El misterio de Shumpall y los túneles de Los Altares
I
—Oíme, disculpá. ¿Me podrás decir dónde puedo encontrar las pinturas rupestres que señala el cartel sobre la ruta?
—Señor, debo arrear mis ovejas hasta la aguada. Ya está cayendo el sol. Tal vez si pasa otro día…
—Pero, es que estoy de paso por la zona y no sé cuando podré volver a este paraje de Los Altares. ¿Sabés que pasa? Soy escritor y me atraen las leyendas. Dicen algunos que por esta región se esconden secretos que solo los lugareños conocen, pero que no comparten con nadie y menos aún, con los extraños. ¿Vos sabés algo de esto?
—No señor y si supiera ¿para que se lo diría? Mis antepasados me han contado algunas historias, pero todas terminan cuando fueron invadidos por los blancos.
—¡ Entonces sí que sabés algo! Mirá, te ofrezco acompañarte con tu majada, quedarme a dormir cerca de tu puesto de baqueano y a la noche, en un fogón, me contarás esas historias y tal vez yo, como escritor pueda trasmitir a muchos otros los valores de tu gente, de sus pueblos y sus costumbres.
—Bueno, venga. Tal vez más luego le cuente la historia de Shumpall y las cuevas subterráneas.
—¿Cuevas subterráneas? ¿Y qué significa ese extraño nombre?
Los rescoldos humeaban aún y la botella de ginebra mitigaba la fría noche mientras era compartida solidariamente por los dos extraños que comenzaban a abrirse en una sugestiva charla.
—¿Y, como es tu nombre, pastor?
—Pues, Pedro. Soy peón de don Alfonso. Él viene todos los meses a traer los vicios. Yo junto las ovejas, las llevo de veranada, y cuando me buscan, estoy para la esquila y el baño. De andar por los montes y cebar mateadas con otros “piones” del valle un día descubrí las cuevas. Fuimos “dentrando” en las mismas hasta que se nos perdió “el Armando”. No había luz ¿vio? y había como caminos en la piedra que iban cada vez adentro. El Luis se vino de repente a los gritos, como si hubiera visto a un fantasma. Había descubierto un río subterráneo, un gran lago, galerías que bajaban muy abajo y cavernas con enormes montañas de piedra cubiertas de yuyos muy coloridos. Al dentrar de nuevo, esta vez conmigo, descubrimos terrazas talladas y grandes murallones parecidos a una fortaleza d’esas que vimos en el cine del pueblo. El agua era oscura y se moviá como si estuviese llena de peces. No sé cómo vivian, allí encerrados. Luis me dijo que tal vez el agua corría por debajo de las piedras y venía desde algún gran lago o desde el mar, al otro lado de la cordillera. Yo le dije que no había mar debajo de la tierra y que la cordillera estaba a muchas leguas. De repente, una extraña figura salió por un momento a la superficie. Parecía una mujer y sin embargo, al sumergirse, pudimos ver sus escamas y su aleta con la que se desplazaba. Quisimos seguirla y atraparla, pero desapareció bajo el agua. Luis y yo sentimos un extraño canto y al iluminarnos un resplandor de sol que entró por unas rendijas pudimos ver pinturas y vasijas que tenían dentro …¡viejos esqueletos!
Nadie nos creyó cuando lo contamos en lo de Don Alejo, el puestero. Solo un anciano que bebía solitario apagando su fuego interior, se acercó a nuestra mesa.
III
—Yo estuve en Leymebamba, en el Amazonas peruano, -murmuró con su vista perdida en el horizonte-. Allí también vi cosas como esas. Las criaturas que vieron las llaman seres elementales o también shumpall. Fueron muy apreciadas por los incas y acá por los mapuches a quienes les dio alimentos del mar que les entrega a su pueblo a través de una abundante pesca. Hace un largo tiempo, en esas cavernas donde ustedes anducieron husmeando, habitaron unos gigantes que dominaban gran parte de la Patagonia. Tenían sabiduría y enseñaron a los huiliches y tehuelches artes de caza y el curtido de las pieles, además de organizarlos. Les enseñaron el secreto de las estrellas, de donde ellos provenían y les dejaron símbolos en sus tótems para que al regresar algún día pudieren reconocerlos. La historia que sigue fue mus triste. Confundidos, cayeron engañados por los ambiciosos conquistadores. Creyeron que estaban ante el regreso de sus benefactores. Pero ya era tarde. Los pocos que quedaron se refugiaron en las grietas y cuevas subterráneas. Hoy, nadie sabe a qué o a quién se parecen, si caminan o vuelan o tal vez sean transparentes. Lo único cierto es que nos rodean como si fueren espíritus y se muestran solo cuando consideran que tienen algo que decirnos… es por eso que…
—¿Que qué? —responda…
La última exhalación del pobre anciano se llevó consigo el gran secreto de Shumpall.
—Pedro, mañana temprano, saldré a buscar esa misteriosa caverna.
—No, no vaya señor. Shumpall se va a enojar si la descubren y podría atraparlo en su mundo de tinieblas. Deje al mundo que siga su camino y usted, ande por el suyo. No trate de develar los misterios que encuentre. Deje que ellos lo busquen cuando quieran manifestarse. Mientras tanto… siga escribiendo…
Nota del autor
(cuevas subterráneas en Los Altares, zona central de la Provincia del Chubut. Al atardecer suelen verse destellos y sombras desplazarse contra el horizonte en desolados mallines encorsetados por extensos cordones pétreos)
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