sábado, 23 de agosto de 2014

Josefina Fidalgo-Buenos Aires, Argentina/Agosto de 2014

Cuadro de Ricardo Roberto González

                             LA  INVASORA  ZARPA  DEL  PÁNICO



Los sonidos del bosque se reanudan con las quejas de los guacamayos.
Reverdecen las hilachas colgantes de la maraña vegetal sobre la tierra rojiza.
Una nube de insectos zumbadores alborota el estrecho sendero.
Aturden los bullicios de pajarracos bobos. Parlotean entre el follaje espeso y se mezclan con gruñidos salvajes. Rugidos alertas de melenas y rayas.
Se deslizan simios de espesos párpados, gimen, con avidez de cahorro amamantado abriéndose paso entre enjambres de negros abejorros.
En un intervalo mínimo de silencio, se escucha el sonido grave de un acorde de violín.
Su  corazón comienza a latir acelerado.
Tengo que encontrarlo, se repite una y otra vez.
Levanta la voz, apresura sus pasos. Sé que está cerca, lo presiento. Sé que me está esperando. Me lo prometió antes de despedirse.
Un resplandor dorado  penetra entre los árboles gigantes al final del sendero que se va  angostando hasta casi desaparecer.
Semioculta, entre copiosos arbustos surge una casucha de un gris  parduzco.
Dos aberturas diminutas como ventanas a cada costado de la entrada.
Se acerca tiritando, temerosa. Entra al vacío lúgubre, Crujidos de maderas viejas, bajo sus pies descalzos. Los múltiples filamentos del tejido viscoso de las arañas, la sobresaltan, se balancean leves y confusas, sobre un esqueleto reseco, como un hilo de esparto.
Allí está, sentado en un rincón,  recostado sobre un montículo de tierra acumulada en una mesa de troncos. Entre sus falanges un vaso mohoso, junto a la botella de cerveza. Bajo su cúbito izquierdo, cubierto de hojarasca, sobresalen apenas las cuatro clavijas del mástil del violín.
La invasora zarpa del pánico acelera jadeando entre sudores.
Como una bestia acurrucada, en un abrazo de fiebre aturdido, abre con recelo los ojos de mirada turbia.
E su padre el que está allí, de pie, al lado de su cama, mirándola, mientras le acaricia la frente con ternura. Está allí, sin hablar, con los ojos húmedos.
Sobre la silla, el estuche del violín.



6 comentarios:

Laura Beatriz Chiesa dijo...

Josefina: me gustó mucho el relato. Transporta y te adentra en la situación. Un beso,

Anónimo dijo...

Ricardo me gusta mucho tu pintura, y te agradezco compartirla en Literarte.
Beso Josefina

Anónimo dijo...

Muchas gracias Laura !!!!

besos y cariños!!!

Anónimo dijo...

Un relato delicado y doloroso, muy bien contado ya que tiene a la vez un componente misterioso que solo se resuelve al final. Felicitaciones!!!
Raul

Lina Caffarello dijo...

He aquí un relato estremecedor, pleno de sensaciones. Realmente da gusto leerlo una y otra vez, Lina

Anónimo dijo...

Agradezco mucho tu comentario LIna!!!

besos Josefina