sábado, 24 de octubre de 2009

Héctor Zabala-Buenos Aires, Argentina/Octubre de 2009




Educación sexual como en los '50

El nene jugando en el arenero, el padre sentado en un banco en esa plaza de Caballito, una mañana cualquiera de domingo.
De pronto, surge esa lánguida puntería, que tiene todo nene de sentarse con fruición en el único charco de agua sucia en varias manzanas a la redonda. Sí, justo en el preciso instante en que la página deportiva de La Prensa aparece ante nuestros ojos de padre inflado de sol y arena, media hora después del: Querido, ¿sacarías al nene a la plaza mientras les preparo un rico almuerzo? Textual, como si ella no fuera a comer o se le pudiera decir que no.
Raúl, el papá, oye el ¡plaf! sin hacer caso. La página deportiva (único lugar, además, que trae la conformación de nuestro equipo favorito) merece un poco de respeto religioso, ¿o no?
Cuando ya logre uno pasar del guardavalla –que siempre será el mismo y por ende el menos interesante– el nene se pondrá a lloriquear porque está mojado. Entonces uno (y Raúl no será la excepción) deberá correr con el pañuelo inmaculado antes que el querubín, que parece saberlo todo, se seque las lágrimas por propia iniciativa con manitos y arena pro conjuntivitis.
Pero al fin los dos cachetes marrones del pantaloncito nuevo son un factor inapelable para dejar la soleada y silenciosa mañana y rumbear para casa con la felicidad del caso.
En el camino, Raúl cavila sobre quién jugará de puntero derecho esa tarde, mientras todavía se lamenta para sus adentros por el pequeño accidente. Sí, porque ¡nunca lo hagas en voz alta que al nene le hace mal!, ¿o ese día no me acompañaste al psicólogo?
De pronto el nene pregunta (y nunca sabremos si la sucia zambullida desencadenó alguna rara asociación de ideas):
–Papi, ¿qué es eso de los siete vecinos?
–¿Qué?, ¿siete qué?
–Ayer, mamá y dos vecinas decían que Pablito, mi mejor-mejor amigo, nació siete vecinos.
Siete vecinos, siete... Ah sí, sietemesinos. Menos mal que éste no escuchó bien. Parto adelantado –cae en la cuenta Raúl, cuando sus pensamientos ya corrían entre el zaguero izquierdo y el volante central.
–No sé, habrá que preguntarle a mami qué quisieron decir (al menos, esta vez zafé).
Ya en casa, se encara con su suegra y con Mercedes, su mujer: que a ver si se fijan en lo que hablan delante del nene, che. Pero una vez casi aclarado el asunto, Mercedes contraataca. Lo increpa porque es obligación de padre responder todas-todas las preguntas de tu hijo: que los traumas, que la castración psíquica, que la infancia sin respuestas, que las secuelas temáticas recurrentes, que el psicólogo dice, que las corrientes pedagógicas actuales afirman, que la experiencia médica confirma, que la mar en coche...
Raúl asiente en silencio (¿le queda otra?) y sale con destino a plaza y arena, una vez que el nuevo pantaloncito no porta dos nalgas mojaditas, y tras la nueva promesa del rico almuerzo.
El rostro de Raúl se mantiene tieso. Es el de un condenado regando con su propio sudor los peldaños del cadalso. Espera de nuevo la ya vieja pregunta. Sabe que vendrá. Sabe que los chicos son bastante obsesivos, al menos el que le tocó en suerte.
Sí, porque ahora, seguro vuelve y me pregunta cómo es eso de los siete vecinos. Y yo tendré que responderle que no son siete vecinos sino sietemesinos. Él me dirá que no entiende. Yo no haré comentarios, pero él igual me preguntará qué significa. Yo tendré que contestar que... bueno, que se dice así, que la gente grande, porque... ¡porque no son nueve sino sólo siete! Él insistirá con eso de qué es lo que son siete y no nueve. Yo deberé decirle: bueno... los meses. Y cambiaré enseguida de tema, pero él igual arremeterá con ¿qué meses?, y yo le tendré que aclarar: los meses en que la pancita de mamá estuvo un poco hinchada. Pero él, porfiado, seguirá con lo de ¿por qué estuvo hinchada tantos meses? Claro, él no puede recordar porque es hijo único y miraba desde adentro, pero igual habrá que decírselo. Ay, pero a mí no me sale. Soy chapado a la antigua y estos psicólogos modernos, ¡dale que te dale! Y el angelito de dios seguro que machacará y machacará, porque para eso son mandados a hacer, y al fin tendré que explicarle que estuvo así porque los nenes nacen dentro de la pancita de la mamá. Y el muy ladino, seguro que me pregunta: ¿y cómo llegan hasta ahí? Y entonces viene la parte terrible y tendré que decirle lo de la semillita de papá. Y él insistirá con aquello de ¿cómo puede papá ponerle una semillita a mamá? y, encima, ¿dónde? Y pedirá detalles y tendré que decirle algo. Pero no se conformará y pedirá más y más detalles. Pero no puedo, no puedo. Seré antiguo, todo lo que quieran, pero cuando yo era chico a los nenes los traía la cigüeña desde París y sanseacabó, es decir, sanseacababa. Por supuesto, nunca entendí del todo cómo un pajarraco podía traer un bebé, pero bueno, uno no seguía preguntando. Después vinieron a complicarla los psicólogos y los pedagogos. Sólo faltan los podólogos. Maldita sea esa Facultad y su carrera de Psicología. Miren, en qué aprietos lo ponen a uno. ¿No ven que es una almita ingenua?, ¿o acaso a nosotros nos traumó el asunto cuando lo supimos de grande?, ¿o no somos gente normal, acaso?, ¿eh? ¿Qué necesidad hay de tener que explicarle cosas casi pornográficas?, ¿qué necesidad de...?
–Papi, ya entendí. Ahora me acuerdo. No eran vecinos. Eran mesinos. De meses, ¿viste? Hace mucho lo dijeron las amigas de mamá y después lo vi en la tele.
¡Ah, menos mal, qué suerte! No va a seguirla, ya se conformó. ¡Se acabó, zafé...!
–Ahora, papi, otra pregunta, ¿cuándo hiciste el amor con mamá?, ¿siete o nueve meses antes de que yo naciera?
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“Educación sexual como en los ‘50” (cuento): Tercera Mención en el XV Concurso Nacional de Narrativa y Poesía de Poetas del Encuentro de Villa Ballester. San Andrés (Provincia de Buenos Aires), Argentina, 3 de mayo de 2006



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