lunes, 20 de mayo de 2019

Daniel Hernán Aguilera-Argentina/Mayo de 2019


EN EL CAFÉ

Sentado con mis amigos en el café, recordando a los distintos encargados del barrio de esta y otras épocas, por sus personajes, modos, ocurrencias y nombres. Uno dijo Juan, y como es de costumbre, todos al unísono respondieron el que se escondió en el zaguán y salió una carcajada general.
Otro recordó a Hilario, oriundo de General Villegas, quien vino a la capital a buscar fortuna, con su pequeña hija y de pronto uno de los parroquianos dijo ¿Y ese nombre? Le contesté si todos se llamaban Carlitos, está bien claro que ese porteño no escuchó ese nombre y no sabe de historia... pues hubo un Hilario Ascasubi, le recordé también que había una historia que me gustaría que la escuchara, pues como recorrí muchos caminos, y de allí la escuché a un señor poeta y cantor Jaime Dávalos, quien tenía una hija llamada Julia Elena, y yo como homenaje a ese señor, le puse a una de mis hijas ese nombre.
Estaba sentado, con pilchas de gaucho salteño, rodeado de amigos e invitados, en círculo, y con muchas ganas de charlar y cantar, y de fondo una silla con un paño rojo, con una luz que iluminaba a esta, todo raro, enigmático, llamó a una empleada y con un gesto, esta se retiró y volvió acompañada con dos empleadas con bandejas con empanadas, vasos y vino, quienes las ofrecieron con sonrisas picaras.
Se produjo un silencio, pues las bocas estaban ocupadas, y de paso estaban ricas, no eran de la Chacha, de la historia del Patoruzú, eran unas empanadas caseras, con carne cortada a cuchillo, cocinadas a horno de barro, echas con amor.
Con una sonrisa, con una cadencia provinciana, empezó un relato de historias no conocidas por porteños y provincianos del sur, entre ellas la de la Pachamama, la madre tierra, terminando esa historia, con el vaso derramó algo de su contenido en el centro del círculo como homenaje.
Acomodándose en su silla, y con una sonrisa dijo a la concurrencia, que parecía la asamblea de una iglesia cuando el presbítero hace su homilía ¡Aquí comienza la historia con mayúscula que quiero recordar! pues la triste vida de Hilario, ese gaucho, solo con su vida en ese rancho, todo desordenado, con sus pensamientos solo conocidos por el sol, la luna y estrellas, nubes que él solo veía más negras y sin poder compartir sus cuitas y así un día decidió ir al pueblo a socializar, pues ni él se aguantaba. Salió en busca del sendero que lo conduciría al pueblo, con paso firme
Allí, en el pueblo, se dirigió a la pulpería donde no había mucho que hablar y saliendo encontró una muchacha llamada Rosa, bella que lo atrapó, por lo que la llevó a su rancho, siendo la alegría de Hilario, que dejó ese pasar triste a uno feliz, completo.
Todo transcurría tranquila y pacíficamente, hasta que Amuray, el cacique de la tribu, que se prendó de la bonita muchacha. Un día cuando había ausentado Hilario a realizar menesteres y a la vuelta encontró un desorden generalizado en el rancho, huellas de sangre… siguió las huellas y halló a su amada en manos de Amuray, de inmediato sacó su facón y de un puntazo a Amuray llevándose a Rosa para el rancho desmayada, llegando esta muerta.
Con inmenso dolor Hilario abrazó a su mujer amada, y cansado quedó dormido bajo las estrellas.
A la mañana siguiente, Rosa no estaba, había un aparato extraño, con las formas de su mujer.
Así nació la guitarra.
Don Jaime volteó su cabeza y apareció la empleada con una guitarra que puso en la silla iluminada sobre el paño rojo.
Todos aplaudimos fuertemente.

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