DIBUJO DE KAFKA
Estoy mirando el dibujo de Franz Kafka que me pasaron para analizar y me acuerdo de mis 17 años, cuando para poder acceder a un trabajo de oficinista de tercera y demostrar que no estaba loco o que mi cucusa funcionaba bastante bien, me mostraban la aparente mancha simétrica de tinta del test de Rorschach y pedían que relatara lo que veía en ella.
En aquella oportunidad lo hice por necesidad. Por supuesto ví una vagina. La testosterona me salía por los ojos. No me dieron el trabajo. Había mucho personal femenino que podía correr peligro.
Hoy me doy el gusto de negarme. Primero, porque estoy casi seguro que todavía no estoy chapita. Segundo, porque he leído sobre Kafka y los temas de sus libros que versan sobre la condición del hombre contemporáneo, la angustia, la culpa, la burocracia, la frustración, la soledad, la brutalidad física y psicológica, además de que éste genial checo mezclaba en sus obras lo onírico, lo irracional y la ironía.
Entonces quien soy yo, que apenas puedo interpretar a quienes me rodean y a veces la pifio, como para saber qué quiso decir éste personaje tan particular y complicado cuando sacó de un trazo rápido a ese balcón triangular a un hombrecito vestido de negro, para mirar quizás el Puente Carlos sobre el río Moldava desde lo alto y ver pasar por el barrio Josefov a un barbudo rezando, seguramente con destino a las piedras inclinadas del antiguo cementerio judío de Praga, que tan bien describiera Umberto Eco en su libro.
Eso es lo que veo. No más. Sería un atrevimiento y tendría que estar enfermo de optimismo si pudiera adivinar qué pensaba este muchacho cuando le daba al lápiz en sus delirios. Casi como acertar quien gana el 22 de octubre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario