Las margaritas en el vaso azul
¿Qué le pasa a tu vieja? Ella que no me traga, me ofreció mate y me preguntó cómo andaba en el trabajo.
¡Qué más querés, vos que siempre te quejás de que no te da pelota!
¿Otra vez se vino con esas margaritas rasposas que no sé de dónde las saca?
Son de la plaza pa, de los canteros de la plaza las trae.
Sí. Pablo, ya le dije que si quiere adornar con flores, le pida unos claveles o unas rosas a Rubén, yo arreglo después con él.
¡Y para colmo! ¿No tiene otra cosa donde ponerlas? ¡En ese vaso azul que no pega con nada? Cerraron la puerta de la cocina pero igualmente se adivinaba por el tono, que el tema de conversación, era el mismo.
Hacía un tiempo que el médico de la familia les había recomendado que observaran cualquier cambio de conducta en Paulina. Fue después de que dos veces en la misma semana, dejó abierta la perilla del horno. Afortunadamente no ocurrió nada, Marta y la muchacha estaban en casa.
¿Mirá si pasa cuando está sola? Está muchas horas sola. La muchacha ve va a la una y media.
Se lo pasa mirando televisión.
Sí ¿y? También sale a la calle, se va a la plaza ¿Y si deja la puerta abierta? ¿Y si se pierde?
Hasta ahora no pasó nada, yo le recomiendo…
Pablo ofuscado abundaba en razones para apresurar la internación de Paulina en un lugar ‘alegre y adecuado’
El matrimonio y la nieta, observaban todos los movimientos, descubriendo sus olvidos, recalcando sus confusiones. Y ahora lo de las margaritas.¡Eso es una regresión a su infancia! Decretaron. Siempre dijo que eran las flores preferidas de su madre y el bendito vaso azul era la última pieza de un juego de cristal suizo que su abuela trajo de Europa y lo tenía entre las imágenes de la niñez, alineado en los estantes del cristalero de caoba.
El capricho de Paulina los tuvo con cara seria varios días, hasta que finalmente, concedieron con reparos. ¡Bueno qué se le va a hacer, que se dé el gusto!
Cada tarde Paulina volvía con su ramito de margaritas y lo colocaba en el inefable vaso azul.
¡Para colmo te lo pone en el medio de la mesa! Decía Pablo llevando las margaritas a la cocina.
¿Y a vos qué te molesta? Pregunta Marta empezando a molestarse.
¿No ves que no armoniza con el color del tapizado?
Tampoco le pareció bien sobre el mármol del hogar, ni en un estante de la biblioteca.
Finalmente como los viajes a la cocina resultaron un inútil correctivo, Pablo terminó por limitarse a gruñir, mover la cabeza o mirar a su suegra con indisimulado fastidio.
¡Mami, la abuela quiere que le preste mis Topper color rosa!
¡Lo único que me falta ahora, con sus ¨atemporalidades¨ se me estacionó en la adolescencia!
Contrariando los cálculos familiares, el último control médico, no justificó en absoluto una internación para Paulina y menos teniendo en cuenta que esa eventualidad no pasaba ni remotamente por el pensamiento de la interesada.
La observación familiar se hizo obsesiva, con el refuerzo de Ramira, la muchacha de servicio. Así fueron apareciendo nuevos olvidos, varias torpezas, un poco verdaderos, un poco magnificados.
¡Mire si la doña tendrá necesidad de andar robando flores de la plaza
El comentario de la fámula le resultó punzante a la hija de Paulina, pero prefirió no perder el tiempo dando explicaciones.
A vos Ramira se te puede caer el vaso el vaso cuando hacés la limpieza ¿no?
¡Cómo le van a hacer eso a la abuela! Se indignó la nieta.
Y… ¡un accidente!
El complot no prosperó y los días fueron cambiando muchas margaritas en el vaso azul.
Una tarde al regresar Camila de sus clases, le extrañó encontrar la casa en penumbras. El cuarto de la abuela estaba cerrado con llave. No contestaba los llamados.
¡Mami, vení enseguida! ¡a la abuela le pasa algo! ¡no me contesta!
Los sollozos angustiosos de Camila le llegaron a Marta cargados de presagios.
Avisó a Pablo a su oficina y cerró precipitadamente el local disculpándose con un par de clientas.
Cuando llegó a la casa y logró abrir la puerta del dormitorio de su madre, la encontró sentada al borde de la cama, callada, con las manos juntas sobre las rodillas.
Pablo cruzó casi a la carrera el living pero al pasar advirtió el vaso azul sobre la mesita baja, faltaban las margaritas. Un leve malestar le subió desde el estómago hasta la garganta.
Al día siguiente, pocos leyeron en el diario de la mañana unas líneas que decían:
En la tarde de ayer, en la plaza José Hernández,
fue encontrado sin vida el cuerpo de un anciano,
al que no pudo identificarse.
Aferraba entre sus manos, un ramo de margaritas
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