La eternidad en la fuente
El pueblo donde había nacido Martina apenas si podía llamarse aldea, rodeado por cinco cerros que la contorneaban aportándole belleza y límites. El pueblo donde había crecido Martina, tenía pocos habitantes como para saberse sus historias, compartirlas y tejer nuevas entre todos. El pueblo donde Martina y Andrés se habían encontrado, estaba lleno de vestigios del paso de conquistadores, libertadores, sabios y estadistas, pero que no alcanzaban para hacerlo figurar en alguna página de la Historia. Era un pueblo anónimo en el que sus habitantes sentían ser los más anónimos del país. Así fue hasta que ocurrió lo de Andrés, una tarde, a las cinco, junto a la fuente de los querubines.
Celebraban su boda Martina y Andrés y camino al templo cruzaban la plaza entre aplausos y vítores de todo el pueblo que los acompañaba. En el cielo despejado hasta ese momento, irrumpió una nube negra. Estaban pasando junto a la fuente agotada hacía más de cincuenta años, Con un estruendo de los que no había memoria, se descargó un rayo que fulminó al novio y reactivó la fuente al mismo tiempo. Nadie se animó a buscar una explicación a semejante prodigio, es más, todo el mundo se sumió en el más estricto silencio respecto a lo ocurrido, se limitaron todos a contemplar el vigoroso fluir de la fuente en el que iban a mezclarse las lágrimas de la novia. Pero llegó un día en que la novia dejó de llorar. Desde entonces Martina quedó fascinada por aquella fuente de mármol empavonada por el verdín del descuido, porque hacía muchos años que nadie se ocupaba de ella, hasta resultaba un misterio que ahora funcionaran las tres gárgolas en forma de pescado que los querubines sostenían sobre sus hombros.
Martina aparecía todas las tardes, puntualmente cuando el reloj de la parroquia de San Ignacio daba las cinco campanadas y permanecía hasta el anochecer frente a los chorros cantarines e inagotables, vestida con sus tules de novia y arrojando a la fuente pétalos rosados de un ramo que se mantenía lozano, porque las rosas parecían florecer cada día.
Al principio, los habituales viandantes de la plaza, miraban a Martina con asombro pero seguían de largo atentos a sus actividades. Con el correr de los días, uno intrigado, se le puso a la par, tratando de descubrir el punto exacto que tenía el poder de magnetizar la mirada de Martina. Pronto fueron dos los curiosos, luego cuatro, más tarde diez. Después fueron más, Así terminó todo el pueblo congregándose en la plaza rodeando a la muchacha, vestida de novia, atentos al agua que con los rayos del sol reverberaba hasta deslumbrar. Y esto siempre sucedía al sonar las cinco campanadas en San Ignacio.El poeta del pueblo dijo: ´´Martina está contemplando la eternidad del agua´´.
Como todos consideraron que la frase era muy hermosa, la aceptaron pensando que sería muy útil para construir una leyenda. Pasó mucho tiempo de tardes iguales cumpliéndose el ritual a pesar del calor o el frío, del viento o la lluvia.
Un buen día Martina salió de la contemplación, puso primero un pie dentro de la fuente y luego el otro. Los presentes no podías creer lo que estaban viendo. A medida en que los chorros de agua lo mojaban. el cuerpo de Martina desaparecía disolviéndose como un terrón de azúcar. Entonces el poeta dijo: ´´La eternidad del agua se ha llevado a Martina´´.
Desde entonces el pueblo ya no se congrega en torno a la fuente, es más, han vuelto a esquivarla en su camino. Sin embargo ahora el pueblo tiene una leyenda que lo ha hecho famoso en toda la provincia.
1 comentario:
Un relato corto, entretenido, lleno de imágenes que se pueden ver cerrando los ojos.Fácil imaginar a esos novios frente a la fuente. Muy buena la historia!! Toda una leyenda para la vida pueblerina del lugar. Excelente!!
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