jueves, 15 de febrero de 2018

Nora Coria-Argentina/Enero de 2018



PERTENENCIA
“¿Qué voy a hacer con tanto cielo para mí?
Voy a volar, yo soy un bicho de ciudad”
D. Fernández (Banda “Los Piojos”)

Hace unas horas se fue el mediodía. Las calles están vacías.
Se vuelve esperanza vencer repechos desconocidos,
no entender un invierno compañero,
sentir un Sol tutelar,
ascender al azar.

Follajes inmóviles... Acaso falte el aire.
Se hace bueno elevarse,
descubrir serena la respiración,
hacer crujir la tierra seca, 
escuchar los propios pasos nuevos,
preguntarse dónde quedó la prisa cotidiana,
recordar haber gastado las suelas en alguna ciudad.
Y reconocer antiguas huellas en el camino.

Una callecita orienta por espinosos churquis, por frondosos molles.
El chasquido del agua entre piedras
inventa una soledad más placentera,
y anuncia otra realidad.

Traspasar las altas puertas de hierro forjado.
Dar el paso.
Y avanzar,
siempre hacia arriba,
por las escasas sendas definidas,
entre formas rígidas,
pequeñas posadas sin ventanas,
construcciones cúbicas con rejas,
insólito barco de cemento anclado sobre la tierra,
cruces de metal,
lápidas,
fechas borrosas,
nombres,
melancólicas dedicatorias,
alegres despedidas,
palabras de amor,
juramentos,
cúmulos de piedras coronados por cruces de madera,
ofrendas
esmeradas flores de papel,
agua,
vino,
guirnaldas coloridas.

Y un angelito violinista insinuando promesas
desde una vieja cripta.

Senderos inconclusos y escalinatas imprecisas interrumpen el paso.
Es imperioso buscar otros caminos,
elegir desvíos angostos e incómodos,
evitar la sombra que propone una bóveda,
girar,
encauzarse hacia la luz,
descubrir un destino,
develar la promesa.
complacerse en la Tierra,
ir por Ella en el pueblo subyacente recién conocido..
¿Donde está el angelito violinista?
(acaso también él busque un nuevo cielo).
Por fin ser en la ciudad asimétrica
ser sin árboles ni pájaros,
ser esculpido sobre un cerro.
Traspasar el umbral. 
Y ya no ser un extraño.


En la Quebrada,
donde el tiempo es nada,
bajo el amable Sol andino,
una siesta de invierno,
por el laberinto de sepulcros coloridos,
un angelito violinista,
jugando a las escondidas...
—¡Piedra libre!
(me estaba esperando). 

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