán, trabajando de preferencia en su departamento, para la Cámara de Senadores del Congreso Nacional. Fue tanta la familiaridad, que un día le manifestó que le agradaría amadrinar al bebé. Emilia le respondió que lo había pensado y que así sería. Desde ese instante el pequeño Javier tendría dos mamás, dándose ambas, a la tarea de hacer los preparativos para el parto.

            El día 28 de Agosto, a las 09:10 nació Javier Alfonso. Fue bautizado y Magdalena, lo recibió como su madrina. Cuando el bebé cumplió tres meses, Magdalena los invitó a visitar su casa en Ovalle. Emilia, aceptó encantada, estaba gozando de su feriado anual luego del post-natal.
            En Ovalle fueron recibidas con muestras de afecto, por los padres de Magdalena, un matrimonio de edad avanzada, Manuel y Eugenia. Luego de cenar, se retiraron a los aposentos que les tenían preparados con anticipación. Por la mañana disfrutaron de las sombras de los naranjos, y luego, el abundante almuerzo que culminaba con una siesta, como es costumbre en esa región. Fue así que el matrimonio se retiró a su dormitorio y Magdalena al suyo. Javier Alfonso, dormía en su cuna, en tanto, Emilia se dispuso a recorrer la casa.
            Primero el huerto, donde al final de éste corren las cristalinas aguas del río Limarí y en sus riberas, los cañaverales meciéndose al suave soplo del viento. Regresó a la casa y dirigió sus pasos a una sala que decía, “Biblioteca”. Estaba en la semipenumbra, los cortinajes no permitían el acceso de la luz solar, afuera, brillante y calurosa. Corrió las cortinas y sus ojos se asombraron al ver, en diferentes lugares, fotografías de Javier junto a Magdalena. Buscó una explicación, pero no la encontró. Corriendo llegó al dormitorio de ella... estaba dormida, al remecerla, Magdalena, despertó sobresaltada viendo en los ojos de Emilia la sorpresa. ¡Lo sabe todo!, pensó. Sentándose en la cama le abrió su corazón manifestándole:
            -Soy la esposa de Javier, tramitábamos el divorcio luego de seis años de matrimonio. Genéticamente no puedo concebir hijos y Javier sólo quería tener un hijo, ello le llevó a pedir el traslado a Valparaíso e iniciar los trámites de divorcio. Viajaba los viernes de cada semana para efectuar los trámites. Regresaba los lunes a Valparaíso. Nos encontrábamos en casa de sus padres en La Serena, lugar en que yo tenía mi trabajo. Una semana después de su muerte firmaríamos, el acta de anulación de matrimonio.
            -Nunca habló de la relación que mantenían ustedes y, cuando me enteré, quise conocerte. Sentí odio al comienzo, pero luego sentí un gran afecto por tu bondad, lealtad y cariño que sentías por Javier. Ahora te quiero a ti y amo a Javiercito, es el hijo que yo no pude darle a mi esposo, pero sí, le puedo dar todo mi cariño y amor, si tú lo aceptas y me perdonas la falta de voluntad para explicarte. Sentía miedo a un posible rechazo. Las dos podemos hacer de Javier un hombre grande y feliz...
            Emilia no salía de su asombro, pero en ese instante entendió el dolor de esa mujer. Comprendió que el destino juega siempre en contra de lo propuesto.
            Ambas mujeres se abrazaron, porque si bien, habían perdido al hombre que amaban, éste les había dejado ese hijo que ahora era el hijo de las dos...

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