ACERCA DE ESTA IMAGEN DE MAURITS ESCHER
Esta imagen me hace acordar al living acogedor de mi psicoanalista Cacho Escher. No tanto por el amoblamiento lujoso pero informal sino por el rostro adusto del señor de barba que me mira inquisidor y el color naranja de los almohadones, seguramente por su origen holandés. Acierto, porque allá detrás, en la pared, cuelga un gigante cuadro de girasoles de van Gogh. Rememoro nuestra primera entrevista cuando apenas tenía diecisiete años. Yo no creía en los arregla bochos pero debo reconocer que éste tipo me convenció que su labor era toda una ciencia. Poco a poco - estaba espantado de mi propio comportamiento - le fui contando mi vida desde los pañales hasta la última discusión con mi novia.
Él, muy seguro, me observaba desde su silla colocada al revés y con los brazos apoyados en el respaldo. Yo, semi recostado en el diván, lo miraba fijo a los ojos. El bálsamo del incienso en el ambiente actuaba como un aguijón de mis relatos y el aroma de su pipa se me fue metiendo por los orificios de la nariz, nublando un poco mi mente, haciendo unas cosquillas dentro de mí, que no alcanzaba a comprender a que se debía. Conversaba pausadamente, con una voz dulce, provocadora y al mismo tiempo tranquilizante. Me habló de mi falta de autoestima, de mi poca experiencia sexual, de la necesidad de gritar muchas cosas que callaba y que ayudaría a curar mi acné juvenil.
Nunca me olvido de aquella tarde. A la semana me invitó a salir. Caminamos tomados de la mano por la Avenida Santa Fe, pasando Callao, hasta el Petit Café. Nos sentamos, me habló de su soledad a pesar de la multitud de pacientes que atendía, y al rato me pidió que jamás lo abandonara.
Casi me caigo de culo. “La falta genera el deseo”, decía Sigmund. Es verdad. Me olvidé decirles que yo noviaba en ese tiempo con Yiya Murano. Al otro día esta desgraciada invitó a tomar el té con masitas a Cacho, alegando querer conocer algo sobre mi tratamiento. Nunca más lo ví vivo a Escher, el mejor psicoanalista de Villa Freud. Tampoco a Yiya, por supuesto.
Lo mejor de ver hoy esta imagen es que me trajo el recuerdo de cuando conocí a Cacho y me curé de mi mal de amor y de los granos, pero no de mi demencial imaginación. Temo que a los 80 estoy enloqueciendo y tengo que volver a ver a un psicoanalista.
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