miércoles, 25 de septiembre de 2019

Ascensión Reyes, Cuento-Chile/Septiembre de 2019


EN LA VIEJA CHIMENEA DE UN CASTILLO

            Si me preguntan dónde vivo, responderé eso mismo: “Vivo en la vieja chimenea de un castillo de tiempos pasados. En un país europeo perdido entre hermosas montanas; verdes y cálidas en verano, blancas y frías  en invierno.” ¿Qué cómo llegue aquí? Realmente no lo sé. Creo que soy descendiente de una familia que hizo historia en los albores de tiempos remotos. ¡Para el caso poco importa!
            Recuerdo que un día desperté ahogado con los vapores humosos que pasaban por el ducto de la chimenea, tuve que subir apresuradamente y ponerme a resguardo en otra que estaba apagada, porque en la intemperie con varios grados bajo cero, pude haber desaparecido entre las capas de nieve congelada que cubrían el techo.
            A veces me pregunto la edad que debo tener, pero mi mente no alcanza a imaginar, cuántos años son, sólo recuerdo aquellas personas que han albergado este inmenso castillo.
            Cuando quiero hacer un paseo de invierno, bajo por la chimenea. Antes, sacudo prolijamente el polvo de mi traje y zapatos, ambos de color rojo y mi bonete verde, para que nadie sepa de mi presencia. En este paseo voy descubriendo ambientes en cada pieza que logro abrir e inspeccionar  en detalle. A veces, en mi deambular, me coge el sueño y en uno de sus tantos salones, elijo un cómodo sillón y entre mullidos almohadones me acomodo y duermo tanto como, que entre un cerrar y abrir de ojos he pasado de una estación a otra. Lo percibo no sólo por el sol, sino por las flores que no me explico ¿por qué? siempre me saludan al pasar y, por supuesto yo le contesto con una educada reverencia. Me parece que cuando duermo me vuelvo invisible.
            La actual familia que ocupa el castillo, tiene un niño pequeño en silla de ruedas, posee una mirada extraña. Al comienzo pensé que era vacía, tanto como un pozo profundo. Sin embargo, ahora ya no me lo parece, por ello he decidido ayudarlo. De momento me he dado a la tarea de ser su compañía permanente, sin que otras personas me puedan descubrir. Yo le paso los juguetes que se resbalan de sus torpes manitos. Me lo agradece con una sonrisa y yo le estoy enseñando a cogerlos de tal manera que no se le escapen tan a menudo. He logrado una comunicación de sonidos que nos permiten hasta coordinar ideas y pensamientos. En su lenguaje, varias veces me ha preguntado la razón de no ser igual a sus padres u otros niños de su familia, quienes lo miran a la distancia con un poco de temor. Trato de buscar una respuesta, pero me cuesta encontrarla. Más bien, lo incito a sobreponerse y algo he logrado. De pronto ha empezado a mover sus pies, y sus dedos ya los puede controlar.
            Desde mi escondite veo llegar dos veces por semana a un señor muy formal. Escuché que es un reconocido terapeuta. Al pequeño lo tiende en una camilla y le hace ejercicios moviendo sus extremidades, tanto como si se tratara de un muñeco articulado. Sus padres están muy contentos por los avances que se aprecian. Pero nadie podría imaginar que mi ayuda es la que ha hecho posible tales progresos.
De los sonidos, también me he  preocupado, tanto que ya no he vuelto a dormir en mi cama ubicada en un recodo de la chimenea, sino en unos sillones antiguos, ubicados en la pieza vecina a la del niño. Allí duermo, entre mullidos almohadones, sólo una pestañada, porque mis sueños suelen ser tan largos como de una semana o meses, según sea el cansancio atrasado.
       ¡Bien! ya he conseguido que diga mi nombre Philos, y aunque no lo pronuncia muy bien, me llama a cada rato. Puede mover su cabeza buscando aquello que necesita y la movilidad de sus brazos y piernas es notable. Escuché que lo van a sacar de su silla de ruedas para que empiece a caminar. Él tiene mucho miedo, pero yo lo he convencido que aunque su avance es lento, el tiempo no requiere tiempo para avanzar, y cada quien lo tiene para mejorar o para aprender.
Podrá caminar, a lo mejor no tan perfectamente como los demás, pero ¿qué importa cómo lo haga?, si detrás de ello hay un anhelo cumplido. Está realmente encantado de poder ser como los demás niños. ¡Sé que logrará muchas cosas! Es un niño muy valiente.

            Han pasado varios años, para mí, pocos días. Mi tiempo cronológico no es el mismo que el de los humanos. Ayer me contó que luego lo enviarán a una clínica especializada para que la rehabilitación sea mejor. Nos hemos despedido con mucha emoción.
            Me preguntó por primera vez, ¿por qué yo era diferente? Y no tuve respuesta que darle. También me preguntó por mis años, y tampoco la tuve.
            Como sus ojitos tristes me pedían respuestas, le dije que me llamara “Amigo Secreto” y en cuanto a mis años, le dije que estaba tan viejo que ya se me había olvidado contar los años que pasaron por mi vida, y el pensar para atrás me producía dolor de cabeza.
            ¡Si quedó conforme o no!, imposible saberlo, porque en ese momento llegaron algunos amiguitos a jugar con él, y en ese instante su mirada se iluminó de alegría. Ya era un niño casi tan igual a sus nuevos amigos.
            Entonces determiné que yo debía abandonarlo, mi tarea estaba concluida y necesitaba descansar y dormir como acostumbro, semanas o meses e incluso creo que una vez dormí una estación completa, muy abrigadito en mi cama, en un recodo de la vieja chimenea.                                                                  

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