sábado, 20 de junio de 2015

Nechi Dorado-Argentina/Junio de 2015

ENTRE AYERES Y HOY



Ayer
 
Casas sin rejas, abiertas,
perillas en la cocina, el baño,
los dormitorios, los botones no manejaban todo
tenían límites.
Soldaditos de plomo, muñecas de trapo,
pelotas de trapo, retazos de algún vestido
viejo de las abuelas.
Tele, un rato, primero los deberes de la escuela,
las cuentas con los deditos la mejor vitamina para las
neuronas.
Oraciones a mano, sujeto –¡libre!- y predicado,
guardapolvo almidonado para ir a la escuela del
barrio, pública, libre, desatada de dogmas
de culpas, de mentiras.
Oídos atentos escuchando a las calandrias,
al viento, a las moscas y su pegajoso tzzzz-tzzzz,
el crujir de la escarcha en las mañanas
de invierno sin polución.
Y al peligro, si acaso anduviera suelto.
Mamá tendiendo la mesa con olor a lavandina
y a vainilla y limón del bizcochuelo
en sus manos ásperas de caricia tibia.
Cada día el descubrimiento de alguna arruga nueva
en su carita de luna con ojazos de ternura.
Las arrugas no ofendían, apenas producían
un mohín al asomarse de prepo,
eran el paso del tiempo que dejaba
sus huellas en su rostro de madre,
de hembra, compañera.
Los menores en la escuela,
a nadie se le ocurría que había que llevarlos presos.
Los padres en el trabajo y nunca alcanzó la plata
para los trabajadores. ¡Nunca!
Sobraba la honestidad y el calor en el hogar.
-Don Juan, después se lo pago
-vaya tranquila señora.
Día de cobro, algún lujito en la casa, todos juntos.
-¿Qué le debo don Juan? Gracias por todo,
en un altar la palabra, no había mejor garantía.
Eran tiempos de culto al respeto y “gracias” un cascabel
que alimentaba a la vida.




Hoy

Casas con rejas, los botones mataron a las perillas,
los soldaditos murieron en alguna guerra absurda
nacida en el culo de una botella de wisky
de alguien que los mandó al frente
y se escondió como rata debajo de sus galones
a la sombra de una cruz en la oficina.
Muñecas de plástico, almas de plástico,
rostros de plástico, plástico, plástico.
Tele basura,
las tareas conectados a algún aparato
tecno si es que nos queda tiempo, si no da igual.
¿chateamos boludo? Total
no hay nadie en casa, ni se enteran.
Las cuentas sin los deditos, con máquinas inteligentes.
Oraciones yo tengo, yo quiero, yo compro.
Yo, yo, yo, el virus del yoísmo
¡Y la vacuna tan lejos!
Moda que nos uniforma, pantalones rotos
que se compran muy caros.
Oídos atrapados entre cables de “hight fidelity”
y el autismo, tristísima enfermedad, entronizada,
¡nos autistaron!
tras auriculares de plástico –otra vez plástico- y alta
definición indefinida.
Tomates con glifosato, frutas y semillas transgénicas,
conservantes permitidos, colorantes,
la fecha de vencimiento en el dorso
del envase, junto a un código de barras
distintivo de los  monopolios
que nos explotan a vos, a mí, a nosotros.
Ya no más arruguitas, al tiempo lo detienen
droguerías en alza con inyecciones de laboratorio
¿Vivimos más o tan solo vamos muriendo de a poco?
¡Quién lo supiera!
Los menores en las calles, en funerales de sueños,
quieren matarlos a todos, si son jóvenes son malos
a menos que tengan plata o familia de renombre.
O transas con algún puntero.
A padres desocupados, la droga le quita
el hambre a sus hijos. A otros les da trabajo y estatus.
Si la plata no alcanza de algo hay que vivir
 O morir
o hacer morir a otros con tal de estar mejor,
con tal de dejar de sufrir, total,
ya, da lo mismo.
Murió don Juan, murió por asesinato,
nadie nos dice
-vaya tranquila señora.
(Otra vez, qué incongruencia) el plástico lo reemplazó
y la plata, doña reina del asco, borrando el paso del
tiempo paralizando la sonrisa libre
que ahora está sujetada, estática, fría
convertida en mueca de payaso absurdo,
copiando el rasgo de las muñecas de plástico.
Los “cerebros” del mundo celebran impávidos
el holocausto de las neuronas,
fallecidas en masa, a-se-si-na-das
en esta guerra no declarada, inadvertida,
donde no hay hospitales para salvarlas de la
metralla de mensajes permanentes.
Mientras siguen estallando
como vidrios rotos, los fragmentos de ayeres despedazados
que alcanzaron a los “hoy” agonizantes.

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