lunes, 21 de marzo de 2011

Raúl Barrozo-Buenos Aires, Argentina/Marzo de 2011

Palermo Hollywood


           Sacó la botella que había dejado medio llena en la puerta de la heladera. Le costó un poco descorcharla. No se explicaba como pudo haberla tapado tan bien la noche anterior, cuando había decidido brindar por su nuevo hogar. Se sirvió una copa, se puso el Alplac en la lengua y se dejó caer, cansada, sobre esa cama, ahora inmensa.


          El vacío del cuarto, los pocos muebles dejados por ahí y las cajas con libros prolongaban el desorden interno. Pero en unas horas todo cambiaría. Se sentía con ganas de hacerlo. Dejó vagar su mirada por el otro cuarto. Se detuvo en los vidrios del ventanal que daba al patio interno. Se acomodó los anteojos que ya debería cambiar. No veía bien últimamente.



          Estaba absorta en las burbujas de la copa de champagne cuando vio pasar algo como una sombra por la puerta del living. Se incorporó levemente. Primero pensó en Fernando. ¿Hasta allí la seguiría? ¿Sería capaz de llegar a eso? Desde hace dos días Sara está habitando éste dos ambientes de Palermo Hollywood.



         Todavía no ha llegado a acomodarse bien. Hasta hace un rato estuvo  levantando mails del correo atrasado. Arruinaría la mesita Tudor si la computadora seguía en ese lugar. Mañana la cambiaría. Alcanzó a distinguir el mecerse suave de la palmera del jardín sobre el verde oscuro de la enredadera. La luna descendía lentamente sobre el quieto cielo de la ciudad.



        Fue ahí que lo vio. Nítidamente. Se paralizó. Un frío de espanto le recorrió la espalda y se le apagó en las piernas. El grito se quedó en el aire un instante hasta que la trompada del intruso la tiró contra los almohadones. Sintió que las manos del hombre le arrancaban los pelos de la nuca tirándole la cabeza hacia atrás a la vez que con una pasmosa tranquilidad le pedía que le diera el dinero.

 Ella le indicó el placard. Cuando él la levantó del brazo ya estaba entregada. Sólo atinó a obedecer. Fueron hasta el secreter del mueble y le entregó todo lo que había. El llanto la convulsionaba. Temblaba toda entera. El tipo agarró las cosas y al darse vuelta, se tropezó contra la mesa arrastrándola en la caída. El golpe fue tremendo. Un sopor profundo le impidió levantarse. Creyó que estaba muerta.


         El frío del champagne sobre su pecho la despertó nuevamente. Sintió un dolor extraño en el bajo vientre. La palmera afuera, se mecía suavemente bajo la penumbra nocturna. Arregló el acolchado. Se abotonó la blusa. Estaba haciendo frío. Mañana pondría la mesita Tudor en su lugar.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Un muy buen cuento con un final abierto a mi entender.

Es un placer leer tus cuentos Raúl

Beso Josefina

Anónimo dijo...

Muy bien contado Raúl,
un esenlae para pensar
Lo felicito y lo saluda Ernesto.

Anónimo dijo...

Me gusta como escribís,

muy bueno
tu cuento y
tus finales.

un abrazo
Marta

Anónimo dijo...

Un buen cuento con dos finales posibles

saludos Angela