SECUENCIA
Imagino esta secuencia de escenas. Es como mirar a contraluz el rollo de una película, el negativo. Según cómo incide la luz cobra cierta nitidez. Una imagen fija al fondo. Delante pasa un tren a distintas horas. La imagen fija al fondo. Las sombras cambian de lugar, de un extremo al otro del cuadro, desde que amanece hasta la noche. Todo igual. Igual, igual. Paisaje, tren que pasa, paisaje, tren que pasa, así siempre. La imagen al fondo, fija. El sol allá, arriba, allá y atardece. Sombras. Todo igual. Lo que se modifica es la luz, o que a veces se ve llover o que hay viento. Hojas que vuelan hasta que ya no hay más hojas para volar. Cambian las estaciones. Llega la primavera. Aire tibio, pájaros, hojas. Hojas de nuevo. En su cocina el almanaque no marca los días. Sigue siendo aquel primer día.
Pasan días, noches, semanas, pasan muchos meses, a veces llueve, pasa el otoño y el invierno, promedia la primavera, da igual. Todo es inercia. Inercia para levantarse, para las visitas, para mirar sus ojos. Para ver si te reconoce, si te entiende, hoy creo que sí, hoy seguro que no, no, no te va a reconocer nunca, sin embargo tal vez. No sabemos. Esa inercia. Para dar por sentado que todo todo todo siempre seguirá, si no mejor al menos igual. Que el destino está detenido en un punto y ya no cambia. Ni avanza ni retrocede. Todos los días idénticos a uno que un día fue, que después se fue repitiendo igual a ese primero que no sabemos cuál fue. Exactos como fotocopias. Como la grabación de un juego de pelota. Va la pelota, la tiro, la devolvés, está todo registrado, no hay sorpresas, no hay riesgos. La pelota tiene ese peso exacto, va y viene, va y vuelve, la distancia es corta, viene y va, no hay expectativas, nos volvemos hábiles en anticipar lo que sigue. Ya sabemos todo. Está grabado así. Esa pequeña pelota va y va y vuelve y vuelve, no pesa nada. No pasa nada.
Un día te tiran un adoquín. Suena el teléfono dentro del domingo. Es domingo. Es nuevo el domingo, nadie hizo mucho todavía. Es un poco temprano para que suene el teléfono. El sonido se esparce en el dormitorio. Primero se mira el teléfono. Las manos a los costados del cuerpo. Se mira el teléfono con sorpresa, pero más que nada con miedo. Se mira hasta que el teléfono vuelve a estar silencioso. Entonces es cuando sentís que es como que alguien tira un adoquín. Porque el teléfono empieza a sonar otra vez. Atendés. El vidrio estalla. El tiempo se detiene, ves a tu alrededor cristales desperdigándose, lentos, ves cristales que destellan a causa de alguna luz, todo se desploma. Esa mañana se desploma entera y la onda expansiva lleva tu mente lejos. Esa mañana, alguien dice basta. Dios. Tal vez Dios. El juego acaba. La inercia está detenida. Dijeron lo que dijeron. A partir de ahí te vas moviendo desde el lugar narcotizado donde la onda expansiva se llevó tu mente. Todo lo hacés desde ese lugar. Caminás sin ver, sin sentir que vas pisando, una mente superficial, alguien que responde que sí, a todo. ¿Entendiste? Sí ¿Firmás acá? Sí. Hay que llamar a la funeraria, Sí. Estos son sus estudios, Sí. Acá adentro está su ropa, Sí. La ropa huele a ella, como su casa, como todas sus cosas. Pedís ver la habitación, por favor. Cuando llegan con el ascensor mirás la puerta y demorás un poco en empujarla. Al abrir tus ojos esperan verla. En la habitación del segundo piso todo vuelve a comenzar, la ventana está abierta para renovar el aire, el suelo húmedo, la mesita de luz vacía. Olor a desinfectante, el placarcito con dos perchas nada más, las puertas entreabiertas, la cama hecha. Con sábanas nuevas, sin arrugas, sin ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario