sábado, 20 de febrero de 2021

Rosa Esther Moro-Argentina/Febrero de 2021


 

                                                           Y,  YA PASARON SIGLOS

 

                Llueve, me acomodo lo mejor posible bajo el tinglado del metro bus. Espero un colectivo que tarda en llegar.

Un coche se detiene, baja una mujer y el vehiculo chirriante desaparece en la neblina de la tarde lluviosa. Ella se sienta en el banco mojado sin pensar donde deposita su humanidad.

Pálida,ojos de abismo,las manos girando levemente sobre su falda, sofocando lo que busca deslizarse por sus piernas.

Di unos pocos pasos para atrás, y comencé a caminar por Rippid Street, en ese Londres  de fines de siglo  XIX,  donde  la cosa maligna se desiminaba entre las brumas tipica de esa ciudad. Entre la multitud grosera de hambreados y mutilados de los sueños, olientes  desperdicios exprimidos por la cosa, carruajes tirados por caballos  que van dejanto bosquiñas a su paso, va trastabillando la misma mujer, Julia, que recién acaba de darme su nombre en el metro bus de la avenida Maipú, en Vicente López, a pasos de la ciudad de Buenos Aires. Lleva sombrerito de cintas, sobre un mata de rulos ajustados a la nuca, cintura breve, falda amplia y clara, tocando el barro. Ella, cae  en ese cieno que se mezcla con la sangre que mancha la tela clara de su vestido. Tiene la misma palidez de entrañas perforadas de la abandonada  en el metro bus.

Y camino, por calles que mi memoría lejana conoce, y por donde pasaron los siglos y siempre reconozco a las mujeres saliendo de  boticas, moradas oscuras donde manos torcidas arrancan la vida no deseada, para despues verlas caer y rodar en el abismo,jadeando y vomitando espumas de venenos para matar eso que dejo el placer, el amor, o el dinero

 El cuerpo de una mujer es siempre un continente apaleado por esa cosa que cambia de rostro según la ocasión. Tras los telones de las puestas en escenas en las ciudades jungla,madres pieles desgarradas, dormidas en el dolor por esos hijos que le nacen en el estiercol, vendidos por esos hombres renegados en el alcohol a los prostibularios ricos como carne esclava. La necesaria carne esclava, para mover la rueda de este momento que llamamos mundo.

Cambian las formas, las modas, el rostro. Pero esa cosa depredadora sigue sorbiendo con dientes sórdidos, calmando atávicas pulsiones que buscan matar.

 Y veo en los reflejos de muchas memorias los cuerpos niños destripados con vestidos obcenos, genitales cortados,ojos vaciados para que los abismos de la muerte no denuncien a las miradas buitres, y a los que picotean juicios sobre la desgraciada miseria de los ultrajados .Carne entregada a la voracidad de un dios fálico que se mantiene de la tragedia humana

 Y estos pasos siempre encuentran ese dolor de madre, de hijos deshauciados que miran con bocas ávidas  los restos sucios de los que comen y comen y comen.

La muerte mira con mis ojos, esos otros ojos inscriptos bajo la pelambre carcelaria, o el otro destino de entrañas perforadas y la sangre corrriendo por  las piernas de mujeres, o espumas venenosas sobre los labios secos.

Y , pasaron siglos,  y siguen ardiendo los infiernos en el paraíso.

  Julia, ya toda sangre oscureciendo sus jean, y manchando las zapatillas blancas. Se va  yendo por un sesgo de luz que disuelve grietas creadas por el espanto de mentes oprimidas

Y esos otros que andan por allí, húmedos de lluvia despiertan de sus celulares, ante mis alaridos pidiendo ayuda para la desvanecida Julia

El  hospital está cerca..

 

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