LA HOJA
Voló la hoja un día con la tarde
supo que había perdido el mundo
que era de ella.
Una ráfaga soló fuerte, ella
voló y voló y pudo ver las cosas:
los autos, la gente, el sol y las estrellas.
Entonces, en ese mar de aire,
se sintió solitaria y se rindió
a los vientos y a las grandes heladas.
Voló sin saber a dónde iba,
estaba algo nerviosa pero ella
creía en la esperanza,
así siguió su tramo.
Soñaba llegar hacia un árbol lejano
repleto de hojas que caían
anunciando el otoño.
Pero el viento cambió y tomó otro tramo,
se la llevó el río, durmió mojada y fría
por entre los pescados, los esquivaba a veces,
otras veces, la salvaban los musgos.
Ella, siguió esperando, creía algunas noches
entre sueños, posarse en aquel árbol.
Los años fueron pasando y ella se hacía vieja,
se retorcía y se iba quebrando, pero era
su esperanza la que le daba fuerzas
siempre a regañadientes, volando, volando.
Un día como muchos , ya no pudo elevarse,
entonces, un pájaro enorme se la llevó
a su nido y lo sirvió por años.
De repente, un viento muy fuerte
arrasó el nido de aquel pájaro, ella
cayó sin saber qué pasaría, entonces,
pasó lo extraordinario:
una enorme hoja acogió su caída,
y otra, y otra.
¡Había un manto que se extendía sin fin,
como en un su sueño, pero éste era mucho más grande!
¡Al fin había llegado!
Al preguntarle las demás hojas sobre su procedencia,
ella siempre decía: “soy de ninguna parte, a mí me trajo el viento”.
Inmediatamente preguntaban: “¿cómo llegaste hasta este viejo roble de ta lejos?”
a lo que nuestra hoja, radiante de pasión, como aquel primer día en que se propuso
surcar el horizonte, contestaba con una gran sonrisa: “volando, volando, volando”.
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