lunes, 14 de agosto de 2023

Margarita Rodríguez-Argentina/Agosto 2023


 

CASCARILLA

Le puse a mi perro Cascarilla de nombre porque es una palabra cuya musicalidad lo pinta de cuerpo entero: diminuto,  cascarrabias, saltarín.

Palabra de mi niñez, de guardapolvo blanco y portafolio marrón. De bucles y moño rojo. De flequillo y ventanitas en la boca.

Cascarilla es el sabor de la nostalgia, pero es también un sonido y, sobretodo un olor: el de la leche humeante en la taza verde. Me gustaba mucho tomar cascarilla, sin embargo no es su sabor lo que viene a mi mente sino el aroma que me llega de la cocina de la escuela atravesando el patio…

Termino de pintar el dibujo que borronee tantas veces hasta que quedó como yo quería, listo, con esto la seño me pone un diez en la redacción. Martina me codea, están por tocar la campana, guardo las pinturitas en la cartuchera, cierro el cuaderno y las pongo debajo de la tabla del pupitre. Saco el mantelito y la taza y dejo ambos preparados antes de ir al patio. Caminamos despacio hasta salir del aula, no sea cosa que la seño se enoje y nos haga perder el recreo. Una vez en la galería nos buscamos con la mirada. Martina saca el elástico del bolsillo mientras se acercan Adela y Susana. Ahora sí, nos apuramos hasta el rincón del patio, debajo del olivo que es donde estamos menos expuestas a las carreras de los chicos  y los pelotazos. Mientras tanto Lola, la portera, llena los jarros de leche caliente. ¡Se pasa tan rápido el recreo! Ya se entibió la leche, me siento con cuidado para no derramarla. Todavía estoy agitada de saltar, pero el sabor tibio, amigable me envuelve…

Algo húmedo en mi mano, me trae de regreso. Es la lengua de Cascarilla que ya empieza a mordisquearme la manga para que le abra la puerta.

 

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