viernes, 22 de diciembre de 2017

Nicolás Igolnikov-Argentina/Diciembre de 2017






Tristeza

Es un momento triste.
Algo que puede ser muchas cosas empieza lento e implacable. Después los párpados descienden hasta la mitad, y la sombra física sobre los ojos descubre el no retorno.
El rostro se desprovee de todo gesto, los hombros bajan, el cuerpo entristece.
Se encuentran la zarpa y el suelo, la luz un tono más abajo, ligeramente más opaca.
La luz también es un momento triste.
El filo empieza diluyendo dulcemente lo que separa al animal de la presa. Llega a la mitad de la prudencia y la mirada ya no tiene sus marcas habituales. El suelo yace inmóvil, entregado a quien tiene hambre.
El momento es incluso más triste que comer acostado. (aún una sábana pesando sobre un moribundo, no es tan triste como la palabra "triste").
Es curioso cómo una palabra, precisa, puede volverse en el oído de quien la recibe una sentencia unánime. Una sola vez le prohibieron comer acostado, pero siempre lo refiere a sus pares como una verdad absoluta. No es que evite hacerlo, al contrario, le resulta dulce romper esa prohibición, pero esa dulzura no sacia su hambre, ni calma su ansiedad.
El tigre a veces sencillamente mata, así tiene momentos alegres aunque en derredor todo siga siendo tristeza. El tigre no se ve a través de sus víctimas, y si él se esconde entre la maleza busca que en su espesura pueda ocultarlo. Bien conocida su maña ve a través de ella, identifica y explora cuidadosamente a su presa, y la alcanza. El tigre caza como un experto y es el más efectivo y triste del planeta.
Lo que opera sobre la cacería es irónico por definición, pero interesante en sí mismo. Tantos han pensado en ella al igual que lo han hecho con tantas otras cosas. Ironía interesante esta también, no consta que alguien haya siquiera intentado dar caza a la tristeza.
Los tigres viven en manadas, y cuidan celosamente de ellas.

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