sábado, 21 de mayo de 2022

Luis Tulio Siburu-Argentina/Mayo de 2022


 

CÁMARA LENTA

Walter tenía 62 años y estaba cursando el postoperatorio de una intervención seria. Corrió las cobijas de la cama del sanatorio para dirigirse al baño. Con la punta de los dedos del pie alcanzó a tomar las pantuflas que no usaba nunca en su casa pero para la ocasión servían.

Caminó despacio tomado del porta suero, cuidando de no afectar los puntos de la herida, mientras sentía el fresco en el traste, por la maldita  bata que se le abría en la parte de atrás.

 

-No arrastre los pies Don Walter, no camine en cámara lenta, eso es preludio de una vejez prematura, como entregarse.

Esa presunción, entre irónica y perversa de la enfermera, fue un latigazo para Walter. El primer aviso que le llegaba, acerca de que su vida se acercaba al ocaso, ya estaba en la ladera que baja la montaña.

De allí en adelante todo cambió para Walter. El comentario le taladró el cráneo y se le fijó en el cerebro como un  autoadhesivo, de esos que usan los muchachitos en el parabrisas del coche, con una calavera como ilustración. No se le ocurrió pensar positivamente de que las palabras de esa mujer no tenían una base científica.

Y es que él nunca había pensado en la vejez y menos en la muerte cuando llegó a la guardia médica para hacerse revisar. Era una dolorcito en el vientre le dijo al médico, una molestia nada más. Algunos días sin trabajar y luego darle nuevamente para adelante. Y ahora, de golpe, una frase común, casi de compromiso o quizás de advertencia, de alguien como la enfermera, que observa gente mayor diariamente, le vino a cambiar la vida.

De allí en adelante no volvió a arrastrar los pies, pero sí a caminar despacio, a levantarse cada mañana deprimido, con pocas motivaciones, a ver gris al celeste y prefiriendo la lluvia al sol, una excusa para moverse menos, pensar menos, gozar menos…porque en realidad su mente estaba enfocada ahora en que faltaba menos.

Deseaba que lo atropellara un tráiler cinematográfico de Fellini y una cámara vertiginosa lo metiera en una película nueva, vibrante, de vida que se desliza al galope. Como para olvidarse de la maldita frase “cámara lenta”.

Y entonces se acordó de golpe de la foto famosa de aquella enfermera con cofia y guardapolvos blanco, en las salas hospitalarias, que con el dedo en la boca solicita silencio.

Ese silencio piadoso que no tuvo su propia colega. Que con pocas palabras hizo mucho daño.  

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