domingo, 23 de junio de 2013

Luis Tulio Siburu-Buenos Aires, Argentina/Junio de 2013


YO SOY ÉL                            

                     

Yo soy él. Así dicen mis únicos tres tíos vivos, hermanos de mi madre fallecida; una octogenaria al borde de los noventa y dos que ya los superaron, cuando me ven callado y tranquilo escuchando sus anécdotas de mediados de la década del treinta.
Vos sos igual a tu padre, comentan. Te gusta escuchar y preguntar. Como si un aura de paz te sobrevolara, sobre ese andar despacio de hijo de entrerriano. No levantás la voz ni tampoco te reís exageradamente. Como tu viejo, sos de los que “non parla ma se fica”. Decís las picardías con la cara seria y podés poner una sonrisa en un momento complicado. Así igual era Siburu, confirman. Lo llamaban y lo nombran aún por el apellido, una costumbre de pueblo del interior pero quizá también una forma de respeto a quien era bastante mayor que ellos y además médico, algo distintivo en los años en que todavía se seguía representando “M’hijo, el doctor”. Si hasta mi madre lo llamaba así, en lugar de Luis María.

Y es verdad, yo soy él. O al menos en lo poco que conozco de papá, gracias a papeles amarillentos y fotos amarronadas. Sus poesías, el peinado a la romana que dejé cuando pasé los cuarenta y la frente se me agrandaba demasiado; el gusto de vestir con saco blanco; el traje permanente cuando aún se utilizaba; el uso de moño en los bailes hasta que lo dieron de baja y quedó para los casamientos. La tez morena, el pelo oscuro, los labios gruesos y las manos finas. Debo reconocer tres diferencias grandes; al mate lo ignoro, jamás fumé cigarrillos negros, marquilla Brasil, ni me puse un sombrero Panamá. Y un acontecimiento fuera de lo personal. Una vez papá se ganó la lotería en Santa Fe, en cambio yo lo único que acerté en mi vida fue una rifa del colegio de mi cuñado. El premio fue un par de Sacachispas, un número mas chico del que yo utilizaba.

Lamentablemente él – o sea mi padre - no tuvo muchas oportunidades de ser yo, o al menos de compartirme a mí. Patear una pelota juntos, ver películas de vaqueros en el cine  comiendo garrapiñadas o explicarme cómo se conquistaban las chicas y cómo se hacían los chicos. Se fue demasiado temprano, él 42 años y yo 16 meses, cuando sólo podía estar conmigo en el cambio de pañales o dándome la mamadera.
Me gusta ser él y seguramente a él le hubiera gustado ser yo. Quedará para otra oportunidad. Cuando yo y él o él y yo – vaya a saber quien será el primero que se dé cuenta que está caminando al lado del otro - nos encontremos en un lugar del cielo donde todos nos parecemos a todos.   
           

3 comentarios:

Alberto dijo...

Siburu: Una belleza lo suyo

alberto dijo...


Siburu: Una belleza lo suyo.

Alberto y Rosana dijo...

Luis: Gracias por compartir este hermoso sentimiento y reflexión.