sábado, 20 de septiembre de 2014

Rita Graciela Quinteros/Septiembre de 2014



Caperucita, otra versión

Esa tarde me decidí a salir a caminar por el bosque. Cerca del camino, entre las flores silvestres, la vi. Era una hermosa jovencita vestida con una caperuza roja.
Se la veía rozagante y vigorosa. La boca se me hizo agua. Mi cuerpo vibró de una manera impensada tan solo de mirarla. Me acerqué y le pregunté hacia dónde se dirigía y me contestó que iba a ver a su abuela que estaba en cama y que le quería llevar algunas flores junto con la cesta con comida que le mandaba su mamá.
Hablamos por un breve momento y me dio muchas señales de que mi compañía le resultaba “muy grata”.  Entre otras cosas me dijo exactamente dónde vivía la abuela. Creí comprender lo que intentaba decirme.  Seguí su juego. Me alejé de ella recomendándole que tuviera cuidado y que le convenía tomar el camino más largo porque era el más seguro. Mi tono sonó cómplice, el de ella al despedirse, también.  Se veía realmente apuesta con esa ropa ajustada y tan llamativa. Se cubría apenas con la caperuza así que se notaba su sensualidad juvenil a pesar de todo. Ella siguió por el camino largo y yo me fui a la casa de la abuela por el más corto. No podía dejar de pensar en lo bien que podríamos pasarla juntos así que haciendo lo que  me había insinuado, preparé nuestro encuentro.
Llegué rápidamente a lo de la abuela y me abalancé sobre ella.  En un cerrar y abrir de ojos la até, amordacé y la encerré en el armario. No opuso resistencia porque creo que estaba con la puerta entreabierta esperando a que caperucita llegara o quizás a alguien más, no lo sé. Creo que en cierto modo hasta le gustó lo que le hacía.
Una hora después llegó la joven. Yo me había metido en la cama. En el bosque me había dicho que le gustaban los disfraces, así que me vestí con algunas ropas de la abuela y simplemente la esperé. Mi cabeza fantaseaba con su piel y su aroma. Pensándola estaba cuando se apareció. Entró tímidamente. Fingió no reconocerme. Seguí su juego. Una palabra llevó a la otra y momentos después estaba en la cama, desnuda, junto a mí.
Vibrábamos en la misma frecuencia. La humedad de nuestros cuerpos nos abrazó y nos perdimos entre gemidos y caricias íntimas.
Cuando estábamos en los momentos culminantes, pasó el guardabosque. Tal vez la abuelita lo esperaba a él cuando llegué yo porque el hombre al escuchar nuestros “ruidos” entró enfurecido. Creyó que yo estaba abusando de su mujer y me golpeó.
Tantos golpes sufrí que huí del lugar sin dejar rastros. Caperucita, para salvar su honor, dijo que yo la había engañado,  que  había accedido a meterse en la cama  creyendo  que era su abuela quien se lo había pedio  para hacerle compañía en su enfermedad.
 Ya no importa.
Ahora, mi buen nombre ha sido deshonrado. Todas las muchachas a las que me acerco me consideran peligroso y se alejan espantadas de mí. Sufro enormemente a causa de la soledad impuesta desde aquel día. Mientras tanto Caperucita es recibida por todos con mimos y cuidados. La abuela obviamente tampoco dijo nunca la verdad.Quizás fue una forma de vengarse de mí no tanto por lo que le hice sino por lo que dejé de hacerle.  Su nieta es tan zorra como ella pero el lobo feroz, del que todos deben cuidarse, ése, ése soy yo.


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