martes, 21 de abril de 2020

Luis Tulio Siburu-Argentina/Abril de 2020


CABALLO DE CALESITA                                                       

La misma rutina de siempre en la plaza del pueblo. En cada vuelta voy viendo en forma escalonada, según el lado del cuadrado que enfrente, la Parroquia, el Colegio Normal, la Intendencia y la Jefatura de Policía. A veces el bronce de Don José me tapa apenas, pero igual ya conozco los lugares de memoria.
De pronto, junto a la vereda, para un automóvil y desciende un padre. Por la puerta trasera baja en brazos a una niña de unos siete años. Mientras la madre saca del baúl una silla de ruedas.
Recorren el sendero de ladrillo hasta la calesita. Desde mi imaginación parece como esos dibujos que hacen los pequeños, destacando a los personajes con un cono fuerte de luz que los acompaña, destaca y acerca. Como si estuviera por producirse un milagro.
Ya está sentada sobre mi montura. Sus piernas muertas enlazan mi lomo muerto.
¿Dónde está la vida?
La vida de ella está de la cintura para arriba, moviendo los brazos con alegría en busca de la sortija, gozando de la compañía de amiguitas en cisnes y jirafas, tarareando la música pegadiza del carrousel, masticando el caramelo de la media hora feliz.
La vida mía está en su sonrisa. Aunque soy de madera y cartón corrugado, ahora me siento como de carne y hueso cabalgando en un valle y llevando una hermosa amazona que quiere atravesar el viento, no importa que mueva de un lado a otro sus mechas doradas.
Me siento como un mago, un héroe, un cuento de Perrault, un personaje de Mary Poppins, una película de Disney…qué se yo, alguien que le ha cambiado a otro por un rato, la silla triste por la montura sonriente.
Y entonces las estrellas de la noche hacen sonar la sirena de cierre. La calesita apaga su música y detiene su andar. Ella se va a su habitación de dos ruedas y yo me quedo bajo la oscuridad de la lona.
Pero hay un cambio. No soy más un simple caballito de calesita. Ya no me pondrá triste mi estático vivir y la rutina de observar siempre los cuatro mismos lugares. Ahora tengo una amiga que vendrá a buscarme cuando vuelva el sol de la tarde. Gozaré de la dicha de brindarle un rato de esparcimiento, un oasis de placer, a la princesita rubia que convive con el duro castigo de la inmovilidad.

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