lunes, 22 de agosto de 2022

Susana Consolino-Argentina/Agosto de 2022


 

Un muy querido recuerdo (Podría ser una tarde de Taller) 

Desganada, sin ninguna voluntad para salir de la cama y enfrentar la vida. Qué decir la vida, apenas servirse el desayuno. Pensó que para el encuentro de la tarde quería poner objetos antiguos. Siempre lo que recordamos de la niñez nos trae alguna inspiración para escribir. De mala gana prendió la estufa del otro cuarto, fue a la cocina y puso a calentar el café. Comenzó a pensar qué podía mostrar. Ufff, el café estaba casi hirviendo. Lo sirvió, tomó de la lata unas pocas galletitas y sacó del pastillero la sarta de remedios que debía  ingerir  para no volverse loca. Mientras estaba sentada a la mesa, casi rumiando lo que debía preparar, tuvo la intención de poner música. Muchos de sus despertares se salvaban con canciones españolas, sí sobre todo españolas. Pero, no. Prefirió seguir rumiando su sentimiento de soledad. Ya hacía bastante que estaba sumergida en un mar de desazón. Con mucho esfuerzo, le dolían hasta huesos que no sabía que los tenía, fue como arrastrándose hasta su cuarto. Casi se cae al tropezar ya que una de sus pantuflas estaba realmente en muy mal estado. Al entrar se detuvo frente al escritorio panzón. Era su preferido. Entre todos los muebles antiguos que habían quedado de los mayores, éste era su preferido. Todos le gustaban mucho. Pero éste era “su” escritorio. Aunque nunca lo usara como tal. Había sido de su abuela paterna, con la que casi no tuvo trato. Allí había varios de sus queridos tesoros. Se le iluminó el semblante cuando posó su mirada en el pisapapeles. Transparente y con una flor en el centro. Siempre le había gustado. Desde muy chica. Y ahora mucho más. Cuando lo miraba la recordaba a Ella. A su abuela. A su queridísima abuela. Y como en un torbellino pasaron por su memoria tantísimas imágenes. El comedor de Banfield, la Abuela Rosalía y el tío Manuel sentados a la mesa, hablando como siempre de su Galicia natal. La música de Las Bodas de Luis Alonso, que se escuchaban desde la Avda Alsina. Mesas colmadas con toda la familia. O todos reunidos en el patio interior que tenía la casa de la calle Pellegrini. Su abuela en San Clemente, defendiéndola de su madre porque ella, ella que siempre fue muy tímida, era chiquita y la habían llevado otras chicas a una casa vecina sin avisar. La madre se enojó mucho y ese día le pegó. Ella lloraba en el cuarto y su abuela junto a la puerta cerrada, lloraba también, diciéndole a su hija que no le pegara más. Esta escena la recordó siempre. Como recordaba los abrazos, la ternura, sus cuentos … En un momento suspiró, volvió a mirar con intensidad el hermoso pisapapeles y vio la cara de su abuela, sonriente, no como si estuviera ahí, sino como si fuera transparente. ¿Sería cierto lo que se dice, que ellos nos ven? Muchas veces ella le había hablado a su abuela Rosalía, le había dicho “abuelita ayudame, no doy más”, y se había sentido acompañada. Y lo hizo ahora, cerró los ojos, y pensó,  deseándolo con mucha fuerza “me vas a ayudar”, “como siempre lo hacés”. Respiró muy hondo, y pensó “mejor me doy un baño bien caliente, me visto y luego busco los demás objetos”. Ahora ya estaba segura, esos queridos  recuerdos serían motivadores de hermosas historias, como siempre,  ya que todos sin excepción escribían muy bien. 

 

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