lunes, 22 de julio de 2019

Lucía Lezaetta Mannarelli-Chile/Julio de 2019


CRECED Y MULTIPLICAOS


            Calles arriba, escalando aquellos gastados, desiguales y roídos escalones. Topándose con las viejas y destartaladas casas que se apoyan unas contra otras protegiéndose tal vez de los temporales. Encontrando ventanas ¡Oh desastre! Unas más arriba, otras abajo, largas, anchas o pequeñas. Muy pocas, con alguna mísera cortina quemada por el sol, varias empañadas con pintura, evidentemente piezas de baño. Otras, tipo ojo de buey cómo si algún barco de mala clase hubiera anclado allá arriba, en pleno cerro. Muchísimas, la mayoría carecen de vidrios y lucen un plástico que el viento bombea. Tal como la estropeada escuela, piensa Rosauro Pinto. De ahí proviene su constante dolor de oídos. ¿Pero, puede hacer algo al respecto? Sometido a trabajos, horarios, labores organizadas en equipo, órdenes de arriba, reformas, informes. Y todo por un vergonzoso salario que no alcanza siquiera para lucir un par de zapatos nuevos, el día de iniciación de actividades escolares. ¿Cómo hacerlo, si aún debe a la Cooperativa la ropa adquirida para la familia, el año pasado?
            Ya tenía perdido el primer entusiasmo, ese que le trajo a estudiar para ser Maestro, con el aroma del toronjil y yerba buena aún en sus manos y su sol. ¡Su sol que hacía brotar la tierra en mil frutos de abundancia! Diferente a este pobre sol que lamía inútilmente el brillo de las piedra y rocas de los cerros que nada podían producir, y menos aún, alimentar a esos cientos y cientos de pequeños seres que acudían como revuelto rebaño hasta su Escuela.
            Algo de eso le incomodaba especialmente esta mañana. Queda sólo un mes de clases, debe hacer entrega de su cargo. Pero, ¡Cuán poco ha podido avanzar...¡ Lo envuelve un negativo ambiente: Ahí está la muestra, Baeza René, con su inexpresiva cara de hombre-niño-raro. Cuatro años en cada curso y aún leyendo a tropezones. González Tuno. ¡El Tuno! Con sus manos plagadas de sospechosos granos; La repulsión que había sentido Rosauro, al principio, corrigiendo los cuadernos del muchachito! Se había aplicado todas las desinfecciones posibles, pero el tal González mejoraba de una parte y reventaba por otra. ¿Tenía culpa si en su casa jamás se habían preocupado de lavarle alguna vez las sábanas? Demás está decir que, esos niños comparten el lecho con dos o tres personas adultas. Tampoco exhibe resultados satisfactorios en sus estudios. ¿Y Parra Beto? Con su increíble porcentaje de inasistencias... El bribonzuelo de Cangas Eduardo, lento, lentísimo en asimilar conocimientos, pillísimo en fechorías. Cornejo Ramón, desvergonzado y exhibicionista. ¿Cómo ponerlos al día? Nivelación o recuperación es imposible. Reforzamiento. ¿De qué manera si los educandos mal alimentados no resisten el horario normal y bostezan y bostezan? Los sábados los chicos se hacen humo. Algunos desarrollan pequeños trabajos remunerados. Salen a repartir balones de gas licuado por los cerros sobre unos inverosímiles carritos fabricados por ellos mismos. O a las ferias y mercados a acarrear paquetes. ¡A robar paquetes! – Es el comentario más frecuente – Ésto le duele como un reproche. ¿O acaso no debería sentirlo así? Su labor es enseñar y a ello se aplica. Por lo demás no es suya la culpa si la materia humana con que trabaja se desenvuelve en ese ambiente. Su trabajo útil abarca el momento presente sin poder pronosticar que unas horas después de la jornada, ese rebaño olvide las enseñanzas. La calle es su maestra natural y a ella vuelven siguiendo sus propias tendencias o asimilando las del ambiente en que viven. Sus hogares no son modelo de virtudes. Padres alcohólicos, vagos, madres ausentes, empleadas domésticas, lavanderas, descalcificadas, ignorantes, enfermas. Y por todas partes, miseria, miseria, miseria... Además, en familias tan numerosas siempre existe alguno en el hospital.¡ Oh, esta viña del Señor que la ha caído en suerte! ¡Si hubiera menos niños y más elegidos...! No todo es tan terrorífico. Un apreciable número proviene de familias igualmente pobres, pero con algunas normas de orden, respeto y aseo. Se preocupan de su presentación y están mejor alimentados.
