viernes, 17 de septiembre de 2021

Ángela Marengo-Argentina/Septiembre de 2021

 

El culto a la fealdad, la estética de éstos tiempos.  

“Aunque le arranques los pétalos, no quitarás su belleza a la flor”.

Rabindranath Tagore

 

Un artículo de opinión sobre el culto a la fealdad como nuevo parámetro de “belleza”.

Escucho a mi hija de 16 años contar que en un video de YouTube una niña decía:

- Por favor, pon like si soy fea y dislike si soy linda.

Mi hija, tan adolescente como la chica del video comentó:

- ¿Qué ha pasado con esta juventud, adonde hemos llegado? ¡WTF! - parafraseando a un anciano e imitando su voz.

Y entonces, llegó la idea.

 

 

El culto a lo feo

 

¿Cómo llegamos a este punto, donde señalar un montón de estiércol en el piso es más llamativo que mirar flores o mariposas? ¿Cómo llegamos al punto de que la belleza es considerada aliada de la fútil ignorancia y también de la frivolidad, y que la inteligencia viene asociada a una fealdad exagerada acompañada de falta de cuidado y limpieza?

La belleza fue siempre para el hombre, un motor y un objetivo. También una estación, el motor para avanzar, el objetivo inalcanzable por el cual seguir y una estación donde arribar para volver a comenzar o permanecer. La naturaleza, en cambio, mantiene una belleza o una fealdad imperturbable, no se modifica per se, salvo que alguien o algo la destruya. El hombre, como ser esencialmente social y en interacción con los demás, modifica ese concepto. Y en esa búsqueda, construye un ideal de belleza carente de objetividad, sólo aceptada por el grupo. En esa pérdida y desprecio por la belleza comienza la decadencia de las civilizaciones. “Se empieza por prescindir de los efectos de la emoción estética y se termina chapoteando en el fango de la vulgaridad (…) El culto al feísmo se instaló entre nosotros como una de las nuevas religiones que proliferan en esta sociedad descreída de lo trascendente y fervorosamente rendida a lo insustancial. Ante una urna griega Keats, nos recordó que belleza era igual a verdad” sostiene Luis Díaz Tejón, novelista y ensayista español.

Una de las posibles causas de este cambio son las frases y modismos marcados a fuego en nuestras mentes: “piensa mal y acertarás” “si el rio suena, agua trae” y miles de frases negativas con las cuales fuimos creciendo e incorporándonos a un mundo demasiado hostil. Esa idea respecto a que si pienso como adulto soy adulto - y que éstos ven la vida con pesimismo y desazón - sumado a la viveza de pensar mal del otro, fue construyendo ladrillo sobre ladrillo un pensamiento carente de belleza y de buenos valores.

Otras de las búsquedas, en el orden de la frivolidad y de la moda, ha sido la de lo absurdo, de lo exageradamente provocativo con el fin de producir en el observador una atracción fuerte, ya no desde lo bello sino desde lo repulsivo que, a juzgar por el nivel de consumo y ventas, tiene muchísima más llegada. Esto no quiere decir que un diseñador de modas confeccione su colección con una estética negativa adrede, sino que apela con detalles, objetos, escenarios y puestas en escena, a impactar negativamente en el público. Lo que resulta de todo esto, es una emoción tan fuerte que se imprime en la psiquis del consumidor en forma indeleble.

Según los escolásticos, “la belleza es el resplandecimiento de la forma sobre unas partes proporcionadas de una materia, es decir, es armonía”. Y esta armonía e integridad es alterada por la fealdad, donde la fealdad es opacidad.

 

 

 

Lo bello es luminoso

 

En el arte se consideró hasta hace poco tiempo la búsqueda de la trascendencia a través del resplandor de las formas. Hay una pérdida de esa búsqueda en el arte moderno, amparada en una nueva producción de arte desechable, masiva, efímera y consumista. El artista adhiere al feísmo, una extraña adoración a lo feo. Filosóficamente, se atribuye este fenómeno a la visión del hombre como un ser acosado por la angustia, a los vacíos existenciales en todas sus expresiones, a la pérdida de una visión trascendente en relación al destino del ser humano, al olvido por el Ser (reflejo de una profunda crisis que vive la sociedad contemporánea producto de la falta de cultivo del interior).

Sir Roger Scruton, filósofo conservador e independiente, autor de más de cincuenta libros, ha reivindicado con valentía y fundamento crítico la vinculación clásica entre lo bello, lo bueno y lo verdadero, los tres “trascendentales del ser” remitiéndose a dos mil años de historia occidental.

Desde sus orígenes griegos, la filosofía se preguntó por la función de la belleza en el arte, la poesía y la música, así como en la vida cotidiana. considerando que la obra de arte bella conformaba un remedio contra el sufrimiento, el caos y el desorden y proporcionaba consuelo ante la tristeza, lo cual mostraba que la vida merecía ser vivida. Además, gracias a la búsqueda y producción de belleza, podemos percibir el mundo como un hogar habitable y comprendernos como seres espirituales.

