LA CAJA DE MADREPERLA
Mariana llegó cansada. -Cuidar a personas mayores es difícil- pensó mientras se dejaba caer en el sofá. Miró su departamento, confortable, armoniosa combinación de lo moderno con lo clásico. Le encantaban las antigüedades. Para ella eran toques del pasado que seguían presentes.
Ruido del agua cayendo de la regadera, vapor que limpia el cansancio. A dormir. Sábado temprano, día de correr. El sudor recorría su cuerpo. Subía una calle empedrada. “Venta de garage”. El letrero le llamó la atención. Entró. Quizás encontraría algo interesante.
-Buenos días, señorita- le dijo la anciana que cuidaba el bazar. Puede tocar. A veces es necesario para sentir el objeto- le dijo sonriente.
Mariana asintió y recorrió la casa. Olía a humedad, a historias y sorpresas. Espejos, sillas, frazadas, fotos en blanco y negro, ropa. Abrió la pesada puerta de otra habitación y vio las maravillas que escondía. Muebles antiguos, flores de porcelana y un pequeño destello se reflejó en el espejo. Era una caja pequeña de madera negra con incrustaciones de madreperla. Al tocarla sintió algo familiar. -Disculpe ¿está en venta? - La anciana hizo un gesto de silencio con el dedo y le dijo -esa caja es para ti. Contigo estará a salvo-. No aceptó pago alguno por ella. Mariana llegó a su casa y la puso en su mesita de noche. Acarició sus pequeñas incrustaciones y miró extasiada su belleza. Al tocarla en uno de sus relieves salió un pequeño cajón. Había una foto antigua. Un hombre sentado en un sillón. Junto a él una mujer de pie.
En una de sus caminatas se topó con un joven recién llegado al pueblo. Se gustaron y ella lo invitó a cenar.
Ella le mostró la cajita y él se replegó en el sofá. -¿Pasa algo?- le preguntó. No. Es solo que me parece haberla visto en algún lado.
Sin querer rozó la madera y el pequeño cajón se abrió, cayendo algo. Ellos eran la pareja de la fotografía.
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