            Esta mañana dictará clases a las niñas, y a los chicos en la tarde. ! Una sola escuela para tantos niños venidos de cerros diversos y también de las quebradas más inaccesibles. Frutos de la pobreza –Más prolífica cuanto más mísera- Crece como la maleza que bordea los barrancos. Esa increíble maleza abonada con toda suerte de desperdicios, desagües, papeles sucios y tarros viejos. Si por lo menos Rosauro tuviera un curso normal de cuarenta o cincuenta chicos, a lo sumo, pero en la sala hay ¡noventa y seis! y los de atrás, de pie por falta de bancas... Servicios higiénicos sucios, destrozados y obstruidos... Patios formados por laderas naturales donde es frecuente que en cada recreo queden chiquillos sangrantes por los peñascazos que se lanzan a distancia... ¡Sí! ¡Creced y multiplicaos! ¡Pero solamente los mejores...!
            Ante el Libro de Asistencia frunce el seño. Las mismas ausentes del martes han seguido hasta hoy jueves, sin venir a clases. Deberá notificar a las madres para que justifiquen. Son más o menos once niñas de trece, once, catorce, quince y hasta diez y seis años que escapan a la prueba escrita de matemáticas que les tenía preparada para hoy. Apenas saben leer y escribir, son procaces y atrevidas, aún más que los muchachos. ¡Qué cosas aprenderán afuera!
            A mediodía aparece la madre de una de las chiquillas. Ante su reclamo, la mujer lo mira extrañada.
            -¿Las dos niñas no han asistido a la escuela? ¡Claro que no! ¿Acaso usted les va a dar el dinero que pueden ganar estos días que está la Escuadra extranjera en el puerto? Son quince bocas que llenar en mi casa, señor Profesor. No pueden perder la oportunidad por ir a sentarse  a su cochino banco de clases. ¿No le parece?
            Es cruel oír esto. Más doloroso saberlo de la propia madre. ¿Qué puede sacar él con un sermón? Setecientos pesos por cada dólar al cambio oficial. Quince bocas hambrientas, y el padre que jamás se sabe dónde está. Menos cuando se le necesita. Puede que esté tras las rejas. Además en esas familias hay diferentes padres...Son demasiados problemas para que los soluciones tú, modesto profesor... ¡Chicas de once y doce años...!
            Recuerda a la joven colega que despidieron el año pasado. Tan inexperta como él cuando se inició, hacía diez años. Su tono afectivo fue impactado al descubrir cuanto frío sentía una pequeñita abrigada con una andrajosa polera de manga corta en pleno invierno. Ella se había apresurado traer de su casa, ropa de sus propios niños con la que vistió de cabeza a pies a la rapaza, quien no asistió a clases al día siguiente y al subsiguiente apareció tan andrajosa como antes... ¿La ropa? Su madre salió a venderla por los cerros en algunos dineros para comprar comida. Esos dineros hacían mucha falta en la casa. Ocho niños más las tres guaguas de su hermana...
            Por lo menos en las clases de la tarde se siente en comunicación más directa con los muchachos. Casi los encuentra mejores. Hay algunos tan sufridos, como esos, por ejemplo, los que se quedan tranquilos en la sala mucho después de haber sonado la campana al término de la jornada. No manifiestan prisa alguna por regresar a sus casas. Temiendo quizás el ambiente desolador que les espera. Remuerde la conciencia aplicar algún castigo a esos niños después de haber leído el Informe Social de ellos...