En el siglo XX, con la llegada de los movimientos vanguardistas, el valor de la belleza dejó de ser importante y fue reemplazado por la originalidad: el objetivo del arte es perturbar, transgredir normas, romper tabúes morales, ofender el buen gusto o reproducir las cosas negativas del mundo. Scruton lamentó profundamente este viraje del arte, donde se cultiva la fealdad, el afán de escándalo y la impostura, y señaló que cuando lo chocante se repite una y otra vez, se torna aburrido e inocuo, y en consecuencia el arte pierde su estatus sagrado. Ya no apunta a un plano espiritual superior. Y en palabras de este gran filósofo: “Con el olvido de la belleza se menoscaba también el sentido de la vida”.

 

 

Breve recorrido histórico del canon de belleza femenino. Evolución a la fealdad.

 

Prehistoria: Los hombres preferían a las mujeres de pechos grandes y caderas anchas porque se las asociaba con la fertilidad, la capacidad de parir y criar hijos fuertes y grandes.

Renacimiento: cuerpos redondeados, manos y pies finos, pechos pequeños y firmes, tez banca y mejillas sonrosadas, labios rojos, cabello rubio y largo, frente despejada y ojos grandes y claros.

Barroco (siglos XVII – XVIII): cuerpos más rellenitos: caderas más anchas y cintura estrecha, brazos redondeados y carnosos, piel blanca y pechos más llamativos resaltados por los corsés. Aparecen el maquillaje, las pelucas, los perfumes, los lunares postizos o pintados, los corsés de infarto, los encajes.

Época Victoriana (siglo XIX): Lo que caracteriza ésta época es el uso de los corsés para estrechar al máximo la cintura y realzar el busto y las caderas.

Principios del siglo XX: el canon de belleza femenino lo marcan las caricaturas del dibujante Charles Gibson, sumisión y obediencia complementado con pechos altos, caderas anchas y nalgas prominentes.

Años 30-40: es la década de la lencería, la mujer va cobrando protagonismo y la belleza de la mujer, tanto vestida como desnuda, se vuelve importante. Éstas se preocupan por su físico para resultar impactantes.

Años 50-60: La exuberancia femenina se apodera de las pantallas. Curvas marcadas, voluptuosidad, piernas infinitas, huesos bien forrados, cabellos rubios. Pero a su vez, los cuerpos pequeños y delgados. Niñas con cuerpo de mujer tipo “Lolita”, también causaban furor.

Años 70-80-90: Los cuerpos femeninos se van adelgazando y estilizando, y los pechos cada vez van cobrando más protagonismo y espacio en el cuerpo de las mujeres. Las redondeces empiezan a ser despreciadas y las mujeres ansían lucir bellas en sus bikinis. Y la cirugía estética ayuda a moldear los cuerpos de las no tan dotadas, y hacer desaparecer arrugas no deseadas. Grandes o enormes pechos, cuerpos delgadísimos, labios y pómulos prominentes. Destacan los cabellos oxigenados y las pieles morenas.

Nuevo milenio: Si creíamos que las mujeres ya no podían estar más delgadas y operadas, estábamos equivocados. Una nueva generación de modelos esqueléticas (empujadas por las grandes firmas y diseñadores de moda) ha plantado un canon de belleza femenina demencial e insano. Vemos desfilar en pasarelas y posar para revistas a auténticos esqueletos con pulso bajo la piel, señal inequívoca de estos tiempos, de dudosa sanidad mental.

"La globalización moderna niega las diferencias entre culturas en nombre de un universal paupérrimo: el del ocio y el consumo" sostiene Pascal Bruckner.

 

 

 

 

 

Distopías o anti-utopía

 

Término acuñado en 1516 por Santo Tomás Moro (como antónimo de utopía, que es un modelo de sociedad ideal con niveles mínimos de crimen, violencia y pobreza). La sociedad distópica, en cambio, se caracteriza por la deshumanización, donde casi sin darse cuenta, el ser humano va entregando voluntariamente su libertad hasta convertirse en “autómata o parte de muchedumbres aturdidas que ya no actúan como individuos”. Cada día estamos más cerca de ello, y como diría George Orwell poco antes de morir, sobre su novela más recordada y obra literaria distópica por excelencia: “No creo que la sociedad que he descrito en ‘1984’ necesariamente llegue a ser una realidad, pero sí creo que puede llegar a existir algo parecido”. En ese “algo parecido” que vivimos actualmente, la anti-belleza se ha convertido en el valor predominante.

La belleza tal como la considerábamos hasta fines del siglo XX como el ideal filosófico que responde a miles de años de civilización occidental, motor de búsqueda del sentido de la vida y símbolo de transcendencia del ser humano en la obra artística, con la llegada del siglo XXI y el progresismo ha sido reemplazado por la fealdad, algo que responde a la necesidad de transgredir valores establecidos. Como consecuencia de ello, logramos esta realidad en la cual seguimos inmersos: gris, exitista y deshumanizada.

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