viernes, 21 de febrero de 2020

Ascensión Reyes-Chile/Enero de 2020


UN TROZO DE VIDRIO AZUL

                   Siempre estaba sobre mi cómoda aquel antiguo florero de vidrio azul. Siempre estaba presidiendo la cubierta entre frascos de perfume y adornos. Este recuerdo de uno de mis antepasados lo consideraba como una herencia familiar. Fue de mi bisabuela materna a la que no pude conocer, nos separa casi un siglo.    
                  Pronto terminé un trabajo pendiente y me fui a la cama, pero antes de apagar la luz, no pude evitar observarlo a la distancia y un escalofrío me recorrió el cuerpo…                       
            Me incliné a recoger algo extraño que brillaba en el suelo, con una tonalidad que alertó mi vista. Era un trozo de vidrio azul que estaba en el suelo de la puerta principal de aquella enorme casa que debía ocupar. Se trataba de un trozo de  florero antiguo.
             Una vez en el interior de la casona, me vi paseando por piezas grandes, muy altas, por donde el sol se colaba a través de las ventanas de guillotina, con vidrios cuadrados, pequeños, semejando varias ventanas en una. Mientras hacía mi recorrido por la casa, iba distribuyendo mentalmente los muebles que llevaría para convertirla en mi nuevo hogar.
                  Seguramente estaba sola, pues no se escuchaban voces ni ruidos que me distrajeran. Sin embargo, a medida que avanzaba empecé a sentir un miedo que me sobrecogía sin motivo aparente, sólo era un presentimiento de algo indefinible, inespecífico, que no sabía a qué atribuirlo.
             Finalmente lo deduje, era aquella, la última pieza en un extremo del largo pasillo. Antes de llegar a ese lugar, debía terminar mi recorrido. No acertaba a saber la razón de tal aprensión. Estaba dispuesta a enfrentarme a lo que fuera. Intuía que estaba escondido en ese cuarto que causaba mi temor. Me armé de valor y abrí la puerta violentamente, mi piel se congeló de miedo. Mis pulsos se aceleraron y mi estómago se sumió en el vértigo.
                   Condensados en el éter, estaban todos los demonios conocidos en mi fértil imaginación infantil y adulta. No tenían presencia física, pero podía advertirlos con tal magnitud que… desperté bruscamente, transpirando un sudor frío y pegajoso. Con la sensación de un miedo irracional que alteraba mi psiquis.
                  Recé para calmar los estragos de mi pesadilla. Al cabo del segundo Padrenuestro, logré conciliar nuevamente el sueño. En la mañana, al despertar, aún recordaba mi aterradora experiencia.
                  Comencé a sacar conclusiones sobre este sueño. En varias oportunidades anteriores había llegado hasta ese cuarto que escondía mis miedos. Sin embargo esta vez tenía las imágenes totalmente nítidas.
                  Entonces recordé algo olvidado en un recodo de la mente, mi madre me contó que el esposo de mi bisabuela era un pastor luterano, demasiado apegado a su ministerio. Tanta fue la rigidez para con su familia, que su mujer vivió un verdadero cautiverio. Fue casi una esclava de un esposo frío e intransigente. Cuando sus hijos ya estaban adultos, un buen día la encontraron colgando de las vigas del cobertizo. En el escritorio de su esposo que estaba precisamente en la pieza con la que soñé, estaba este florero azul. Dentro de él, mi bisabuela había dejado una nota de despedida. 

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