            ¿Debía o podía él flaquear en esta misión tan noble? Por lo demás, ¿qué coeficiente mental se le puede exigir a un niño desnutrido, con vocabulario elemental, conceptos limitados y estados de conciencia solamente maquinales? Cuanto más faltos de protección se encuentran los niños. ¿No es deber del maestro ampararlos?
            Se propone firmemente dedicarse aún más. Ayudarlos, guiarlos, olvidar. Olvidar, ignorar cosas que vive, palpa sufre junto a ellos...Esta tarde enseña con le alma puesta en las palabras. Mucho más allá de la hora explica a los rezagados, a los torpes, tercos, huraños. Casi siente cariño por el niño sucio, por el badulaque, el flojo, el niño hombre y tantos otros a quienes reúne para ponerlos al día a costa de su descanso. No importa. Mañana no habrá clases con ellos y tendrá el fin de semana para reposar. Además, mañana será día de pago y deberá salir disparado para cancelar las cuentas. Luz, agua, gas arriendo, almacén, farmacia, zapatería...Apenas alcanzará el sueldo a calentarse en el bolsillo. La vida del empleado es así y no puede él modificarla...
            Al día siguiente Rosauro está nervioso por partir. La mañana es corta y los bancos están llenos. Regresa a su escuela para firmar los libros y sale de prisa. Toma el bus para comenzar a efectuar los pagos. Primero el arriendo. Busca la billetera. Palidece. Registra los bolsillos. Mira desesperadamente el suelo. Nada, Baja. Vuelve a la escuela. Nada encuentra. Nadie ha visto nada. Cada colega esta preocupado de su propio y único sueldo. Una agonía de espanto lo aprisiona...Vuelve al banco. El cajero tampoco ha visto nada. Ninguna billetera. Él cambió los cheques a todos los profesores. Habría que esperar el arqueo por si acaso. Avise a la policía mejor. ¿La policía? Rosauro se espanta. Jamás ha andado en tales diligencias. ¿A quién va a denunciar? Pero en su desesperación acude a la comisaría más cercana y estampa su denuncia. ¿Un robo? El oficial de guardia no se inmuta. Es lo más corriente en días de pago Deje todos sus datos. Su nombre y el teléfono. Espere en su escuela por si lo llamamos. Rosauro Pinto sale de la Comisaría con una amargura negra y hostil.
            Su angustia toma el estado de inquietud deprimente que abate sus funciones vitales. No tiene valor para ir hasta su casa con las manos vacías. En la solitaria Sala de Profesores todo el rencor del mundo hierve en su corazón...Una emoción defensiva que concentra el miedo a sí mismo y su contrapartida, la cólera como emoción ofensiva que lo lanza fuera de sí dispuesto a atacar.
            El arqueo del cajero arroja resultado negativo para él. No. No sobra ningún sueldo... ¿A quién recurrir? ¿Cómo pagar ahora? ¿Y de qué va a vivir su familia durante el mes? ¡Oh gran Dios...! Pasan las horas sin traer soluciones.
            Cerca de las seis suena el teléfono de la escuela.
            -¿Señor Pinto? Hemos arrestado unos carteristas. ¿Podría venir a reconocer su billetera?
            Rosauro Pinto no sabía cuan rápido podían correr sus piernas... No se normaliza su respiración cuando el Comisario lo hizo entrar.
            -¿Ve este saco? Hay ocho billeteras recuperadas en él. Describa la característica y la cantidad exacta que contiene la suya y vea, ahí, en el patio de guardia están los mafiosos. Reconozca alguno...
            Y entonces... ¡Oh Rosauro! Tu corazón se encarama de una impresión a otra...Porque ahí están... Ahí los tienes...Baeza René, Cornejo Ramón, Parra Beto, González Tuno, Cangas Eduardo...

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