domingo, 13 de agosto de 2023

Nilda Bernárdez-Argentina/Agosto 2023


 

LA LIEBRE ASADA

 

Doña Carmen desolló el animal con el conocimiento que le daba su lejana infancia campesina. Lo lavó cuidadosamente con agua fresca y de un solo golpe de cuchilla le cortó la cabeza por encima de las espalderas. Dio un retoque al filo y comenzó a trozarlo. Trabajaba en silencio. Doña Carmen siempre fue una mujer silenciosa pero observándola, se notaba que su boca  de labios finos, con pocos gestos, era capaz de trasuntar sus pensamientos y sus estados de ánimo. No era frecuente en ella la sonrisa, aunque ese par de líneas que se apretaban, se estiraban o se replegaban sobre una de las comisuras, daban a entender a los demás toda la gama de sus aprobaciones o descontentos. También solía silbar bajito, como lo hacía su padre cuando trenzaba tientos a la sombra del parral. El hombre decía que cuando silbaba así bajito, casi sin melodía, estaba disfrutando sus pensamientos. Doña Carmen también, seguro que con su silbido suave, estaría disfrutando de sus pensamientos, mientras iba poniendo en el fondo de una fuente, un cuarto litro de vino blanco seco, tres cuartos de vinagre, otro tanto de un tinto del bueno. Aquí hizo un alto y se sirvió medio vaso que dejaría a su alcance mientras agregaba dientes de ajo, clavos de olor, pimienta negra, hojas de laurel, orégano, romero y algo de apio. Acomodó las presas en la fuente de modo que todas se bañaran completamente, Con el vasito de vino en la mano fue hasta el patio. Respiró profundo.

Era viernes, estaba preparando el almuerzo del domingo. Vendría a visitarla su yerno. A doña Carmen se le ensombrecía la mirada cuando pensaba en él.

En un tiempo, el finado Emilio y ella lo querían como a un hijo más, se sintieron muy felices cuando se casó con la Patri y plenos cuando les dieron dos nietos.

Una lágrima rodó por su mejilla y apurando de un golpe el resto del vino, entró a la cocina y guardó la fuente con la preparación en la parte baja de la heladera.

 

Tibio y luminoso amaneció el domingo, como para almorzar en el patio. Sacó la carne de la heladera y fue secando cada trozo con un repasador. Sus labios se contrajeron al pensar en su yerno que esta vez, no vendría solo, traería a María Rosa y los acompañaría Eugenia, la madre de ella.

Imágenes y palabras comenzaron a desfilar por su cabeza. El llamado telefónico desde Tandil donde estaban viviendo, le trajo la voz de Santiago, desesperado, que entre sollozos angustiados le decía que nuestra Patricia, había muerto repentinamente por un problema cerebral. Obnubilada, atinó a preguntar, los chicos Santiago, los chicos.

Quédese tranquila Carmen, una vecina, muy amiga de Patry, se está encargando de ellos.

La amiga, la vecina, María Rosa, al volver del cementerio, ya estaba instalada en la casa, ¡por los chicos, claro! Y a los diez meses nacía Damián ¡hijos de puta! Y ahora vienen a charlar conmigo por el asunto de la parte de Patricia para los chicos y vienen con la madre de ella, la que se atrevió a deslizar sucios comentarios sobre la memoria de mi hija. Rodaba el pensamiento, ya estaba pensando en voz alta.

 Con un golpe del cuchillo sobre la mesa, dio por terminado el recuerdo y se puso a untar las presas con mostaza y sal y despaciosamente las fue colocando en una asadera, mientras silbaba suavecito, disfrutando sus pensamientos.

 

El almuerzo transcurrió inesperadamente tranquilo, pocas palabras por ambas partes. Con una leve sonrisa Carmen ofrecía rúcula, tiritas de morrón asado y rodajas de tomate para acompañar la carne.

Ya al final del almuerzo Santiago preguntó:

_ Carmen ¿Los vecinos del fondo no tienen más el perro bravo que te mataba las gallinas?

Doña Carmen, que juntaba los huesos en un plato con un silbidito suave, contestó:

_ Parece que se les ha perdido.

 

 

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